Arroz con cebolla

En una humilde vivienda, ubicada en la urbanización San Antonio, en La Chorrera, Panamá, donde llovía esperanza de un mejor futuro, soplaban vientos de felicidad y se respiraba delincuencia, crecieron cientos de chicos y chicas, algunos terminaron como delincuentes y otros son profesionales hoy.

No había mejor momento que la hora de la comida con un racionamiento necesario para que los alimentos alcanzaran, una hojaldre, una molleja de pollo frita y un vaso de té en el desayuno.

El dinero no sobraba, mientras que a la hora del almuerzo y la cena se comía lo mismo, arroz con cebolla.

Un plato de arroz similar al que comen los marineros u obreros de la construcción porque necesitan energías para su labor con la fuerza, bruta, aunque en este caso se trataba de niños y dos madres solteras.



Doralis, tenía cuatro chiquillos varones y una niña, mientras que su amiga Samantha, tres niños e igual número de niñas, todos sedientos de alimentos, quienes comían el arroz con cebolla como si se tratase de un banquete navideño.

En total 13 bocas para alimentar, los tres golpes del día y aunque Samantha y Doralis, no eran parientes de sangre, la solidaridad, el hambre, las lágrimas y las ganas de luchar por sus hijos las unió hasta que la última falleció.

Hombres irresponsables que solo preñaban y desaparecían, al igual que sus parejas que se dejaban embarazar para luego tener dolores de cabeza correteando a los padres de sus hijos.

En el año 1976 en Panamá, ningún masculino iba preso por no mantener sus hijos, así que hombres humildes, clase media y los oligarcas tenían descendientes reconocidos o no y muchos nunca los atendieron.

Mientras que, volviendo al almuerzo, se servía el impresionante cerro de arroz, las cebollas eran cortadas en rodajas, se le agregaba sal, pimienta, vinagre y aceite, luego que colocaba encima del grano como decoración.

Ningún niño hambriento no ve esto en la comida, ya que requiere saciar su estómago, más cuando con el primer alimento del día no se satisface.

Pobreza a montón, zapatos rotos en las suelas, para rematar, uno de los hijos de Samantha se iba a la tienda del santeño para preguntar si no tenía un pan frío que le regalara, lo que le rompía el corazón al comerciante.



La frase quedó en todo San Antonio, y a Eduardo, como se llamaba el chico, le pusieron el apodo de pan frío.

Pero, en ocasiones, también se comía arroz con huevo, macarrones con carne molida, pollo o ensaladas, aunque el arroz con cebolla estaba en el menú unas tres veces a la semana.

Los ojos hundidos y el vientre hinchado producto de las lombrices por una inadecuada alimentación, era la nota característica en ese barrio.

Ni hablar de la leche Care que Estados Unidos entregaba al gobierno militar panameño, debido a que los niños desnutridos les causaba diarrea por su gran contenido de nutrientes. No la asimilaban.

Entretanto, detrás de la pequeña casa había un gigantesco patio que los carajillos usaban para jugar base por bola.

Con manillas hechas con cajas de cartón, pelotas de tenis, palos de escoba y otro madero para batear, las bases eran piedras, y no todos tenían las famosas manillas, sino que debían atrapar la bola con las manos desnudas.

Una enorme felicidad, a pesar de los Everest de necesidades, privaciones y trabajos que atravesó las dos familias.

El rico arroz con cebolla, un plato que nunca olvidaron, luego que los menores crecieron, algunos lograron graduarse de la Universidad para mejorar sus vidas y sus hijos viviesen en un mundo totalmente distinto.

 

 

 

 

'Te vi el cigarrillo'

Los años de la secundaria o universitarios son los mejores, primero por ser una época en la cual el individuo se forma, adquieren algunas experiencias de sus vidas y que se graban de forma imborrable en la mente.

Corría el año 1986, hubo una tarde de baile, en el gimnasio de la Escuela Profesional Isabel Herrera Obaldía (Epiho), con gran cantidad de chicas, tantas que se invitaba a varones del Instituto Técnico Don Bosco y la Escuela Náutica de Panamá (hoy Universidad Marítima Internacional de Panamá) porque los pocos varones de la Epiho no daban abasto.

Evidencia de ello es que el salón donde más varones había eran máximo 13, en los planes de bilingüe como cuatro alumnos y en Educación para el Hogar, ninguno.

