Dos pasajes a Bariloche

Alberto Centolla era un estafador, quien estuvo dos veces en prisión porque no conocía otro modus vivendi que robar a las demás personas con el propósito de andar en carros BMW, rentar apartamentos de clase media alta y salir con chicas lindas.

En el año 2000 se juntó con una gallada de venezolanos, quienes le enseñaron varias formas de cometer crímenes como clonar tarjetas de créditos, ventas de mercancía irreales y otros hechos punibles.

La Dirección de Investigación Judicial (DIJ), en el año 2010, intentaba capturarlo por varios delitos cometidos, entre ellos la no devolución de 30,000 dólares que le solicitó a una empresaria de origen árabe para un negocio que nunca operó.



Alberto era buscado por todas partes, no obstante, no lo hallaban porque el caballero era muy escurridizo, se le escapaba a la policía en sus propias narices y usaba distintos métodos para despistarlos.

El hombre blanco, de ojos pardos, baja estatura y cabello negro, se dejaba crecer la barba, se afeitaba la cabeza, se pintaba el cabello e incluso se vestía de mujer para desorientar a sus captores.

Rania Hussein Hassan, fue la mujer estafada por Alberto, casada, con dos hijos y quien era la novia oculta del panameño de 35 años, pero ella no se atrevía a contarle a su marido porque no quería problemas en su matrimonio.

Así que la afectada se presentó en la DIJ con un fabuloso plan para atrapar al escurrido estafador, una idea que lo haría morder en anzuelo entero.



Inventó enviarle un mensaje de texto a su número celular y posteriormente una llamada desde un aparato sin número identificable para notificarle que se ganó dos pasajes a Bariloche, Argentina, hotel, alimentos y 800 dólares en efectivo para otros gastos.

El hombre recibió la comunicación, preguntó dónde podía recoger los pasajes, se dirigió en horas de la tarde a reclamar el premio ganado supuestamente por comprar en un almacén de electrodomésticos.

 Alberto iba feliz, viajaría con su novia de turno Mariana y fue a buscarla para ambos fotografiarse con los pasajes.

Cuando el estafador se presentó en las oficinas de la supuesta agencia de viaje, la atendió una linda rubia, quien le ofreció café y emparedados a la pareja, posteriormente los llevó a una sala de espera.

A los dos minutos ingresaron tres agentes de la DIJ que leyeron la orden de detención por el delito de estafa, lo esposaron y se lo llevaron.

Mariana quedó con parte del emparedado en su mano, sorprendida del acontecimiento y la fabulosa idea para capturar a su novio, mientras que Raina resultó con el corazón roto y estafa por el guapetón istmeño.

Imagen de Dreamstime y Jimmy Chan de Pexels no relacionadas con la historia.


Mundo fabuloso

Guadalberto Moreno caminaba por un inmenso paisaje, donde se respiraba aire puro, un cielo espectacular, cuyas nubes dibujaban margaritas y campos de maizales, árboles gigantes y figuras mitológicas.

Un mundo sin guerra, sin contaminación, sin hambre, donde los chicos se alimentaban bien, las grandes transnacionales fabricantes de medicamentos revelaron sus secretos para la cura de enfermedades como el cáncer, Sida y otras que mataban.

La pobreza era nula, también en analfabetismo, los países no dominaban a otros, los territorios coloniales se convirtieron en soberanos y tampoco existían armas de destrucción masiva.

Guadalberto se sorprendía al ver árabes y judíos comiendo en las mismas cafeterías, cero racismos, los matrimonios mixtos se multiplicaban, la religión no se imponía en los colegios y los padres eran libres de elegir su credo.



Un globo terráqueo donde se cuidaban los mares, no se arrojaban desechos industriales a los afluentes y océanos, las naciones se ayudaban mutuamente cuando una necesitaba de la otra.

El chico estaba feliz porque en ese mundo no se registraban asesinatos, ni violencia doméstica, maltrato infantil, pedofilia y prostitución, porque las mujeres eran respetadas en todos los pueblos.

Culminó el calentamiento global, el mar contaba con millones de peces, las cárceles cerraron por falta de presos, no se contabilizaban delitos y se cuadruplicaron la siembra de  alimentos.

El mundo de Guadalberto, feliz, el chico de 24 años, andaba por el bosque donde los pajarillos entonaban melodías de felicidad, la tecnología no hurtaba vidas ni separaba a las parejas.

Nadie se imaginaría de vecinos que no se peleaban, quien no contaba con dinero, el buen samaritano lo ayudaba, los agiotistas se extinguieron, los envidiosos y malvados también.



