La chama

Cuando María del Carmen Ledezma llegó a vivir a un cuarto de alquiler de la calle décima, Vacamonte, revolucionó a los vecinos, principalmente a los hombres, casados o solteros, mientras que fue blanco de odio de las mujeres locales.

De 40 años, cuerpo de guitarra, cabello negro, blanca, ojos pardos y trasero gigantesco era deseada, tanto por jóvenes como por masculinos de su edad, pero la fémina era casada en su natal Punto Fijo, Venezuela.

Con el bloqueo económico, las sanciones impuestas por EEUU y Europa, más las cagadas del gobierno revolucionario en materia económica, todo se fue al piso y muchos chamos o chamas se vieron obligados a emigrar.

María del Carmen se ganaba la vida con la venta de arepas, empanadas y arroz con leche, se instalaba en la entrada de Vacamonte con el fin de hacer algunos reales, pagar sus gastos y enviar dinero a su patria.



Ella sudaba la gota gorda en Panamá, sus hijos varones de 21 y 19 años, residían y laboraban en Quito, Ecuador y en Punto Fijo estaba su marido gozando con guaro, mujeres y campana los dólares que su esposa le enviaba.

El marido de la chama, identificado como Luis Alberto Pereira, se tiraba al culo toda la plata que su mujer le mandaba, los vecinos sabían que andaba con una amiga de su hijo mayor, 21 años menor que él, y lo tenía comiendo de la mano.

Una vecina, molesta por la situación, telefoneó por el móvil a María del Carmen para contarle y le remitió fotografías de veterano con la pollita en un bar.

Víctima de la infidelidad, la mujer decidió no enviar más dinero a su marido, ya que la casa estaba paga, sus hijos ya eran mayores y no tenía ningún compromiso con el chulo de su esposo.

Un sábado decidió ingresar con una vecina, al billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte, había una orquesta de salsa que interpretaba canciones de Oscar De León, así que la extranjera se sintió identificada.

Le llamó la atención el cantante de la Orquesta, “Los que se van”, un tipo de 30 años, de piel canela, se afeitaba la cabeza, delgado, ojos pardos y con ambos brazos tatuados.

“Chito”, el intérprete, también le gustó la mujer, quien se notaba que ya era madura, pero sexy y eso no le importó al artista.

El hombre era soltero, pero eso acabaría pronto, carecía de experiencia sexual y la sudamericana lo pondría a vivir intensamente.



A los tres meses el buaycito se mudó a una casa en calle tercera Vacamonte con su venezolana.

Se dice que cuando una pareja es nueva, no descansan y todos los días “bicicleteaban”, con distintas posiciones, gritos y gemidos, que toda la calle sabía que la pareja hacía el amor debido al escándalo.

Las amigas de María del Carmen le llenaban la cabeza con estiércol para que abandonara al cantante, ya que era un limpio y no le proporcionaba dinero, aunque ella se negó.

“Chito” dio y dio hasta que la mujer se divorció, al año de estar con ella, luego tuvo “leche” y lo escuchó un agente que le ofreció grabar salsa en Puerto Rico y radicarse, entre la isla y Nueva York.

El hombre aceptó, pero puso como condición que no se iría solo sino con su mujer, lo que agente no tuvo más remedio que aceptar y les arregló los documentos a ambos, ya casados, y se fueron a la tierra del Borinquen.

“Chito” se volvió famoso en la isla y la gran manzana, regresaba su barrio con su chama al lado, mientras las antiguas amigas chismosas y envidiosas, la odiaban.

Ella no fue interesada como las vecinas, surgió y sus examigas se quedaron en el mismo lugar sin salir del túnel oscuro.

 

Solo películas

Lisa Becker, salió de su pueblo natal, Lima, Montana, en Estados Unidos, un lugar de no más de 300 residentes, donde el futuro era incierto y la gente no quería quedarse.

Rodeado de desierto, montañas y terrero duro, la estadounidense fijó su objetivo en Los Ángeles, California, con el propósito de hacer una carrera de actriz, ganar millones de dólares y ser famosa.

Delgada, ojos azules, pelirroja, alta, senos medianos, con gafas y encantadora sonrisa, sus antepasados eran alemanes que llegaron a los territorios del oeste y centro que el presidente James Polk, le arrebató a México en el tratado Guadalupe Hidalgo (1848), tras una revuelta en Texas arreglada y luego una guerra bien planeada.

Sin embargo, Lisa llevaba dos años trabajando como bailarina exótica en uno de los Hustler Club, en la ciudad californiana, mientras su realidad se alejaba de sus sueños, ella no perdía la esperanza.



No conseguía trabajo en el cine, en la tv o el teatro, tomaba cursos de actuación y solamente le ofrecieron un papel como oficial de policía en una película de pornografía, pero la joven lo rechazó bajo el argumento que no era una puta.