Una banda incorregibles alumnos, ingresaba de forma clandestina cigarrillos y licores, mercancía que no solo era ilegal por tratarse de menores de 18 años y obviamente porque la actividad se desarrollaba en el colegio.



Para contrarrestar esto, un grupo de docentes hacía rondas con el fin de incautar el licor y los cigarrillos, pero los atrevidos jovencitos lograban esquivar a los profesores.

En ese baile estaba Plastiquito, El Metálico, Rayao, Rigo, Cesarín, Costa Rica e integrantes del famoso Clan Fuga, cuyo licor oficial era el ron Bacardí.

La afición por la fiesta era tan grande que a uno de los compañeros lo apodaban Bacardí porque no se perdía una rumba.

Todo un rosario de damas, los caballeros se daban banquete y el lujo de escoger esta sí o esta no, porque, a pesar de las invitaciones a los colegios mencionados, se quedaban cortos de masculinos y sobraban chicas.

Las mirabas con los brazos cruzados con ganas de bailar o esperar que un varón la eligiera. Si era fea se jodió.

En el centro de baile Plastiquito, El Metálico, Rayao, Rigo, Cesarín y su banda hacían de las suyas con licor y los famosos blancos.

Cortejando las alumnas del plan B (bilingüe) o las de Educación para el Hogar, que poco frecuentaban a la banda de diablillos del Clan fuga y los protagonistas de esta historia.

Plastiquito andaba alerta porque chifeaba a una de sus novias (tenía varias) y El Metálico, detrás de Lucrecia, una chica blanca, herrerana que lo volvía loco, mientras que Rayao con sus locuras de siempre.

Lo que no contaron los traviesos era que los profesores organizaron un grupo de alumnas como agentes encubiertos para pillar el contrabando de licor y tabaco.



Ellas eran sus ojos e ingresaban en el tumulto de parejas que bailaban, fumaban y bebían sin causar sospechas. Una excelente idea.

Una de las espías era una señorita blanca, cabello castaño claro, ojos avellana y de baja estatura, sorprendió a Plastiquito cuando recibía un cigarrillo de Cesarín, y la dama dio la voz de alerta.

-¡Te vi el cigarrillo!-, gritó, luego llegaron dos estudiantes más.

Plastiquito quedó sorprendido, posteriormente se presentó el profesor Valdés (de música), se acercó dónde Cesarín y le extendió la mano derecha al estudiante.

Con rostro de cabreado, Cesarín introdujo su mano derecha en el bolsillo y sacó un paquete de Marlboro rojo para entregarlo al docente.

Valdés hizo un gesto de desaprobación con su cabeza, dio la media vuelta y se marchó.

El lunes siguiente, antes del canto del Himno Nacional, los famosos del colegio y unidades del Clan Fuga comentaban los hechos.

Por ironías de la vida, la agente secreta pasaba, miró a Plastiquito, El Metálico pensó en molestar la paciencia.

-Te vi el cigarrillo-, gritó El Metálico.

Todos soltaron la carcajada e incluso la jovencita que pilló a Plastiquito.

La frase quedó grabada de por vida.

Panamá (Te extrañaré)

Por: Hermógenes  L. Mora

Un buque atraviesa el canal

en busca del océano, de la vida, de la libertad.

Sigo con la mirada su larga estela,

que poco a poco, es devorada por el horizonte

en el brillo callado y apacible de tus aguas.

Dejad que me pierda solo un instante

¡Oh patria!

Permitid que llore la tristeza, que me causa dejarte,

dejad que goce la aventura del retorno,

allá, donde paciente espera mi tierra y mi gente.

Yo no me voy para siempre. Por siempre me quedo.

Os dejo mis letras, en la gran biblioteca me quedo.

En las marcas que dejo,

en las montañas y senderos que recorrí.

En el joven, en el viejo

en el árbol que planté; en las personas que conocí.

 


En tus serranías, ¡oh India Dormida!

¡Allí me quedo!

En tus cascadas, en tus aguas frías.

¡Bendito Sosa, que con sus letras te inmortalizara!

Benditos caminos y senderos de la tierra panameña

que en compañía inolvidable recorriera

a pasos ligeros entre el verde de tus bosques,

¡Oh patria bendita!

