Son las 8:00 de la mañana de un lunes soleado y caluroso, Fulgencio mira la entrada del viejo edificio de la Caja del Seguro Social (CSS), de calle 17, en la Ciudad de Panamá, donde están unos orientadores de la entidad, muy amables.
Una fila de aproximadamente 15 personas, la mayoría longevos acompañados por algún pariente, aguardan ingresar de tres en tres por turno, ya que la pandemia no permite aglomeraciones.
Larga espera, el ascensor arcaico, que un día fue tecnología de punta, es administrado por una señora que aprieta los botones de los nueve pisos que tiene el inmueble.
Antes de que Fulgencio entre al aparato, uno de los funcionarios de la entrada anuncia que en la parte administrativa hay otro elevador para evitar largas colas, los asegurados, jubilados y beneficiarios, lo observan, pero no dicen nada.
Los jubilados de a milagro pueden andar, están con bastones o auxiliados para ir a sus citas médicas, aunque ya pagaron la atención con anticipación, tras una larga vida laboral no se sienten conformes.
Es el cuarto piso, donde están los médicos generales, se observa gente sentada, impaciente, la mayoría personas que sobrepasan las cinco décadas, poseen miradas de dolor y desesperanza, por lo que buscan en los médicos un remedio a su mal interno.
Las auxiliares, vestidas de blanco o celeste, con cofias y tapabocas, pululan en el pasillo, preguntan quiénes son los pacientes que se deben registrar o atender con el doctor fulano de tal.
El pleno siglo XXI y desobedeciendo las órdenes de los jerarcas de la CSS, algunas servidoras de la institución de salud piden ficha y carné, aunque eso ya es prehistoria con la tecnología.
Paredes pintadas de blanco, sillas de plástico que piden su remoción por el paso del tiempo, goteras en las ventanas, mientras que en el interior del edificio el moho conquista la estructura, y de los baños, ni mencionarlos.
Una jornada de espera triste, perezosa. A Fulgencio le dan ganas de pegar una carrera desde Australia hasta la Patagonia, quizás llegue más rápido a la meta antes de que el galeno lo atienda.
Posteriormente, de casi dos horas sentado o de pie, llama la asistente a Fulgencio, entra al consultorio, el médico lo recibe muy gentil, le hace preguntas y este responde.
Cuando Fulgencio pide un CAT porque se cayó hace tres meses, el galeno le interroga si se marea o le duele la cabeza, recibe de respuesta negativa y el doctor le explica que el examen es solo para quienes tienen síntomas extraños en su región craneal.
Debes estar casi moribundo o esperar un ataque de apoplejía para que te hagan el CAT, así de sencillo pensó el paciente.
A Fulgencio le ordenan hacerse media docena de exámenes, al salir del consultorio, se despide y va a la ventanilla del laboratorio para ver una fila kilométrica de longevos.
Es lamentable el deterioro del sistema de salud en Panamá y el poco interés de las autoridades por mejorarlo. Las horas perdidas y al final que te digan que no hay insumos y cuando vas a la farmacia que el medicamento se agotó. Triste realidad 😞
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