Los 10 mil dólares que le ofrecieron por la escena de 20 minutos tampoco era rentable.

Ganaba más dinero en el club porque un día malo se llevaba 500 dólares que los incautos y sedientos masculinos le colocaban en sus medias o el calzón sexy que usaba para bailar.

Persuadida por las películas de Hollywood de unas calles limpias, una ciudad cosmopolita, hermosa y trabajadores de la construcción con vehículos convertibles, se lanzó a la conquista de la fama y fortuna.

Pero al llegar a Los Ángeles vio una escena totalmente distinta como drogas, pandillas, racismo, migración bárbara de mexicanos y centroamericanos, brutalidad policíaca y precios de alquileres por las nubes.

Louis Manuel, gerente del club, la vio en un restaurante de comida mexicana en el centro de LA y le ofreció trabajo, tras lavarle el cerebro con sueños de mucha plata y una posible puerta de entrada al destructivo mundo de la actuación en Hollywood.

Se convirtió en su bailarina favorita y luego en su mujer de ocasión, por lo que la dama vio el romance como algo normal porque no tenía familia en la gigantesca ciudad.



Transcurrió un año más y todo seguía igual, hasta que al local llegó Rodrigo Sánchez, un periodista mexicano que fue a California para buscar material de los indocumentados que cruzaban la frontera.

Se conocieron, ella le contó su triste historia, no despegaba y el hombre intentó animarla, no obstante, la dama lloró y el hombre la abrazó sin ninguna mala intención.

Louis Manuel vio la escena y se llenó de celos, pero no hizo reclamos.

Rodrigo y Lisa se citaron, se vieron en varios puntos de LA, como el parque MacArthur, fueron a Medieval Times en Buena Park, y a Disneylandia en Anaheim.

El gerente era un promiscuo, tenía un secreto terrible que era portador VIH, se lo contagió a Lisa y ésta a su vez al mexicano.

Cuando atacó el mal, dejó a Louis Manuel en un hospital, también a la aspirante a actriz, quien le avisó a Rodrigo Sánchez que estaba contagiado.

Louis Manuel y el mexicano fallecieron de un paro cardiaco, mientras que Lisa Becker, logró salvarse con la triple terapia, pero se hundió su sueño de ser actriz.

Su vida se convirtió en argumento para una película.

El hombre lobo de Vacamonte

La gente de calle tercera Vacamonte no veían bien a Claudio Sánchez, un laopecillo de 24 años, de tez canela, baja estatura, ojos pardos, abundante cabello lacio, color “sal y pimienta”, a pesar de edad.

El imberbe se ganaba la vida como “pavo” en los autobuses de la ruta Vacamonte-Panamá, y como casi todos los ayudantes de conductores, su aspiración era ser chofer de alguna unidad de transporte.

Atractivo para las chicas y las mujeres maduras, a quienes cortejaba y les quitaba dinero para complacer sus caprichos, además de entregárselos a alguna señorita universitaria.

Sin embargo, cuando había luna llena el caballero de marras se desaparecía de su casa, ni sus padres e único hermano de 19 años conocían su paradero.



Los perros callejeros o domesticados, desde calle primera hasta la décima aparecían muertos, sin cabeza y la policía, a pesar de que patrullaban, desconocían quién o quiénes eran los malvados autores.

Claudio Sánchez necesitaba la sangre de los canes para que su anatomía se transformara con pelos y sus colmillos aumentaran su tamaño, así que los perros eran los animales perfectos para ello, además devoraba los huesos para fortalecer los suyos.

El hombre nunca estaba sin dinero, tenía varias novias y los residentes de la calle donde vivía rumoraban que era un brujo, babalao o tenía un pacto con el diablo porque sus ingresos como “pavo” no eran suficiente para el tren de vida que conducía.

Uno de los policías encargados del caso dio en el clavo que solamente cuando era luna llena, varios canes eran asesinados y pasaron varios meses y nada, no lograban hallar con el o los autores.

Era noviembre de 2015, a la calle, llegó a residir Patricia Cifuentes, una mujer, blanca, delgada, poco atractiva de rostro y con trasero limitado, pero con ojos verdes, una cabellera negra y hermosa que robaba miradas.



La mujer llamó la atención de inmediato del “pavo”, quien le tiró toda la caballería posible, no obstante, lo que desconocía el masculino era que la dama era clarividente.

Patty, a pesar de no ser una mujer hermosa, era muy coqueta y con un caminado de “do re mi fa sol”.

Aceptó salir con su vecino y cuando vino el primer beso, la mujer, oriunda de Medellín, Colombia, sintió una fuerza extraña y de inmediato descubrió que el hombre tenía un mal por dentro.

Cuando se estrenaron y “subieron al cielo”, Claudio le dejó la espalda como un tablero de ajedrez, producto de los arañazos, moretones y algunos golpes involuntarios que la dama soportó.