Amelia, fiel defendió tu soberanía

con “Patria” te inmortalizó Miró

y yo, con estos humildes versos

que perfuman mi alma de melancolía

me voy, ¡oh patria istmeña!

llevando en la sangre: “amor grande por ti”.

 

Panamá, 23 de julio 2021


'Enloquecí por Mía'

Estaba recién llegado de Boston, donde terminé mis estudios secundarios, no quería estar más en Estados Unidos, así que a escondidas hice los exámenes para ingresar a la carrera de producción de cine y televisión.

Pasé, me matriculé en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, cuando mis padres se enteraron, pegaron al grito al cielo porque su plan era enviarme a Oxford, Reino Unido.

Disculpen por no presentarme, soy Alberto Galindo Arias, un joven que algunos nos califican de rabiblancos u oligarcas, por nacer en cuna de oro, tengo 19 años, me gustan las chicas exóticas, ni rubias, ni blancas.

Mido 1.80 metros, rubio, ojos verdes, delgado, estudié en el colegio La Salle hasta sexto grado, luego mis padres me enviaron a Boston para perfeccionar mi inglés y prepárame en los negocios familiares.



Nada de eso me interesó, soy aventurero, loco, bohemio, de vez en cuando fumé monte para que mis ideas fluyan hasta que conocí a Mía, en la facultad.

La vi en el salón, sus ojos profundamente tristes y oscuros me llamaron la atención, su cuerpo de guitarra y la dulzura de su voz me enloquecieron.

Era muy pobre, vivía en una casa en Veracruz, Panamá Oeste, habitada por 15 personas, tenía un novio de la etnia guna, ella lo es también y empezó mi lucha por conquistarla.

Todo el salón sabía que me gustaba Mía, aunque ella pensaba que solamente la quería para sexo, luego abandonarla y no era así.

A los dos años de conocerla me enteré de que su novio embarazó a una paisana, ella lo dejó, lo que significaba que era mi momento para caerle, así que, durante las novatadas del 2010, fui como buitre con la chica guna.

Demoré en enamorarla, al final lo logré porque le demostré que aspiraba a una relación de novios, no de cama y Mía se hizo mi novia, a pesar de la oposición de mis padres.

Mis papás tenían una pareja para mí, con dinero y posición social, no obstante, no era de mi interés casarme con una mujer blanca porque en Estados Unidos, tuve una novia vietnamita.

En el club Unión se escandalizaron porque el hijo de los Galindo tenía una novia guna, no rabiblanca  e integrante de la alta sociedad, como dicen ellos.



Sabía que las cosas irían mal, conseguí un trabajo en una publicitaria en producción para aprender, Mía también en una empresa de venta de carros como asistente ejecutiva.

Nos cambiamos de turno para ir a clases en las noches, mis padres me presionaban para que dejara a Mía y me empatara con Lucrecia Hansen, del famoso club de ricos, pero me negué hasta que pasó lo impensable.

Mi novia tenía dos meses de embarazo, me fui de la casa para vivir con Mía, nos casamos en secreto, al enterarse mis papás se armó la gorda, amenazaron desheredarme y me dio igual.

Pasaron tres años, mi esposa tuvo un hermoso bebé bautizado con mi nombre, mi familia no se comunica conmigo, aunque me duele algún día deben comprender que el dueño de mi futuro y mi vida soy yo, no ellos.

Entre altas, bajas y con algunas necesidades sigo con mi mujer porque al final del camino, enloquecí por Mía.

Imagen de mujer cortesía de Dreamstime y no relacionada con la historia.


Pelea de travestis

Un círculo se formó en la populosa zona de Plaza Amador, con vecinos que compraban la polla ciega, jubilados, chiquillos que birriaban balompié en el cuadro, vendedores ambulantes y otros que reían al observar el hecho.

Dos travestis salieron de la cantina 7 Amores, ubicada en la esquina entre Calle 17, y la Calle B, en el corregimiento de El Chorrillo, para arreglar sus diferencias por un cliente del local.

Cristal, le reclamaba a Estrella que le quitó a un machigua que la acompañaba a beber cervezas y pagaría la suma de cinco dólares por un rato de placer en una de las pensiones baratas de Santa Ana.

Estrella lo negaba a gritos, argumentó que cuando entró al antro, el cliente se encontraba solo, le hizo una mirada sugestiva y fue correspondida.