Las fábricas de armas de fuego personales y de guerra cerraron operaciones, sus empleados se dedicaron a laborar en imprentas para llevar al mercado miles de libros para impartir conocimiento.

En momentos que Guadalberto se iba a bañar en un lago, un timbre resonó en su tímpano y quedó en una habitación oscura, mientras escuchaba el movimiento del ventilador.

Todo fue un sueño, un mundo de quimeras, una realidad impensable e imaginable de un planeta lleno de guerras, racismo, colonialismo, dominación económica, asesinatos, senadores y presidentes inmorales.

Una Tierra preñada en contaminación, armas nucleares, de fuego, esclavismo, de la tecnología, analfabetismo, sin embargo, el muchacho, tras la ilusión nocturna, escribió relato que tituló Mundo fabuloso, un lugar que no existirá en el Universo.

Imagen de Tom Swinnen y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Unidos por la vida

Anselmo Urrutia era un mecánico, hijo de un nicaragüense y la chiricana Margarita Pitti, llegó a la capital panameña en busca de mejores días, ya que en David había poco empleo y no contaba con capital para montar un taller.

Durante su niñez su madre le contó que tenía un hermano en Managua, que su padre, del mismo nombre, fue un mujeriego empedernido, lo que generó que ella lo abandonara ante las infidelidades.

El chiricano vio a su papá hasta los diez años, no de forma permanente, porque el trabajo de conductor de contenedores requería de grandes ausencias y viajes.

Creció con el gusanillo de conocer a su hermano, su mamá se negó a tener más hijos ante el impacto de le noticia que su antiguo marido le ponía los cuernos en cada esquina de Centroamérica.



Un tumor en los testículos impidió que Anselmo padre tuviese otros descendientes, aunque se dedicó a conquistar mujeres, le transmitieron Sida en Guatemala, no se trató y murió.

Mientras que, al año de laborar en un taller en Panamá, el dueño decidió abrir una sucursal en San José, Costa Rica y otro en Managua, así que envió a dos empleados, entre ellos a Anselmo hijo.

El joven de 27 años se llevó a su mamá para la capital nicaragüense, no la dejaría sola y la señora aceptó irse con su hijo porque ambos no tenían nada que perder.

Todo bien, Anselmo hijo era supervisor, los ojos del patrón, el negocio iba de viento en popa hasta que un día llegó una clienta, conductora con un vehículo averiado y le urgía su reparación.

Cuando la joven, identificada como Carolina Urrutia, vio al jefe panameño, se quedó estática y muda porque el parecido entre ambos fue increíble, era como si a Anselmo hijo le colocaran una falda y lo maquillaran.

Había algo, así que Carolina, de 27 años, una presentadora de un programa radial muy famoso en Nicaragua, le solicitó el número del móvil al mecánico y se hicieron amigos.

Durante un domingo de asado, la joven invitó a Anselmo hijo a su vivienda, este fue con su madre, la pasaron bien hasta que se apersonó la autora de los días de la comunicadora social a la reunión.



Al observar doña Sofía al panameño quedó también congelada de la semejanza, Carolina se lo presentó, al escuchar el nombre del caballero casi se desmaya de la noticia y peor cuando Anselmo hijo comentó que su papá era nicaragüense, conductor de camiones y fallecido.

Carolina y Anselmo hijo, eran hermanos, corroborado por ambas madres, los invitados también descubrieron que no era casual el parecido físico como un a copia impresa de carne y hueso. .

Margarita, Sofía, Anselmo y Carolina, lloraron, se abrazaron, no era un hermano que Anselmo hijo tenía en Nicaragua, sino una dama porque el camionero dio falsa información para despistar a la chiricana.

La vida lo unió sin ellos pedirlo.

Fotografía de Roberto Zúñiga y Kelly de Pexels no relacionadas con la historia.

Tiro en la frente

José Santander se escapó desde San Javier, en Medellín, hacia Cedritos, en Bogotá, Colombia, con diez kilos de cocaína, mercancía valorada en aproximadamente 15,000 dólares, a razón de 1,500 por kilo.

La droga debió ser entregada a una mula que viajaría desde el aeropuerto El Dorado de la capital colombiana hacia Madrid, España, sin embargo, el intermediario nunca se presentó en el hotel a entregar la nieve.

Furioso, Luis Gordillo, jefe de los mafiosos y dueño de la mercancía, ordenó buscar por todo el país a José para darle un escarmiento y los narcotraficantes peinaron Antioquia con el fin de hallar al avispado chico, de 24 años.