Hubo reclamos, gritos, discusiones y salió a relucir que ella sabía el secreto de que él era un hombre lobo, producto de una poción que se bebió para tener mujeres y dinero.

-O te curás o te vas al cementerio. Tengo el remedio para tu mal-, dijo la sudamericana con su acento antioqueño.

-Me iré al infierno porque hice un pacto con satanás-, respondió.

-Verás que vos te curarás-, argumento ella.

El atardecer del 25 de diciembre de ese año, la mujer se lo llevó a una casa de playa que le prestó una compañera de la perfumería donde laboraba, identificada como Roberta Pérez, quien los acompañó.

Las dos lo ataron con un mecate alrededor de un árbol, posteriormente cuando la luna empezó a alumbrar vino la transformación.



Roberta casi se caga del susto al ver la ropa del masculino rasgarse, el incremento de sus colmillos, los pelos negros que poblaron su espalda, cabeza, piernas, sus uñas se convirtieron en garras, los ojos aumentaron, su cabeza se alargó y su boca se convirtió en hocico.

Los aullidos por poco rompen la trompa de Eustaquio de las féminas, luego Patty le abrió el hocico y Roberta le dio una poción de mezcla con agua bendita, arándano, ostia, sésamo y aceite de oliva.

El caballero se convirtió en hombre, mientras Roberta no le quitaba la mirada al misil tierra-tierra, pero Patty solo sonrió.

Claudio no volvió a ser más hombre el lobo de Vacamonte, dejó de ser pavo, ingresó a la universidad, no aparecieron más perros muertos y se mudó con su colombiana en una casa de calle décima, Vacamonte.

Pocos saben de la historia y Roberta guardó el secreto de que el actual marido de Patty, en una etapa de su vida, hizo un pacto con satanás para ser el Hombre Lobo de Vacamonte.

El Drácula de Loma Cová

Por: Demetrio Ríos Graell

Había un don llamado Casimiro Rolda, oriundo de Veraguas (Panamá), de unos 70 años, delgado, de tez blanca, y alto, además le faltaban los dientes delanteros.

Solo cuando reía se le veían los colmillos con los que besaba, mordía y chupeteaba a las damas que visitaba en la madrugada, quienes amanecían con mordiscos hasta por debajo de los parpados.

Al hombre le decían el Drácula de Loma Cová.

Emigró del interior por las constantes peleas con otros zánganos enamoramos de Cindy Aguilar, una hermosa rubia, cabello largo hasta las nalgas, ojos celestes, con cara angelical y residente en Santiago de Veraguas.

Se encontró con un joven rival brujo una noche en la misma habitación, se formó la pelea, había una chica que no se levantaba de la cama, ni abría los ojos, pero escuchó al imberbe cuando lanzó un hechizo que dejó tuerto a Casimiro.



Casimiro perdió la primera pelea y decidió mudarse a Arraiján.

Estando allí, sabía una oración, se untaba una crema en las axilas, luego volaba hasta Santa Catalina, su tierra natal de Veraguas, trayecto que en automóvil tardaba tres horas en llegar a su destino, el Drácula de Loma Cová, lo hacía en diez minutos volando.

En su pueblo veía y se deleitaba con Cindy Aguilar, el hembrón que tenía unos senos redonditos grandes y blancos.

Por comer tantos "sapos" y riñas en las madrugadas andaba acabado físicamente, y a pesar de su edad, le gustaba ir al bar Edy de Cáceres, para con su único ojo divisar a sus presas como un halcón cazador.

Usaba lentes oscuros para que las féminas no le vieran su defecto, les platicaba, les pagaba cervezas, mientras que el resto de los hombres en el antro se preguntaban qué hacía para atraerlas, a pesar de ser tan feo.

A Casimiro le atraían las fulas de cabello largo, rubio o negro, no obstante, las que más le enloquecían eran las rubias.

Cuando dialogaba con ellas, les preguntaba su dirección y más nada, posteriormente entre las dos o tres de la madrugada volaba donde sus víctimas, le quitaba la ropa interior, las chupeteaba y mordía.

Todo iba bien hasta que conoció a una dama en un bar de Loma Cová, quien sabía sabía más magia negra que Casimiro y el varón quedó enamorado de la fémina, una santeña pelinegra y tan inda como una muñeca.



La invitó a beber cervezas, le preguntó dónde vivía, ella respondió que en la 7 de septiembre, pero el zángano ni se imaginaba lo que esperaba esa madrugada y le cayó a su presa en la madrugada.

La santeña lo dejó entrar, colocó unas almohadas en su cama, vio cuando el brujo entró a la piltra, se tiró encima del colchón, la mujer en defensa le arrojó un hechizo y lo dejó inerte.

En ese estado, la femenina lo amarró de manos y piernas, posteriormente amaneció frente a su casa semidesnudo, lo que provocó que el brujo, con lágrimas largas, le prometió que nunca la molestaría.