La primera era de raza negra, de mediana estatura, con senos creados por hormonas femeninas de pastillas, ojos pardos y cabello rubio (peluca), mientras que la segunda era acholada, de mediana estatura, cabello lacio, ojos oscuros y sin trasero.

Corría agosto de 1976, cinco dólares era una suma que hoy es irrisoria, sin embargo, para esa época los alimentos eran baratos y podías ir a la tienda para adquirir comida.

Entretanto, un vecino de Plaza Amador, intervino para evitar la riña, pero Estrella le pidió que no se metiera en peleas de mujeres, lo que provocó que el caballero se apartara.

Ambas se gritaron toda clase de insultos, cloacas, se cagaba en las madres que las parió, sus labios se transformaron en una gigantesca cloaca por la cantidad de palabras de grueso calibre pronunciadas.

De pronto, se acercó Cristal, tomó por el cabello a Estrella, esta hizo lo mismo, aunque, solamente le quitó la peluca para dejar al descubierto sus negros cabellos de afro.



El círculo se amplió para dar espacio al circo barato de pueblo.

Los niños gritaban que le diera duro, que le halara más el cabello, los  adultos reían y los jubilados que dejaron la fila para comprar la polla ciega comentaban sobre la pelea.

Estrella, con sus largas uñas pintadas de rosa, arañó a su contrincante que la soltó para tocar su rostro lesionado.

Cristal amenazó con sacarle la madre y enviarla al hospital.

-Te estoy esperando, ven-, respondió Estrella.

El travesti de raza negra, le metió una zancadilla a la cholita, cayó al pavimento, aunque de inmediato se levantó.

Sabía que era imposible tomar por los cabellos a Cristal, así que cambió de estrategia.

-Vamos a pelar como hombres carajo-, gritó Estrella.

Se cuadró y le metió un derechazo a Cristal que la dejó en la calle.

Todo el público soltó la carcajada, nadie se metió, luego una ronda policial a pie (ya fue eliminada) que recorría el barrio vio la novedad, detuvieron a los travestis y llamaron a una patrulla para trasladarlas a la corregiduría.

El disputado cliente se esfumó y ambas rivales fueron multadas con 25 dólares por riña callejera.

'Se jodió la vaina'

El capitán Isaac Velarde quedó impresionado cuando llegó un fax con copias de los pasaportes de cuatro colombianos que solicitaron arrendar tres helicópteros para usarlos en fumigación de sembradíos en Los Santos, en agosto del año 1999.

Presuntamente, era una nueva empresa dedicada a esta faena, pero Velarde sospechó porque uno de los nombres no correspondía a la real identidad de los clientes.

Lo que no sabían los extranjeros era que todas las solicitudes de alquiler de naves eran trasladadas hacia el Servicio Nacional Naval para su verificación.

Uno de los pasaportes tenía el nombre de William John Arismedi Molina, pero no era su identidad correcta, el capitán panameño lo reconoció como Jahiro Restrepo, su compañero en la academia José María Córdova, ubicada en Antioquia, Colombia.

De inmediato, alertó a sus superiores y la empresa, quienes explicaron que los sudamericanos estaban en una isla en Colón.



Entretanto, en el Caribe panameño, unos ocho hombres esperaban impacientes la llamada de la compañía que alquilaría los helicópteros, no con idea de fumigar, sino de transportar abundante material bélico.

Pistolas, fusiles rusos AK-47, estadounidenses M-16, balas, granadas, chalecos, uniformes de selva, cascos, güisqui, ron y alimentos.

Se trataba de integrantes del Bloque Córdoba de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para combatir las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

La guerra en Colombia se trasladaba a Panamá, no era nuevo, no solamente en Darién y Guna Yala, sino en otros lugares para abastecerse, vía aérea o marítima, de armas, municiones y comida.

Paralelamente, mientras los paramilitares de derecha esperaban con impaciencia el visto bueno, durmieron tres días en carpas, hasta el cuarto día, casi amaneciendo, se escuchó el sonido de varios helicópteros.

Era la aviación y la naval estatal que iban en busca de los extranjeros.

Restrepo vio con sus binoculares, los aparatos aéreos y las lanchas, corrió para alertar a sus camaradas.