José quería hacerse rico de la noche a la mañana, inspirado en las leyendas urbanas de boca a boca en Medellín, de que los traquetos contaban con millones de pesos colombianos, autos lujosos, chicas lindas y ropa cara.

Pensaba en adquirir un palacete en Envigado para hacer fiestas con mujeres desnudas, en piscinas imaginarias, llevar a sus amigos íntimos y nadar en pesos o dólares estadounidenses.

Mientras era cazado, el caballero logró vender la cocaína y montó un pequeño bar en Cedritos, donde pagaba protección a la policía, un concejal y contaba con dos escoltas.

El negocio era una fachada donde se traficaba no solo licor, sino marihuana, éxtasis y cocaína a ricachones, profesionales y todo aquel que pudiese pagar para pasar un rato en el Marte de Cundinamarca.

Así pasaron cuatro meses, los buscadores del nuevo traqueto no lo encontraban hasta que una noche una paisa identificada como Lucrecia, una de las mocitas de Luis Gordillo, ingresó al negocio de Luis y lo identificó.

De inmediato, Lucrecia le notificó a su amante que el caballero que se robó la droga era propietario de un concurrido negocio nocturno en Cedritos e incluso se fotografió con el narcotraficante como prueba.



Luis Gordillo no le perdonaría la afrenta causada y los conflictos generados por sus distribuidores turcos de la droga, así que ordenó proceder sin clemencia contra su antiguo empleado.

A los tres días, José estaba en un restaurante con una de sus noviecitas, cuando un supuesto comensal ingresó al restaurante del norte de Bogotá, pidió una bandeja paisa y una cerveza.

El caballero estaba frente a su víctima, preguntó dónde estaba el baño, los escoltas de José se encontraba afuera del local, mientras que el sicario se levantó de la silla, al pasar por donde el antiguo distribuidor, sacó una escuadra, apuntó directo a la frente y apretó el gatillo.

Un solo tiro frontal contra José, los escoltas se batieron a tiros con el asesino, quien murió de cinco balazos y la acompañante de la víctima resultó herida en el brazo izquierdo.

Los días de José Santander terminaron y su sueño de ser un traqueto naufragó siete pies bajo tierra.

Imagen de Andrés Segura y Mario Alejandro González de Pexels no relacionadas con la historia.

La última relación

 Jennifer Lee miraba el noticiero de televisión de su ciudad en Phoenix, Arizona, Estados Unidos, cuando observó que la policía capturó a Dana Jensen, un carpintero guapetón, de ojos azules, alto y fortachón como un actor de cine.

Sobre Dana recaían sospechas del asesinato de 13 mujeres en todo el estado, con el patrón de que eran pelirrojas, ojos azules, de mediana estatura y delgadas, lo que inducía que el presunto criminal padecía algún trauma con damas de esa descripción.

Jennifer de inmediato empezó a cartearse con el hombre, era el año 1981, no existía redes sociales, no había otra forma de comunicarse con desconocidos en la prisión y aunque parezca mentira, el presunto asesino le respondió.



La fémina padecía de hibristofilia, una condición que hace que tanto hombres como mujeres, sientan atracción física o sexual por criminales de alto perfil y asesinos en serie.

Mientras tanto, un equipo de cinco asistentes del fiscal de Arizona se preparaba para solicitar a un gran jurado, formular cargos al trabajador e incluso, luego del veredicto del jurado de conciencia, pedir la pena de muerte.

Los psiquiatras descubrieron que Dana fue despreciado por una chica identificada como Mary, con iguales descripciones físicas que las víctimas, cuando el enfermo mental residía en Nueva Inglaterra.

La niñez destrozada, hijo fuera del matrimonio, maltratado por tres de sus padrastros, creció con un resentimiento hacia su madre por no defenderlo y con las mujeres pelirrojas porque las comparaba con Mary.

Nada de eso fue impedimento para que Jennifer, también de cabello rojizo, conociera en prisión al presunto criminal, sus amigas le advirtieron de cualquier peligro y otras la admiraban porque Dana se convirtió en una celebridad.

El masculino recibía cartas de varios lugares de Estados Unidos, todas de mujeres dispuestas a ser su esposa, no les preocupaba su instinto de matar a sangre fría, pero sí placer sexual de estar con él.



Transcurrió un año, Jennifer se casó con Dana en la cárcel, le hacía visitas conyugales, se convirtió en una dama famosa porque las televisoras y los medios de comunicación la presentaron como la mujer que pedía clemencia para el homicida en serie.

