Juan Manuel Gómez, llevaba una semana en la celda, de las dos, que le impuso como castigo el comandante “Alberto”, de 50 años, del campamento, ubicado en la selva colombiana y fronterizo con Panamá.
Se negó a matar a un agricultor que le vendió obligado
unas reses a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) o los paramilitares de
derecha, enemigos de las también insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (Farc).
Sin embargo, todos en el campamento del poderoso Frente
57 de las Farc sabían que el jefe odiaba a Juan Manuel Gómez, ya que, a su
mujer de momento, Diana Fajardo, le gustaba el cachaco.
El sancionado era un abogado, de 30 años, egresado de la carrera
en Derecho y Ciencias Políticas de la Javeriana de Bogotá, de clase media alta,
aventurero y rebelde, hijo de un magistrado del Poder Judicial, rebelde
izquierdista y detestaba la oligarquía que gobernaba su país durante casi 200
años.
Diana Fajardo, de 23 años, era de piel canela, mediana estatura, cabello
negro lacio, ojos pardos y figura normal, pero fue elegida por el comandante
del campamento para saciar sus apetitos sexuales y como allí mandaba él, la
fémina no pudo negarse.
El rolo era de ojos verdes, blanco, alto, de
contextura atlética, cabello castaño y poseía una impresionante puntería, por
lo que fue elegido como francotirador del temido frente.
Ya era un secreto a voces en toda Colombia y el mundo
que cuando un comandante le ponía el ojo a una guerrillera, era su objetivo
sexual, ningún guerrillero se atrevía a enamorarla porque estaría en problemas.
Tanto Diana Fajardo, una campesina oriunda del
departamento de El Valle, y el cachaco, pasaron su entrenamiento militar como
física, hacer sus propios fusiles de madera para practicar, adoctrinamiento
político, tácticas de combate en la selva, entre otros.
“Desde Marquetalia hasta la victoria” fue una de las
primeras consignas que aprendieron los insurgentes y que es parte del lavado de
cerebro, tanto a los voluntarios como los reclutados de forma obligatoria.
Cuando el abogado-guerrillero terminó su castigo,
pidió su traslado a otro frente, no obstante, el comandante “Alberto” dijo que
elevaría la consulta con sus superiores, aunque todo fue una mentira para
hacerle la vida de cuadritos.
La familia de Juan Manuel Gómez, no entendía la razón por
la que dejó sus comodidades en la fría Bogotá para dormir entre los zancudos,
bañarse en los ríos, comer a deshoras, alejarse de la vida social y poner en
peligro su vida.
Si era capturado sería acusado de rebelión, cargo que
le formulaban a los rebeldes detenidos, mientras que las cárceles colombianas
estaban con masculinos sindicados por ese hecho punible.
El rolo y la campesina se gustaban, hablaban cuando
podían o el comandante no estaba cerca, aunque no se atrevían hacer más nada,
sí se besaron una noche que “Alberto” estaba las patas con güisqui.
Planearon “volarse”, caminar hasta Panamá, entregarse
a la policía fronteriza de ese país centroamericano, pedir asilo político,
quedarse allí o buscar un tercer país para residir tranquilos.
Era abril de 2003, el panorama no se presentaba bien
para las Farc porque el nuevo mandatario Álvaro Uribe Vélez, prometió “acabar”
con la insurrección, fortaleciendo las fuerzas armadas, con golpes políticos,
en los ingresos, petardeando sus conexiones internacionales, entre otros
ataques.
Un 15 de abril de 2003, el comandante estaba ebrio a
las 7 de la noche, lo que aprovecharon los enamorados para fugarse, corrieron, luego caminaron y
todo normal hasta el día siguiente.
Durante la formación se le informó a “Alberto” que
Diana y Juan Manuel desertaron, lo que desató la ira del jefe insurgente, envió
cinco patrullas a buscarlos y que los trajeran vivos.
Pagarían caro su traición, tanto a las Farc como a “Alberto”,
ya que se trataba de un asunto personal.
La pareja estaba entrenada para estar en la selva,
comían frutas, raíces, cazaron un mico, se alimentaron de su carne cruda porque
cocinar haría humo y revelarían su posición, cagaban detrás de los árboles y se
bañaban en los ríos de noche para no ser vistos.
Las guerrilleras “Aminta” y Carolina”, lograron
verlos, la primera los apuntó con su fusil ruso AK-47, luego la segunda, sin
embargo, los abrazaron y les comunicaron que, si eran capturados, el mismo
comandante los mataría por desertores, por amor, celos y odio.
Diana lloró y Juan Manuel se mantuvo firme, pero las
insurgentes le regalaron balas y los dejaron marcharse.
Seis días después de “volarse”, estaban mal
alimentados, deshidratados, con sueño, preñados de terror y agotados, se
quedaron dormidos en un árbol gigantesco.
Iniciaban los primeros rayos de sol, los árboles daban
sombra, se oía el cantar de los pajarillos, la brisa movía las ramas, cuando
escucharon una voz de alto de hombres armados con uniforme de selva y una insignia de la
bandera de Panamá.
Eran miembros del Servicio Nacional de Frontera
(Senafront) que le apuntaban con sus armas, los guerrilleros, tiraron sus
fusiles, se besaron y gritaron a todo pulmón “somos libres”, bailaron y
lloraron, ante los sorprendidos policías panameños.
Imágenes ilustrativas no relacionadas con la historia.
Me gustan estas historias. Me hace recordar un sonado caso de los noventa .
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