-Se jodió, la vaina. Se jodió la vaina-, decía en momentos que tomó un fusil M-16 para enfrentar a las autoridades.



Tres lanchas se acercaron a la playa, una docena de hombres se bajó de cada una, tomaron posiciones, los helicópteros sobrevolaron los ranchos improvisados y por una alta voz se les pedía que se rindieran.

La superioridad era inmensa, los colombianos se rindieron, la noticia se conoció y el caso pasó al Ministerio Público para su investigación.

Tras tres años en detención preventiva, vino la audiencia preliminar (en esa época regía el sistema penal inquisitivo) y la defensa de Restrepo, logró conseguir una medida cautelar de casa por cárcel, ordenada por el juez.

Pasaron dos años más, entre recursos judiciales y nada de juicio, Restrepo se evadió vía marítima por Puerto Obaldía con un pasaporte falso.

Cuando vino la desmovilización de los paramilitares, fue libre totalmente, aunque estaba en la mira de la guerrilla y sus propios compañeros para que no abriera la boca.

En el 2006, el Restrepo fue liquidado con varios balazos en Medellín, presuntamente ordenado desde una cárcel en Bogotá por pugnas internas y nunca encontraron a los responsables.

Así terminó los días de un mando medio de las AUC.

Imágenes cortesía del Servicio Nacional Aeronaval (Senan).

La madrastra sexi

Isabel y Eduardo, establecieron su nido de amor, en una vivienda en Costa Verde, ubicada en La Chorrera, Panamá Oeste, una urbanización de clase media alta, ya que ambos como abogados gozaban de jugosas entradas de dinero.

Ella era juez de garantías, mientras que él laboraba como defensor público, lo que se traducía que ambos sumaban un salario de 10 mil dólares mensuales, nada malo para otros que sudaban la gota gorda con reducidos ingresos.

Se conocieron en el Órgano Judicial, como era lógico, él asistía a audiencias para defender clientes sin dinero, cuya representación legal la pagaban los contribuyentes panameños.

Una dama atractiva, alta, de piel canela, cuerpo sexi, cabello negro lacio, labios delgados, ojos pardos y que llamaba la atención, mientras que su pareja es alto, blanco, ojos oscuros, cabello negro lacio y cuerpo atlético.



Los dos asistían al gimnasio, así que están en forma, la fémina lucía excelente sus 45 abriles, mientras el marido ya casi llegaba a los 60 años, pero con cuerpo de luchador.

Isabel tenía una hija de 21 años, quien residía con su padre en Buenos Aires, donde estudiaba producción de cine, mientras que Eduardo dos hijos varones, uno casado y otro soltero.

La pareja tenía sus altas y bajas, peleas, ella era muy celosa porque el caballero era acosado, tanto por jovencitas como mujeres maduras, aunque él sabía manejar los sentimientos de su mujer.

Ya con un año de vivir juntos, llegó a la vivienda, William, el hijo menor de Eduardo, de 28 años, soltero, tímido, sin novia, ingeniero civil de profesión, residía en Santiago de Veraguas, donde laboraba en un proyecto carretero millonario.

William conocía a su madrastra por fotografías hasta que cuando ingresó a la hermosa vivienda y quedó impactado con el físico, la voz y la mirada de imán de la mujer madura.

Fue un flechazo desde primera vista y nada ni nadie podría detener los sentimientos del ingeniero.

En este caso, viene como anillo al dedo la frase de que tres son multitud.

William es el clon de su padre, físicamente hablando, pero casi un pendejo que en su vida tuvo dos o tres novias, no sabía bailar, leía, escribía cuentos de terror y se dedicaba a otras faenas.



Transcurrieron cuatro meses desde la llegada de William (venía una vez al mes), quien jamás le faltó el respeto a la mujer de su papá, este tampoco sospechaba y a la dama le gustaba el jovencito, sin embargo, marcó su distancia para evitar problemas.

El diablo es puerco, las tentaciones son difíciles de evadir y los gustos exóticos atraen como imán, lo que hace inevitable los encuentros cuando el propio sentimiento los pide a gritos en la mente.

Durante un asado en la casa de la familia, con abundante tequila, güisqui, cerveza y ron, los asistes bebieron y comieron como cosacos.