Cuando se desarrolló el juicio, este se convirtió en un circo barato y el imputado aprovechó la transmisión en directo por televisión para hacerse publicidad sobre su personalidad psicópata.

El juez ordenó desarrollar la audiencia en otra sala porque el público la llenaba con un 80% de féminas admiradoras del varón.

Como había pruebas, fue encontrado culpable, sentenciado a la pena máxima con la inyección letal, y mientras esperaba el resultado de las apelaciones en el famoso corredor de la muerte, su esposa lo visitaba.

Posteriormente de un encuentro conyugal, los custodios hallaron a Jennifer sin signos vitales, con una sábana amarrada en su cuello y utilizado como soga.

Dana estranguló a Jennifer porque la naturaleza del alacrán es picar, aunque intentes salvarlo.

Imagen de Ron Lach y Ekaterina Bolovtsova no relacionadas con el relato.

La habitación del tiempo

Manuel Montero laboró durante cuatro años para preparar su cuarto mágico, con toda la tecnología e invertido miles de dólares, casi estaba en la ruina porque debía a los bancos, su vivienda heredada estaba a pocos pasos de ser rematada porque la hipotecó y no pagaba.

Su meta era terminar su proyecto dentro de esa habitación con el fin de viajar a través del tiempo, aunque había que mover el tiempo y el espacio.

El motivo, su antigua compañera de clases, Sarah Auerbach, graduada también como física en la Universidad Humboldt de Berlín, sin embargo, como Manuel era católico, la familia judía de Sarah no lo aceptaba.

Una beca no fue suficiente para un chico de piel canela, de padre negro y madre indígena de Panamá, quien atraía a las chicas alemanas del centro superior de estudios por ser exótico y solo tenía ojos para su amada.



Antes del trabajo final, Manuel probó sus aparatos para trasladarse hasta las tres Guerras Púnicas, luego hasta la decapitación de Luis XVI en Francia, algo asustado cuando los galos gritaban muerte al rey y a la creación del imperio del Genghis Khan.

Todo funcionaba casi a la perfección, su única falla es que viajaba a través del tiempo y espacio del futuro o pasado, no del presente, era imposible trasladarse en el mismo año de un país a otro.

Durante el tercer día de las pruebas se fue al siglo 3000, vio una Tierra con gente viviendo en cuevas, con pocos lugares para cultivar, muchas peleas con palos y piedras para obtener alimentos.

Lo dijo Alberto Einstein que el cuarto conflicto mundial se pelearía con palos y piedras, el uso de las armas nucleares entre las potencias generó la destrucción de las dos terceras partes del planeta.

No obstante, el panameño regresó a la época donde se conoció con Sara, le daría una sorpresa, la llevó al futuro cuando sus padres rechazaron la relación entre el americano y la alemana.



Sarah lloró, estaba entre la espada y la pared, si aceptaba la propuesta de su enamorado jamás se encontraría con sus padres, hermanos y otros parientes. 

Manuel estaba en las mismas, corrían muchos riesgos, pero cuando se es joven la revolución y amor palpitan en el corazón en extremo, así que la pareja decidió irse para no ser molestados.

Las miradas de Sarah y Manuel denotaban nervios, felicidad, tristeza e incertidumbre con un futuro incierto, un mulato con una chica alemana llamaría la atención, aunque eso no interesaba, sino escapar hacia la felicidad.

Los novios ingresaron a la habitación viajera, Manuel la programó para el 14 de agosto de 1900, en Buenos Aires, Argentina.

Nadie supo más de ellos.

Imagen de George Becker de Pexels y Juan Franco Lazzarini.

La horma de sus zapatos

 Augusto Alaya emigró desde Quito, Ecuador, hacia Virginia, Estados Unidos, en busca de una mejor vida, dejó a sus hijos en su tierra natal con el fin de traerlos una vez se establecía en esa ciudad.

Con la ayuda de su hermano Tereso, laboraron como jornaleros en la construcción de viviendas, limpiando negocios y cortando yerba, sin embargo, el dinero no alcanzaba por lo costoso de ese país.

En una clínica donde aseaban ambos sudamericanos laboraba Peggy Sue, una hermosa rubia, ojiazules, asistente de uno de los médicos y con mucha ambición de estudiar medicina, pero los créditos solicitados o becas fueron rechazados.