La también bruja lo desató a las 5:45 a.m. para que se fuera y el Drácula de Loma Cová desapareció sin dejar rastro alguno. 

Ojos 'jalados'

La canción Macarena, del dúo español, Los del Río, sonaba en un bar en Taipei, la capital taiwanesa, un domingo de septiembre de 2004, como a la una de la tarde aproximadamente, hecho que dejó sorprendidos a varios americanos que estaban en ese país.

Carlos Sugasti, Joselo Tuñón y Rosendo Matamoros, el primero panameño, el segundo era guatemalteco y el tercer costarricense, todos ingenieros en sistema que fueron a un curso de fabricación de programas de computadoras durante ocho días a la isla asiática.

Una ciudad moderna con gran cantidad de motocicletas scooter, muy bien planificada, urbanizada y con abundantes habitantes, una isla casi del tamaño de la mitad de Panamá, pero residían 25 millones de almas.



El chapino y el tico, eran blancos, de baja estatura, ojos miel y cabello castaño oscuro, mientras que el istmeño, de piel canela, mediana estatura, ojos pardos y cabello negro lacio.

Recién ingresaron al antro vieron la escena de personas con “ojos jalados” que bailaban, bebían y parecía que la pasaban bien, sin embargo, sus rasgos físicos no parecían ser taiwaneses, sino de otro país.

Conversaron, “chuparon” Taiwan Beer en grandes, cantidades, el panameño salió a fumar y al regresar había una chica que platicaba con sus amigos americanos.

Era Lucero García, una dama, blanca, de ojos negros, mediana estatura, delgada, atractiva, vestía un pantalón vaquero corto, una camisa a rayas azul, botas blancas y una pañoleta blanca en su cabeza.

No era taiwanesa, ni vietnamita, ni tailandesa, sino filipinas, ella misma se presentó con los amigos de Carlos Sugasti y la razón era que estaba “caída de la mata” con el canalero.

Solo conocía algunas palabras en castellano, laboraba como empleada doméstica para ayudar a su familia en la isla Luzón y de una vez le metió conversación al istmeño.

Con su limitado inglés, Carlos Sugasti respondía, mientras sus otros amigos le jugaban bromas en su lengua natal.



A las dos horas de estar en el bar, bailaron, se besaron, ella lo sentó un rato a platicar con el grupo con quienes estaba, pero como todo tiene su final era el momento de irse.

Ella debía tomar el último viaje del metro a las diez de la noche, de lo contrario tenía que dormir en Taipei, el panameño le ofreció la habitación del hotel donde se hospedaba y la dama se negó.

-I´m not a prostitute (no soy prostituta)-, respondió la asiática.

Le proporcionó su número de celular, conversaron gracias a la gentileza del guía taiwanés, quien le prestaba su aparato para que Carlos Sugasti platicara con la fémina.

Se citaron el martes, pero la apretada agenda de Carlos no le permitió encontrarse hasta ya el viernes, un día antes que la delegación partiera hacia América.

El panameño tenía la intención de “coronar” a la asiática, sin embargo, vino retrasada a la cita porque sus jefes llegaron tarde y era imposible dejar a los niños solos.



Caminaron por las inmediaciones del hotel Landis, entraron a la iglesia católica que está cerca y donde van los filipinos los domingos porque son cristianos, además fueron a otros lugares.

El reloj no deja de andar, se oscurecía y llegó el momento de partir, ambos sabían que nunca más se volverían a ver, ella no iría a Panamá ni él tampoco regresaría a Taiwán.

Debajo de un puente elevado vehicular, donde hay una estación de bomberos, la pareja se dio el kilométrico beso, ella se lo quería tragar, luego lloró y vino el adiós.

El solamente la miraba, respiraba y la vio subir al taxi que la trasladaría a la estación del metro.

A la semana estaba el recuerdo de la fotografía de Lucero y Carlos, en el bar en Taipei.

 

 

Amor en las Farc

Juan Manuel Gómez, llevaba una semana en la celda, de las dos, que le impuso como castigo el comandante “Alberto”, de 50 años,  del campamento, ubicado en la selva colombiana y fronterizo con Panamá.

Se negó a matar a un agricultor que le vendió obligado unas reses a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) o los paramilitares de derecha, enemigos de las también insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Sin embargo, todos en el campamento del poderoso Frente 57 de las Farc sabían que el jefe odiaba a Juan Manuel Gómez, ya que, a su mujer de momento, Diana Fajardo, le gustaba el cachaco.

El sancionado era un abogado, de 30 años, egresado de la carrera en Derecho y Ciencias Políticas de la Javeriana de Bogotá, de clase media alta, aventurero y rebelde, hijo de un magistrado del Poder Judicial, rebelde izquierdista y detestaba la oligarquía que gobernaba su país durante casi 200 años.