El primero en caer fue Eduardo, pasado el alcohol, luego los asistentes se marcharon para que Isabel junto con William limpiaran el desastre dejado por los invitados.

Cuando el joven estaba en la cocina, Isabel fue a llevar unos vasos de vidrios, lo miró con deseo, William, quedó inmovilizado, ella se acercó y su hijastro la besó intensamente.

Sin decir una palabra, la tomó de la mano para llevarla a su habitación, donde se convirtió en un corderito alimentándose de las mamas de la fémina madura.

Besos, caricias, abrazos, ella tenía destreza en la mano, el alcohol solo fue una excusa para lo que ocurría inexorablemente.

Réquiem por una madrasta sexi no era lo correcto, no obstante, cuando terminaron las dos horas de lujuria y pasión, al día siguiente William se marchó a Santiago de Veraguas.

Un pecado, un secreto, nadie debía saberlo, Eduardo ni cuenta se dio, seguía con su mujer a todos lados y su hijo lejos, sin deseos de visitarlo porque la conciencia le remordía.

Las cancheras

Yasuri y Misuli, son dos chicas, de 22 y 24 años, vecinas de Cabo Verde, donde abunda la pobreza, la carencia, la falta de cultura, educación y una zona peligrosa en extremo si entras sin alguien conocido del barrio.

Ninguna trabajaba, tenían maridos de ocasiones o masculinos que le ofrecían entre 20 o 30 dólares por una hora de placer para estallar la testosterona, saciar la lujuria y descargar el volcán interno.

Sin duda alguna, eran atractivas, Yasuri, es una culisa, pocotona, con nalgas y pechos enormes, mirada falsa y de imán, ojos pardos y cabello negro corto, mientras que la segunda es blanca, ojos miel delgada, senos pequeños y bien parados y una abundante cabellera castaño oscuro.

Ambas usaban su físico para atraer clientes por las inmediaciones del corregimiento de Calidonia, en la capital panameña o por la Plaza 5 de mayo, donde abundan los bares.



Sus víctimas eran los masculinos que frecuentaban los antros de mala muerte del área.

Ellas les hacían insinuaciones de alto calibre a los hombres bebidos, los que aceptaban eran trasladados a una esquina, cualquiera de las dos les bajaba la cremallera y la otra le quitaba la cartera o revisaba los bolsillos.

Muy famosas en la zona, inseparables, en ocasiones Yasuri salía a “trabajar” sola y Misuli le cuidaba los dos hijos, cuyos padres eran dos varones distintos del mismo barrio.

Vivir en los ghettos no es fácil, balaceras, riñas de hombres o mujeres, olores fétidos, basura a montón, música a todo volumen a cualquier hora y día de semana y abundante droga.

Yasuri y Misuli, son las dos mujeres típicas que los zaguanes absorbe, se niegan a buscar un futuro mejor para ellas y sus familias, quieren comodidades, vida fácil o dinero mediante delitos o su vulva.



Pero no todos en las áreas pobres son delincuentes, ya que existe gente que se prepara para salir de las carencias y la inmundicia que los rodea.

Era tres de noviembre de 2021, las chicas se preparaban para “laborar”, activaron su “modus operandi”, le cayeron a un buay que salió de la Saoco hasta la zapatilla en licor fuerte.

Un hombre acholado, de baja estatura y con una mochila, andaba por los quioscos que abundan por esa zona cuando se le apareció Misuli.

La víctima primero se metió al casino que está frente al Mercado de Buhonería de Calidonia, se ganó 600 dólares y posteriormente ingresó a la Saoco a celebrar, donde estaban las cancheras y lo vieron contar el dinero.

Al escuchar la propuesta de hacer un trío, al cholito le brillaron los ojos y aceptó pagar 30 dólares a cada dama por la ponchera.

Supuestamente, se iban a la pensión que está al lado de la farmacia Britannica en calle 25 Calidonia, pero al casi llegar, Yasuri se colocó frente al hombre, lo besó y Misuli introdujo su mano derecha en el bolsillo izquierdo del masculino.



Lo bolsearon, se llevaron un botín de 540 dólares y corrieron con destino a la antigua empresa de hielo.

Sin embargo, lo que desconocían las féminas era que todo fue captado por las cámaras de seguridad del Municipio de Panamá y la Policía Nacional (PN) porque trabajan en conjunto.