Augusto, de 40 años, era acholado y alto, así que la damisela de 22 abriles, era un trofeo que podía exhibir frente a sus paisanos, los mexicanos, salvadoreños y anglosajones que llegaron de estados agrícolas con la misma idea del ecuatoriano.



Para acumular dinero y regarle a Peggy Sue, vendía flores en los semáforos en las noches en el límite de Virginia con Washington DC hasta que un cubano le comentó que falsificando licencias de conducir haría dinero a montón.

En el año 2000, el sistema E-Verify apenas se aplicaba, así que muchos migrantes sin papeles llegaron donde Augusto para solicitar el documento, lo que representó cientos de dólares y costearle la carrera de medicina a su novia estadounidense.

Trabajaba desde su casa para crear falsos carné de seguro social  o de residencia (la famosa tarjeta verde), lo que era necesario para abrir una cuenta al banco, obtener crédito y al final los clientes terminaban siendo legales, pero ilegales.

Los pequeños comercios y agricultores no contaban con ese sistema, así que desde otros estados le solicitaban a Augusto las tarjetas que vendía a 100 dólares cada una.



Semanalmente, acumulaba hasta 12,000 dólares, con Peggy Sue feliz y a quien no dejaba ni dormir porque era poco probable que se repitiera una conquista como esa.

El tiempo pasó, el ecuatoriano enamorado de su pollita yanqui, aunque también conquistaba a otras jovencitas, mientras que su hermano Tereso le pronosticaba un mal futuro de su novia norteamericana y Augusto terminó largándolo de la casa.

A los cinco años, Peggy Sue se graduó de medicina, se hizo un fiestón con algunos compañeros de clase y migrantes amigos del novio de la nueva doctora.

Esa misma noche, Peggy Sue aprovechó que su pareja estaba ebrio, agarró su ropa y se marchó con Emilio, un estadounidense de origen colombiano de la misma edad de la joven.

Augusto lloró, llamó a su hermano Tereso, quien le recordó que le había dado un mal pronóstico porque Peggy Sue se cansó de las infidelidades y al final el falsificador encontró la horma de sus zapatos.

Imagen de la pareja de Dreamstime no relacionada con la historia. 

De estrella a estrellada

Lavanda Jones nació en el pueblo de Jackson, Wyoming, donde no existía mucho futuro, los empleos escaseaban, las jóvenes desde la secundaria buscaban el varón con quien se casarían para no ser solteronas y las mantuvieran.

Por supuesto, en una zona con menos de 10,000 habitantes, si no tienes rancho, ganado o dinero, nada haces, a menos que decidas unirte al atraso de personas que jamás salieron del pueblo o no ganaron una beca para estudiar fuera del estado para amarrarse en Jackson.

Así que Lavanda, con rostro de niña, ojos azules como el cielo, cabellos tan brillantes como el sol, delgada y sonrisa de zarina, decidió marcharse a Los Ángeles, creyendo en las producciones de Hollywood y estimulada por las revistas de la farándula.



No fue tan fácil, durmió la primera semana en un motel del condado del Valle de San Fernando para tener como vecinos, jornaleros, desempleados y casi vagabundos, aunque estaba cerca de Burbank, la meca de los medios californianos.

Quizás alguien la descubriría, le daría un papel en el cine o la televisión, sin embargo, como debía comer, empezó a laborar en un club de nudista de mesera y luego a realizar danzas exóticas de pechos libres.

Tres meses después la vio Mark Thompson, un camarógrafo de películas pornográficas que le llenó la cabeza de sueños como ganar un sueldo mínimo de 15,000 dólares a la semana, así que la dama aceptó ir la productora.

Miles de migrantes estadounidenses llegan desde pequeños pueblos a las grandes urbes en busca de fama, fortuna y éxito, el caso de Lavanda es un claro ejemplo de ello.

La chica se hizo toda una estrella de pornografía, con videos de dos billones de reproducciones en internet, aceptó lo que le pedían sus jefes, grabó más de 300 escenas hasta que le destrozaron sus partes íntimas por tener sexo con siete hombres.

Al retornar a la vida normal, Lavanda era mirada con rostro de extraños por varones y damas, en restaurantes, centros comerciales, bancos, almacenes e incluso en la clínica donde se atendía.



También le gritaban obscenidades, se sentía humillada, todo el mundo conocía hasta el mínimo de su identidad sin haberla tocado, degradada como mujer, debido a su pasada vida, la que ella eligió y no fue obligada.

El metal la llevó hasta la cima de la fama, la fortuna y también su destrucción, no tiene pareja y todo varón que se le acerca no tiene intenciones de colocarle un anillo, sino de hacer un periplo a la cama.