Diana Fajardo, de 23 años, era de piel canela, mediana estatura, cabello negro lacio, ojos pardos y figura normal, pero fue elegida por el comandante del campamento para saciar sus apetitos sexuales y como allí mandaba él, la fémina no pudo negarse.



El rolo era de ojos verdes, blanco, alto, de contextura atlética, cabello castaño y poseía una impresionante puntería, por lo que fue elegido como francotirador del temido frente.

Ya era un secreto a voces en toda Colombia y el mundo que cuando un comandante le ponía el ojo a una guerrillera, era su objetivo sexual, ningún guerrillero se atrevía a enamorarla porque estaría en problemas.

Tanto Diana Fajardo, una campesina oriunda del departamento de El Valle, y el cachaco, pasaron su entrenamiento militar como física, hacer sus propios fusiles de madera para practicar, adoctrinamiento político, tácticas de combate en la selva, entre otros.

“Desde Marquetalia hasta la victoria” fue una de las primeras consignas que aprendieron los insurgentes y que es parte del lavado de cerebro, tanto a los voluntarios como los reclutados de forma obligatoria.

Cuando el abogado-guerrillero terminó su castigo, pidió su traslado a otro frente, no obstante, el comandante “Alberto” dijo que elevaría la consulta con sus superiores, aunque todo fue una mentira para hacerle la vida de cuadritos.

La familia de Juan Manuel Gómez, no entendía la razón por la que dejó sus comodidades en la fría Bogotá para dormir entre los zancudos, bañarse en los ríos, comer a deshoras, alejarse de la vida social y poner en peligro su vida.



Si era capturado sería acusado de rebelión, cargo que le formulaban a los rebeldes detenidos, mientras que las cárceles colombianas estaban con masculinos sindicados por ese hecho punible.

El rolo y la campesina se gustaban, hablaban cuando podían o el comandante no estaba cerca, aunque no se atrevían hacer más nada, sí se besaron una noche que “Alberto” estaba las patas con güisqui.

Planearon “volarse”, caminar hasta Panamá, entregarse a la policía fronteriza de ese país centroamericano, pedir asilo político, quedarse allí o buscar un tercer país para residir tranquilos.

Era abril de 2003, el panorama no se presentaba bien para las Farc porque el nuevo mandatario Álvaro Uribe Vélez, prometió “acabar” con la insurrección, fortaleciendo las fuerzas armadas, con golpes políticos, en los ingresos, petardeando sus conexiones internacionales, entre otros ataques.

Un 15 de abril de 2003, el comandante estaba ebrio a las 7 de la noche, lo que aprovecharon los enamorados para fugarse, corrieron, luego caminaron y todo normal hasta el día siguiente.

Durante la formación se le informó a “Alberto” que Diana y Juan Manuel desertaron, lo que desató la ira del jefe insurgente, envió cinco patrullas a buscarlos y que los trajeran vivos.

Pagarían caro su traición, tanto a las Farc como a “Alberto”, ya que se trataba de un asunto personal.

La pareja estaba entrenada para estar en la selva, comían frutas, raíces, cazaron un mico, se alimentaron de su carne cruda porque cocinar haría humo y revelarían su posición, cagaban detrás de los árboles y se bañaban en los ríos de noche para no ser vistos.

Las guerrilleras “Aminta” y Carolina”, lograron verlos, la primera los apuntó con su fusil ruso AK-47, luego la segunda, sin embargo, los abrazaron y les comunicaron que, si eran capturados, el mismo comandante los mataría por desertores, por amor, celos y odio.

Diana lloró y Juan Manuel se mantuvo firme, pero las insurgentes le regalaron balas y los dejaron marcharse.

Seis días después de “volarse”, estaban mal alimentados, deshidratados, con sueño, preñados de terror y agotados, se quedaron dormidos en un árbol gigantesco.

Iniciaban los primeros rayos de sol, los árboles daban sombra, se oía el cantar de los pajarillos, la brisa movía las ramas, cuando escucharon una voz de alto de hombres armados con uniforme de selva y una insignia de la bandera de Panamá.

Eran miembros del Servicio Nacional de Frontera (Senafront) que le apuntaban con sus armas, los guerrilleros, tiraron sus fusiles, se besaron y gritaron a todo pulmón “somos libres”, bailaron y lloraron, ante los sorprendidos policías panameños.

Imágenes ilustrativas no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Las brujas estafadoras

La gente de Ciudad Esperanza, en Vacamonte, en el 2019, decía que las hermanas Marita y Yasuri Kumari, al igual que su mamá, conocida como “Chancleta”, practicaban la brujería y tenían pacto con el diablo.

El papá de las damas era Narendra Kumari, un indostano que venía perfumes, sábanas, inciensos, licuadoras y otros productos, a quienes los vecinos de Curundú en 1987, rumoraban que “Chancleta” lo embrujó para estar con ella.