Muertas de la risa, estaban en la esquina de calle 26 este y la avenida Perú, donde dos patrullas las interceptaron y detuvieron.

Las trasladaron a la estación de policía para ser entregadas al Órgano Judicial para su proceso legal por robo.

El golpe no resultó y ahora pasarán unas vacaciones en la cárcel de mujeres donde podrán reflexionar sobre su futuro.

Imágenes cortesía del Municipio de Panamá y el Ministerio de Gobierno.


El sofá y yo

Mi primo Fausto murió en una tragedia automovilística en Lima, Perú, donde vivía desde hace 20 años, tras casarse con Milagros Paniagua, una limeña periodista y abogada que conoció en un congreso en Panamá.

La mujer de mi pariente, me notificó de la triste noticia y me pidió que hiciera un inventario de la casa que él arrendaba en Santa Clara, corregimiento de Juan Díaz, donde yo viví cinco años mientras estudiaba administración de empresas.

Encontré la propiedad en buen estado, solo con algunas fallas en el techo, plomerías y daños que son normales por el paso del tiempo. Sus antiguos habitantes la cuidaron bien.

Fui a la parte trasera, vi el rancho que mi tío construyó y donde protagonizamos muchas parrandas, con chicas de mi facultad y la de él (mi primo), principalmente cuando el viejo se marchaba a Bocas del Toro, donde nació.



El muro necesitaba reparaciones, presentaba algunos musgos, rasgaduras, faltaba cortar el monte, el bar se encontraba intacto, la pequeña piscina requería algo de mantenimiento, pero hubo algo que me llamó la atención.

Un sofá, color azul para tres personas, que cuando residía allí lo colocaron en la segunda sala, se notaba carcomido con el paso de las horas, aunque mantenía en algunas partes su color del mar.

Las flores se veían, algunas opacas, rosas rojas, otras rosadas, presentaba huecos, parte de la madera comida por la polilla y aún sobrevivían los cojines rojos, ya desgastados.

Solo sonreí porque recordé que allí en ese mueble hice muchos “mates” con novias, compañeras de la universidad, vecinas y loquillas que conocía de momento y las traía para darle “materile” como decimos en el istmo cuando le hacemos el amor a una dama.

Lo acaricié, casi lloré y recordé muchos nombres de féminas que me dieron su amor, sin embargo, las desprecié por inmadurez, juventud y solo pensar en sexo.

Al voltear para entrar a la vivienda escuché una voz.

-¿A dónde vas?-, oí, creí que  me volví loco porque supuestamente estaba solo, giré mi cabeza en círculo para buscar el origen del sonido y luego di un paso cuando me hablaron.



-No te vayas, soy el sofá. ¿Acaso no me recuerdas? Soy tu conciencia, tu voz interna, me hiciste un kilombo, una casa de ocasión, un prostíbulo y aún tengo tus productos lácteos en mi piel-.

-¿Un sofá que habla?-.

-Como quieras calificarlo, un sofá, tu conciencia, tu pasado, tu historia. Aquí vi mujeres, besarte, llorar, las encuerabas, sexo oral y te burlabas de algunas, escuchaba tus pláticas cuando les decías que no más-.

-¿A ti qué carajos te importa cuántas mujeres me tiré?. Eres solamente un sofá. Fuiste mi cama o soporte de lujuria de juventud-.

-Presta atención, es la primera vez que platico. ¿Has escuchado la frase de que si este sofá hablara? Pues lo hago. ¿Recuerdas Rubiela, Sofía, Teresa, María Cristina, Estefanía y un montón que te cogiste mientras yo escuchaba todo?

¿Y a ti que mierda te importa?-.

-¿De qué te sirvió? Tienes 50 años, sin hijos, no maduras, ya no eres un cóndor cazador, estás viejo, no tienes vivienda propia, ni un legado que dejar en este mundo-.

-Insisto que no es tu asunto. Mañana llamo para que te desmantelen, no jodas y te vayas a la misma mierda. Recuerda que soy Vicente Gómez, un macho de pura cepa-.

-Hazme leña si quieres. Te lo digo en tu cara, recapacita, aún estás a tiempo de hacer un giro en tus días.