Lavanda ahora trabaja como modelo y diseña ropa, aunque apenas inicia, intenta cambiar radicalmente su vida de estrella a estrellada.

Imagen de Bruno Massao y Soly Moses de Pexels no relacionadas con la historia.





La motociclista de Burunga

 La llegada de Betty Mosquera a Burunga, revolucionó a la comunidad de Panamá Oeste, la dama vino solamente con los 500 dólares que exigía el Servicio Nacional de Migración (SNM) y su hija de dos años.

El acento de Betty era el clásico bogotano o cachaco, sin embargo, su aspecto físico de piel oscura, reducido tamaño, trasero gigantesco, ojos pardos y cabello largo alisado, no demostraba ser nativa de Cundinamarca.

Sus padres eran migrantes de Quibdó, en el departamento de Chocó, que se marcharon a la capital colombiana en busca de una mejor vida para sus cuatro hijos y se instalaron en Ciudad Bolívar, el barrio más pobre de esa ciudad.

La fémina cerró sus ojos, muchas veces lesionados por su pareja, agarró sus maletas para instalarse en el istmo donde una tía para que huyera de los puños de acero del obrero que un día le robó el corazón.



Se ganaba el sustento en un salón de belleza, donde desarrollaba sus habilidades y aconsejaba a las clientes detalles para mantenerse hermosa, además de cuidar de su piel.

Betty era un imán para los varones, casados, solteros, unidos y a los oídos de la mujer desfilaron promesas de palacios inexistentes, matrimonios por cualquier religión y fantasías dignas de la literatura.

Ella lloraba en las noches, recordaba el infierno vivido por su pareja, quien le atribuía los males por el color de su piel, en su mente se dibujaba las golpizas recibidas y que nunca se atrevió a denunciar.

Dependía de los ingresos de su marido, así que cualquier cosa menos recurrir a las autoridades para alertar sobre las acciones de su rubio quita frío.

Mientras que en Burunga trabajaba seis días a la semana, utilizaba una motocicleta pequeña para desplazarse, con su uniforme de pantalón negro pegado, camiseta negra y pocas veces maquillada porque no lo necesitaba.

La espectacular mulata rechazaba todas las propuestas de conquista, sencillamente porque no superaba el trauma de su última relación que la dejó herida hasta lo profundo de su corazón.



Al año de vivir Betty en Burunga, regresó Alfredo, recién graduado de la Universidad de Los Andes, en Venezuela, como químico, fue acompañar a su madre al salón de belleza y vino el flechazo.

El uno para el otro, la dama se puso nerviosa y él gagueaba cuando intercambiaron palabras. Todos en el local comercial se dieron cuenta de la situación y sabían lo que sucedía.

Se frecuentaron, Alfredo la llevó donde un psicólogo para que Betty superara el espantoso capítulo de la violencia protagonizado por su antiguo marido.

Una de cal y otra de arena, por todo Burunga se diseminó que la motociclista colombiana se empató con Alfredo, el hijo de la chiricana y el español de la fonda de la esquina.

Betty huyó del mal, no obstante, los demonios también viajan a cualquier parte del mundo y la única forma de derrotarlos en combatirlos.

Fotografías de RDNE Stock Project  de Pexels no relacionadas con la historia.

Pirata millonario

Al enterarse la población de la captura del pirata cibernético Andrés Palm, se sorprendieron por su modus operandi, la cantidad de bienes inmuebles, vehículos y miles de millones de pesos mexicanos que sumaban mensualmente un millón de dólares que logró hurtar.

El caballero tenía aspecto de tonto, usaba gafas, vestía sencillo con pantalón vaqueros, camisetas sin rayas, dibujos o figuras, zapatillas o tenis color blanco en su totalidad y con una gorra negra.

Andrés se diplomó de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) como técnico en informática, laboró en un banco durante dos años, sin embargo, por diferencias con su jefe lo despidieron y no le pagaron sus prestaciones.



En venganza, el varón se unió a un grupo de piratas cibernéticos, atacaban instituciones, páginas de organismos internacionales, de fuerzas armadas o cuerpos policiales.

No obstante, decidió que ya no laboraría para nadie y planificó dar varios golpes que le resultaron durante unos cuatro años.

Con su inteligencia, manipulaba transacciones bancarias en línea, clonaba tarjetas de crédito y saqueaba cajeros automáticos.