Proveniente de Las Minas, Herrera, “Chancleta” era blanca, baja estatura, delgada, con cuerpo normal, ojos verdes, tetona y arpía, pero físicamente Marita, de 30 años, se parecía más a su mamá.

Por su parte, Yasuri, de 32 años, era delgada, baja estatura, de piel canela, como su padre, aunque heredó los ojos verdes de su madre, lo que atraía como imán a los masculinos a los que dejaba en bancarrota.

Toda una vida de desastres, “Chancleta” tuvo varios maridos, algunas temporadas en prisión, vendía marihuana, así que como sus hijas vieron un mal ejemplo tomaron el camino más fácil.



Las hermanitas Kumari tenían tres hijos varones, cada una, todos de distintos padres, y pesar de que uno u otro masculino las quiso rescatar y “pulirlas”, fue una misión imposible.

En el apartamento tenían una tela negra, con un altar de brujería, un cráneo, dos velas negras, una botella de ron, tabaco y frutas.

Marita y Yasuri les encantaba beber cerveza, no obstante, en ese apartamento nadie trabajaba, una señora cuidaba a “Chancleta” porque le dio un derrame, todos los gastos eran costeados por los varones enamorados de las hermanitas.

También vendían marihuana, pero a veces el dinero escaseaba y las mujeres sacaban un as bajo la manga.

Tomaban hojas de mango, las frotaban, decían una oración, la pasaban por el altar, aspiraban tabaco, el humo lo arrojaban a las hojas que posteriormente se convertían en un billete de a 20 dólares.

Con ese dinero, generalmente tres billetes, se iban al billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte a consumir cerveza, pero cuando José contaba el dinero se daba cuenta de que había tres o cuatro hojas de mango.

El caballero no tenía idea de cómo llegaban esas hojas a la caja, si él era el único autorizado a meter la mano allí, mientras que el chinito propietario del negocio pensaba que le robaban.



Cada viernes antes de arquear la caja le ocurría lo mismo a José, hombre trabajador desde joven y a punto de jubilarse.

Entretanto, Yasuri andaba con un panameño de origen hebreo, Salomón Cohen, socio de un almacén en Westland Mall, a quien la fémina lo tenía “seco” de tanto dinero que le quitaba.

Cuando el comerciante protestaba, ella se encueraba, colocaba “aquello” en su boca y lo llevaba directamente al cielo, tanto, que el hombre de 55 años, más plata, le daba.

Fue Salomón, quien pagó la fianza para sacar a Marita que estaba presa por drogar y robar a un turista estadounidense en un casino de la Ciudad de Panamá.

Por su parte, José fue donde un brujo para contarle el extraño suceso porque se trataban de un asunto sobrenatural.

El chamán respondió que era un efecto de la magia negra y que el dinero se convertía en hojas en poco tiempo.

Le recomendó meter las hojas en agua bendita, sacarla y con un cuchillo cortarlas en el centro en forma de cruz.

-Le aseguro, señor José, que quien convirtió la hoja en dinero, su mano derecha sangrará-, resaltó el brujo.

José no tenía idea de quién era el estafador (ra), así que el siguiente viernes ocurrió lo mismo, obedeció al chamán y miró las mesas, cuando observó que la palma derecha de la mano de Marita sangraba.

Fue a donde las damas.

-Largo de aquí brujas estafadoras-, gritó a las mujeres ante la sorpresa de los clientes, quienes vieron a las damas salir, una de ellas con sangre en la mano.

No volvieron al Alex y tampoco las dejaron entrar más a ningún bar de Arraiján porque su fotografía estaba en todos los locales con la siguiente leyenda: “Cuidado, brujas estafadoras”.

 

 

¿Dónde está Marisol González (Final)

Como el narcotraficante dijo que daría información vital de un secuestro, llamaron a Vicente Dimyanov, coordinador de los fiscales de Chiriquí, Veraguas y Panamá, en los casos de las mujeres desaparecidas.

Una hora después estaba el caballero, con el fiscal primero de drogas, Raúl Azcárraga, el testigo protegido, identificado como Asia 36, y su abogado, Rogelio Matías.

Acordaron que, si la información era válida, le pedirían al juez reducir la pena de prisión, que se declarara confeso de posesión de droga y no tráfico internacional, a lo que la defensa aceptó, de lo contrario su cliente sería sentenciado a 10 años de prisión como mínimo.

Asia 36 contó que en una vivienda en Punta Paitilla, tenían a Marisol González, retenida por la pandilla Los buaycitos de Colón, quienes estaban buscando mujeres en Santiago de Veraguas y atraparon a la chica.



Marisol González fue vista por última vez, el 4 de abril de 2022, cuando salía del Instituto Urracá, en Santiago de Veraguas, a las 6:30 p.m., estaba en XI grado y no hubo ni una sola pista sobre su paradero.

