Por: Demetrio Ríos Graell
Había un don llamado Casimiro Rolda, oriundo de Veraguas (Panamá),
de unos 70 años, delgado, de tez blanca, y alto, además le faltaban los dientes
delanteros.
Solo cuando reía se le veían los colmillos con los que
besaba, mordía y chupeteaba a las damas que visitaba en la madrugada, quienes
amanecían con mordiscos hasta por debajo de los parpados.
Al hombre le decían el Drácula de Loma Cová.
Emigró del interior por las constantes peleas con
otros zánganos enamoramos de Cindy Aguilar, una hermosa rubia, cabello largo
hasta las nalgas, ojos celestes, con cara angelical y residente en Santiago de
Veraguas.
Se encontró con un joven rival brujo una noche en la
misma habitación, se formó la pelea, había una chica que no se levantaba de la
cama, ni abría los ojos, pero escuchó al imberbe cuando lanzó un hechizo que
dejó tuerto a Casimiro.
Casimiro perdió la primera pelea y decidió mudarse a
Arraiján.
Estando allí, sabía una oración, se untaba una crema en
las axilas, luego volaba hasta Santa Catalina, su tierra natal de Veraguas,
trayecto que en automóvil tardaba tres horas en llegar a su destino, el Drácula
de Loma Cová, lo hacía en diez minutos volando.
En su pueblo veía y se deleitaba con Cindy Aguilar, el hembrón que tenía unos senos
redonditos grandes y blancos.
Por comer tantos "sapos" y riñas en las madrugadas andaba acabado físicamente, y a pesar de su edad, le gustaba ir al bar Edy de Cáceres, para con su único ojo divisar a sus presas como un halcón cazador.
Usaba lentes oscuros para que las féminas no le vieran
su defecto, les platicaba, les pagaba cervezas, mientras que el resto de los
hombres en el antro se preguntaban qué hacía para atraerlas, a pesar de ser tan
feo.
A Casimiro le atraían las fulas de cabello largo, rubio
o negro, no obstante, las que más le enloquecían eran las rubias.
Cuando dialogaba con ellas, les preguntaba su
dirección y más nada, posteriormente entre las dos o tres de la madrugada
volaba donde sus víctimas, le quitaba la ropa interior, las chupeteaba y
mordía.
Todo iba bien hasta que conoció a una dama en un bar de Loma Cová, quien sabía sabía más magia negra que Casimiro y el varón quedó enamorado
de la fémina, una santeña pelinegra y tan inda como una muñeca.
La invitó a beber cervezas, le preguntó dónde vivía,
ella respondió que en la 7 de septiembre, pero el zángano ni se imaginaba lo
que esperaba esa madrugada y le cayó a su presa en la madrugada.
La santeña lo dejó entrar, colocó unas almohadas en su
cama, vio cuando el brujo entró a la piltra, se tiró encima del colchón, la
mujer en defensa le arrojó un hechizo y lo dejó inerte.
En ese estado, la femenina lo amarró de manos y piernas,
posteriormente amaneció frente a su casa semidesnudo, lo que provocó que el
brujo, con lágrimas largas, le prometió que nunca la molestaría.
La también bruja lo desató a las 5:45 a.m. para que se fuera y el Drácula de Loma Cová desapareció sin dejar rastro alguno.