Una astucia casi insuperable, un resentimiento con la sociedad y cuando la policía allanó las propiedades descubrieron que fueron convertidas en asilos de ancianos, infantiles y gente sin hogar.



Repartía alimentos, medicinas y ropa, pero el origen del dinero no era legal, así que independientemente de su venganza, cometió delitos.

No llevaba vida de rico, aunque sufragaba algunos lujos como relojes Rolex, frecuentaba casinos y tenía una novia de 23 años que sabía toda la historia.

Andrés se declaró culpable de los delitos de hurto, estafa y falsificación, lo que provocó que el juez lo sentenciara a diez años de prisión en una cárcel de la Ciudad de México.

Por las calles de la capital mexicana se rumora que una vez cumpla parte de su condena, se la conmutarán con la condición de que labore en investigaciones federales para perseguir los crímenes que él mismo cometió.

Quienes argumentan este rumor se basan en que es un hombre inteligente en extremo, que su coeficiente intelectual solo lo posee el 4% de la población mexicana.

Mientras Andrés espera que eso ocurra, aprenderá mucho en su nueva vida entre los barrotes.

A su novia le metieron cuatro años de prisión por cómplice.

Fotografía de Luis Gomes y Sebastián PH de Pexels no relacionadas con la historia.

Venganza a los infieles

 Pedro era un incorregible trabajador de la construcción, quien residía en un cuarto de alquiler, en una vivienda de mampostería, mientras que su concubina, Roberta, se ganaba la vida vendiendo productos de belleza y cortando cabellos en el popular barrio de Santa Ana, Panamá.

El caballero, bebía a montón, mujeriego por excelencia y atractivo a sus 29 años, con dos hijos de su anterior relación y una niña con Roberta, sin embargo, cuando divisaba una presa, le caía como halcón en cacería.

A la calle 17, Santa Ana, llegó desde Barquisimeto, Venezuela, Oriana, de 21 años, una chama, blanca, delgada y atractiva, que robaba miradas de hombres amarrados o sueltos, aunque ella contaba con su media naranja, el tipo estaba atrapado en la tierra de Simón Bolívar porque le negaron el visado al istmo.



Oriana se dedicó a vender arepas, pintaba uñas, peinaba, maquillaba y laboraba en lo que pudiese con el fin de enviar dinero a su quita frío porque el hombre no laboraba en su país.

Pedro le puso el ojo a la migrante sudamericana, enfiló su infantería sentimental hacia la hermosa chama, no obstante, en un principio la dama rechazó cualquier tipo de propuesta hasta que vio el rostro de Jackson impreso en blanco, negro y verde.

La mujer sucumbió por sus necesidades, mientras que Pedro descuidó la atención de su hogar porque requería coronar, así no titubeó en subsidiar a su nueva conquista.

Todo iba bien durante cuatro meses hasta que una amiga de Roberta le comentó que su marido tenía un romance con la venezolana de las arepas, lo que generó que la engañada fuese a defender su honor de mujer ante la migrante.

Se jalaron por las greñas, se arañaron y dieron de golpes, los vecinos intervinieron para evitar una tragedia, pero los amantes no dejaron de frecuentarse.



Como Roberta estaba herida y humillada, llamó al Servicio Nacional de Migración (SNM) para denunciar que una chama estaba sin documentos y ejercía el comercio al por menor, lo que es prohibido por la Constitución Nacional.

Tres días después, un microbús del SNM se detuvo frente a Oriana, se bajaron dos inspectoras, le pidieron sus documentos, como no tenía papeles, la sudamericana lloró, fue esposada y subida al vehículo.

A la semana, Oriana estaba en el aeropuerto de Maiquetía Simón Bolívar, en calidad de deportada.

La acción enfureció a Pedro, se desarrolló una guerra verbal en el cuarto de alquiler de la pareja y el varón enamorado de un imposible, agarró sus trapos para residir donde su hermano en Parque Lefevre.

El triángulo amoroso se destruyó en su totalidad.

Imagen ilustrativa cortesía del SNM de Panamá no relacionada con la historia.

¿Y yo cuando?

Luis Jaén vivía su etapa de recién entrado en la tercera edad, acaba de recibir su jubilación, tras laborar varias décadas en una planta procesadora de productos avícolas, primero como obrero y luego fue ascendido a supervisor.

Varios de sus antiguos compañeros de trabajo tuvieron cita con San Pedro, personaje de quien todos hablan, sin embargo, nadie conoce.

El paso del tiempo atacó su figura, su faz arrugada con patas de gallina, las marcas entre los labios y la nariz, además de su frente con tres líneas horizontales, demostraban que las horas no perdonan.