El testigo protegido manifestó que se enteró de la privación de libertad de la adolescente, de 16 años, porque escuchó una conversación telefónica, de la persona que le proporcionó la droga y otro pandillero.

También explicó que la estudiante sería enviada a un yate en el Caribe panameño para ser entregada a un miembro de la realeza de Arabia Saudita, a cambio de 50 mil dólares.

El jefe de la operación, según Asia 36, era un ruso identificado como Víktor Popov, exagente de la KGB, de 65 años, quien viajaba tres veces al año a Panamá y reconocido mafioso que trabajaba para los saudíes millonarios.

Con todos esos datos, se inicio la vigilancia durante dos días frente a la residencia en Paitilla, pero solo vieron a dos hombres de aspecto eslavo y ni señas de Marisol González.

Los inspectores se hicieron pasar por trabajadores del municipio, recogieron la basura y entre los desechos encontraron toallas sanitarias, informaron y el juez de garantías ordenó el allanamiento.

Eran las 3:00 de la tarde del jueves 14 de abril, había miembros de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ), Linces, Vicente Dimyanov, peritos y otros funcionarios de instrucción preparados para atacar.



La casa fue rodeada, la calle cerrada, dispararon gas lacrimógeno por las ventanas, destruyeron la puerta y arrojaron más gas, se escucharon gritos en ruso y la policía entró fuertemente armada.

En la planta baja estaban en el piso dos hombres blancos, tosían, tres agentes subieron por la escalera, abrieron puerta por puerta, y en una pieza estaba Marisol González, atada de manos, pies y con una cinta engomada en la boca.

-Es la policía. Está a salvo, señorita Marisol-, dijo un uniformado, quien con un cuchillo cortó los amarres y le quitó la cinta de los labios.

La nena lloraba y gritaba. Posteriormente, la sacaron de la vivienda, la metieron en un vehículo para trasladarla al hospital y notificar a sus parientes.

Marisol González logró reunirse con su familia y contó que caminaba hacia la parada, se abrió la puerta de un carro, se bajó un hombre de tez negra, le colocaron en la nariz un pañuelo con un olor fuerte  y cuando despertó estaba en ese lugar donde la rescataron.

Asia 36 fue condenado a dos años de prisión, pero a los cuatro meses murió presuntamente envenenado en la cárcel El Renacer, el abogado Rogelio Matías, falleció por una herida pequeña e insignificante que un hombre le hizo con la punta de un paraguas en un centro comercial.

Lo asesinaron al estilo de periodista y disidente búlgaro, Gheorghi Márkov, ya que los exámenes arrojaron que el licenciado en Derecho tenía ricina en su sangre, mientras que Víktor Popov no fue capturado en Panamá, sin embargo, lo incluyeron en la alerta roja de la Interpol. 

Imagen cortesía de la Policía Nacional de Panamá.


La cita de Fulgencio

Son las 8:00 de la mañana de un lunes soleado y caluroso, Fulgencio mira la entrada del viejo edificio de la Caja del Seguro Social (CSS), de calle 17, en la Ciudad de Panamá, donde están unos orientadores de la entidad, muy amables.

Una fila de aproximadamente 15 personas, la mayoría longevos acompañados por algún pariente, aguardan ingresar de tres en tres por turno, ya que la pandemia no permite aglomeraciones.

Larga espera, el ascensor arcaico, que un día fue tecnología de punta, es administrado por una señora que aprieta los botones de los nueve pisos que tiene el inmueble.

Antes de que Fulgencio entre al aparato, uno de los funcionarios de la entrada anuncia que en la parte administrativa hay otro elevador para evitar largas colas, los asegurados, jubilados y beneficiarios, lo observan, pero no dicen nada.



Los jubilados de a milagro pueden andar, están con bastones o auxiliados para ir a sus citas médicas, aunque ya pagaron la atención con anticipación, tras una larga vida laboral no se sienten conformes.

Es el cuarto piso, donde están los médicos generales, se observa gente sentada, impaciente, la mayoría personas que sobrepasan las cinco décadas, poseen miradas de dolor y desesperanza, por lo que buscan en los médicos un remedio a su mal interno.

Las auxiliares, vestidas de blanco o celeste, con cofias y tapabocas, pululan en el pasillo, preguntan quiénes son los pacientes que se deben registrar o atender con el doctor fulano de tal.

El pleno siglo XXI y desobedeciendo las órdenes de los jerarcas de la CSS, algunas servidoras de la institución de salud piden ficha y carné, aunque eso ya es prehistoria con la tecnología.

Paredes pintadas de blanco, sillas de plástico que piden su remoción por el paso del tiempo, goteras en las ventanas, mientras que en el interior del edificio el moho  conquista  la estructura, y de los baños, ni mencionarlos.

Una jornada de espera triste, perezosa. A Fulgencio le dan ganas de pegar una carrera desde Australia hasta la Patagonia, quizás llegue más rápido a la meta antes de que el galeno lo atienda.