El sofá calló y me puse a llorar porque nadie nunca hizo una radiografía sobre mí loca vida e inmunda  en tan poco tiempo 

Poema a la Santa Compaña

 


Por: Michelina Rossi

Por siglos y milenios,

La Santa Compaña

Ha recorrido los bosques sagrados de Galicia

En el día de los difuntos.

Son almas en pena

Que caminando en santa procesión van

Con túnicas negras

Y cadenas de presos sonoras 

Anuncian su fantasmal presencia

Por los pueblos y montañas gallegas

Buscando a algún desprevenido aldeano

Para sumarlo a su marcha de huesos y osarios caminantes.


Secuestro burlesco

El propio estado mayor de las Fuerzas de Defensa de Panamá (FF. DD.) no tenía idea de lo acontecido con el secuestro del empresario y banquero, Luis Thomas, mientras salía de uno de sus negocios, ubicado en la Zona Libre de Colón, en el caribe panameño.

Un caballero de esta talla, con ciudadanía panameña, estadounidense e israelí, fue sacado del país sin que los militares, quienes gobernaban con mano dura en 1987, se dieran cuenta, lo que representaba una burla a toda la seguridad estatal y la inteligencia en el G-2.

Ya habían pasado seis meses, los familiares de la víctima no contactaron más a los uniformados, sin conocer el paradero de un hombre poderoso, popular y querido en el país.

Los investigadores, en ese momento del Departamento Nacional de Investigaciones (Deni), concluyeron que solamente los grupos armados revolucionarios contaban con la astucia para llevar una operación arriesgada en extremo.



No era de extrañar, el centro bancario del istmo y su famoso “secreto bancario” permitía que dictadores, grupos de derecha e izquierda, espías, narcos y disidentes, depositar millones de dólares sin muchas preguntas.

Aunque con el tiempo los bancos aplicaron la política de “conozca a su cliente”, antes eso no existía y los depositantes eran bien recibidos, no se podía investigar ni en Panamá, ni desde el exterior porque el famoso secreto no lo permitía.

En todos los cuarteles de la FF. DD. había una foto de Thomas, con su nombre abajo, sin embargo, eso no servía de nada porque el hombre no estaba en Panamá.

Estados Unidos e Israel, informaron al gobierno panameño sobre la preocupación que un ciudadano de esas naciones fuese secuestrado y no había noticias.

Al año de la privación de la libertad, un hombre arribó a Panamá con un pasaporte boliviano con el nombre de Manuel Pavel, ingresó normalmente, tomó un taxi y salió de la terminal aérea.

Días después, los familiares informaron en los periódicos que la víctima fue liberada, que no pagaron rescate, estaba sano y salvo, pero nunca escuchó una voz de sus secuestradores.

Los tres oficiales de migración de turno esa noche y que no reconocieron a Thomas, fueron despedidos de sus cargos, ya que su fotografía estaba en las oficinas de la entidad y que ese tiempo formaba parte de las FF. DD.



Familiares de Thomas contaron que lo metieron en una habitación, sin ventanas, con un sanitario, un sujeto encapuchado le pasaba la comida, cada mes un médico lo visitaba para cuidar su salud, lo que se deducía que lo necesitaban vivo.

Explicaron que solo había un tragaluz lejos para escalar o una fuga imposible.

Con el pasar del tiempo, los investigadores supieron, por la inteligencia colombiana, que el origen del delito se inició cuando Jaime Bateman, el líder guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19), murió en un accidente de avión en Darién.

Venía supuestamente a conversaciones de paz secretas con el gobierno colombiano, acompañado por el político derechista y piloto de la nave, Antonio Escobar Bravo. Nueve meses después de la tragedia, sus cuerpos fueron descubiertos.

Representantes del M-19, vieron a Panamá a reclamar el dinero del grupo insurgente, unos 10 millones de dólares depositados en el Banco de Fomento e Inversión, que fundó el abuelo de Thomas.

En el banco, les informaron a los guerrilleros que las cuentas cifradas no existían, lo que molestó a los revolucionarios, luego la cúpula del M-19, decidió secuestrar a Thomas hasta que pagara el dinero y los intereses.

Al final, el banco soltó la plata, liberaron al comerciante y los militares en el poder fueron totalmente burlados.

Siempre hay uno más astuto que el otro. Eso nos muestra la vida.


Fotografía de Jaime Bateman, cortesía de Wikipedia y del tragaluz de Dreamstime.