Su esposa falleció cuando tenía 57 años, con dos hijos y cuatro nietos que lo visitaban a menudo para que no se sintiese solo en el caserón de cuatro recámaras en Rana de Oro, Pedregal, de la capital panameña.

En esa vivienda hizo su vida, crio a sus hijos con Claudia, una bocatoreña que fue no solo su compañera por 27 años, sino de labor en la planta procesadora de pollos.

Pasaba largas horas leyendo, viendo televisión, escuchaba la música de los combos nacionales, lo que lo transportaba a sus años de mozo, juventud divino tesoro, un cazador de chicas y guapetón.

Medía casi siete pies, de piel canela, abundante cabello negro y lacio, de formación atlética, era un imán para el sexo femenino hasta que conoció a Claudia, por lo que decidió declinar su talento de Don Juan.



Un día, mientras cortaba la yerba de su patio trasero, lo visitó Antonio para comunicarle que la supervisora, Sofía, falleció de un infarto y sería sepultada en viernes a las diez de mañana en la iglesia local.

Luis lloró, fue ella quien lo ayudó a ingresar al único lugar laboral donde ascendió de indio a cacique, cumplió el tiempo establecido por la Caja del Seguro Social (CSS) para retirarse y cobrar su cheque.

Sofía era toda una dama, su amiga del colegio, su confidente e hizo gran amistad con el esposo de su antigua jefa.

Durante el sepelio de la mujer, el jubilado descubrió que asistieron algunos trabajadores retirados de la planta, todos ya en la tercera edad, además notó la ausencia de quienes se adelantaron en el viaje al más allá.

Un duro golpe para Luis porque se fueron Alberto, Sofía, Claudia, Iván, Rogelio, John y Emilio, entre otros conocidos del caballero.

Mientras se hacía la señal de la cruz, el hombre se preguntaba: ¿Y yo cuándo?

Fotografías de Pavel Danilyuk y Orhan Pergel de Pexels, no relacionados con la historia.

Neutralizados a balazos

Narciso, conocido como Pata de caballo, de 23 años, era un reconocido antisocial residente en Barraza, un barrio pobre de la capital panameña, nunca agachó el lomo, pero siempre su cartera estaba llena de dinero y conseguía las mejores guialcitas del área.

El tipo, de cabello negro, baja estatura, ojos pardos y rostro acholado, usaba un diente de oro, leontina, zapatillas Converse, color blancas y su gorrita tipo Benny Moré.

Su especialidad era hurtar en las elegantes viviendas de la Zona del Canal, aunque cumplió en dos ocasiones sentencias en la penitenciaria de Gamboa, cuando salía de esa cárcel iba con sangre en los ojos para seguir su vida delictiva.



Residía con sus padres, oriundos de Veraguas, dos hermanos y una prima de nombre Sirena, también con aspecto acholada y un cuerpo escultural.

Parte del botín que sacaba el malandrín de sus operaciones ilícitas lo administrativa Sirena y sus tíos sospechaban del romance clandestino, sin embargo, no había evidencias.

Amanda, la mamá de Pata de Caballo, los vio mientras se daban un suculento beso y para evitar más conflictos familiares decidió enviar a su sobrina a Santa Fe de Veraguas.

Pasado un mes, el antisocial extrañaba a su pariente-pareja, así que decidió viajar para reencontrarse con su media naranja y trasladar su modus operandi a la capital veragüense.

Alquiló un cuarto, no obstante, como había que cancelar pagó los tres primeros meses, mientras que el caballero se juntó con dos malandrines y planificaron hurtar en la casa de un ganadero de nombre Carlo Martini.



Con la ayuda de un peón que odiaba los Martini, ingresaron a la finca del millonario de descendencia italiana, llegaron hasta la vivienda, se fueron hasta la habitación nupcial y los descubrieron.

Martini tenía experiencia en armas, formó parte de la Brigada Victoriano Lorenzo, de panameños que combatieron la dictadura de Tachito Somoza en Nicaragua.

El ganadero mató a tiros a Pata de Caballo, sus dos compinches y resultó ileso porque los delincuentes eran maleantes de poca monta, no conocían el manejo de pistolas o escuadras.

Sirena y Amanda fueron las únicas que lloraron a quien en vida llamaron Narciso, un ladrón de barrio que se fue al campo a robar y terminó siete metros bajo tierra.

Foto de Helena Lopes de Pexels  y la Policía Nacional de Panamá, no relacionadas con la historia.