Posteriormente, de casi dos horas sentado o de pie, llama la asistente a Fulgencio, entra al consultorio, el médico lo recibe muy gentil, le hace preguntas y este responde.

Cuando Fulgencio pide un CAT porque se cayó hace tres meses, el galeno le interroga si se marea o le duele la cabeza, recibe de respuesta negativa y el doctor le explica que el examen es solo para quienes tienen síntomas extraños en su región craneal.

Debes estar casi moribundo o esperar un ataque de apoplejía para que te hagan el CAT, así de sencillo pensó el paciente.

A Fulgencio le ordenan hacerse media docena de exámenes, al salir del consultorio, se despide y va a la ventanilla del laboratorio para ver una fila kilométrica de longevos.

 Se cabrea y se marcha. Volverá otro día porque no aguanta la seguridad social.

 

El brujo de Burunga

Todos en la 2000, en Burunga, Arraiján, Panamá, decían que Doroteo Guaynora, de 40 años, practicaba la brujería y tenía pacto con el diablo porque nadie se explicaba que nunca estaba sin dinero y conseguía buenas guialcitas.

El caballero huyó de su natal Sambú, Comarca Emberá-Wounáan antes de que lo colocaran en el cepo por andar con una mujer casada, se sabía poco de él, no tenía hijos, tampoco parientes cercanos o en Arraiján.

De baja estatura, con vientre pronunciado, cabello lacio, piel canela y ojos pardos, Doroteo Guaynora se caracterizaba porque su especialidad era conquistar mujeres rubias, naturales o de botica.

El chisme era tan grande en su vecindario porque con lo que ganaba como empacador de un supermercado, en el corregimiento de San Francisco, no compensaba los lujos que se daba.



Vivía en un cuarto de alquiler, alfombrado, con un equipo de sonido moderno, una estufa de seis quemadores, una refrigeradora de 25.6 pies cúbicos, con dos puertas, aire acondicionado, entre otras comodidades.

El masculino escandalizaba al barrio cuando lo dejaban vehículos Mercedes Benz, BMW, Audi o Land Cruiser, todos conducidos por clientes femeninas del supermercado donde el buaycito se ganaba los reales.

A veces por las noches se escuchaban sonidos aterradores, silbidos, posiblemente de una bruja, los talingos amanecían muertos por la zona, sin cabeza y había rastros de sangre en las calles.

Los sábados en las noches ingresaba al jorón Las 4 Esquinas, donde pedía una botella de güisqui y siempre conquistaba alguna dama.

No le gustaban ni féminas de tez morena o acholadas, solo rubias o mujeres blancas, independientemente del color del cabello, aunque las primeras eran las que encabezaban su larga lista de enamoradas.

Nunca tuvo enfermedad venérea alguna, a pesar de hacer el amor sin látex con todas las que se acostó, ni un resfriado o una ida al hospital por quebrantos de salud.

Tiempo después, al barrio se mudó la chiricana Ámbar Pitti, una fulita de farmacia, estudiante de periodismo, de 19 años, quien se instaló con una tía para culminar su carrera en la extensión universitaria de La Chorrera.

Cuando el brujo vio a Ámbar en el jorón, acompañada de dos chicas, quedó loquito con ella, le envió una ronda de cervezas, pero fue rechazada porque la joven ya conocía la historia del caballero que supuestamente tenía un pacto con el diablo.

La dama estaba protegida con uno de esos rezos raros, utilizaba cadenas y pulseras contra el mal de ojo, hechizos y la magia negra.



Como lo esquivaron esa noche, el hombre insistió y se le ocurrió usar sus dotes sobrenaturales para llevarla al colchón.

Sin embargo, para que no jodiera más le tendieron una trampa.

La familia de Ámbar también sabía de esoterismo y magia blanca, así que le colocaron un anzuelo con la finalidad de que lo mordiera.

Era viernes Santo, se veía la sombra de un perro a distancia en la 2000, que entró a la casa donde vivía la chiricana, se escucharon silbidos y gritos lejos, lo que significaba que el brujo estaba cerca.

Apenas estaba la sombra completa en la casa, le arrojaron agua bendita y la golpearon con un palo en forma de cruz.

La sombra se movía, se escuchaban los gritos lejanos, luego lanzaron una soga y la sombra quedó atrapada hasta el amanecer, posteriormente se convirtió en Doroteo Guaynora, desnudo.

El tío de Ámbar, Mario Pitti, le metió una tunda de correazos al indio, mientras que el brujo gritaba encuero que no lo haría más, pedía perdón y lloraba.

Calixta de Pitti, la esposa de Mario, le dijo que ya no más golpes, a lo que el cabreado tío accedió, Doroteo Guaynora corrió en traje de Adán y Eva por todo Burunga y jamás volvió.