Cuando Mark Schmidt, vio el cuadro en una subasta en un hotel de Berlín, no dudó en comprarlo en 9 millones de marcos alemanes, a pesar de las viejas leyendas sobre la pintura.
Un niño cabello castaño oscuro, ojos azules, con una
camiseta roja y una camisa azul y lágrimas en sus mejillas. Hubo algo que le
fascinó al industrial germano.
El caballero tenía una residencia donde pasaba los
veranos y parte del invierno en Berchtesgaden, en Baviera, donde era muy
conocido por su altruismo y solidaridad del pueblo.
Mark Schmidt estaba casado con Hellen Heinz, tenía dos,
hijas Heidi y Karen, de 12 y 10 años, respectivamente.
Hellen Heinz, era descendiente de millonarios desde el
imperio prusiano y heredera de miles de millones de marcos, además de acciones
en numerosas compañías no solo de Alemania, sino de Europa.
A ninguna de las dos niñas les gustaba el cuadro,
principalmente a Karen, porque le argumentaba a su padre que le aterraba y daba
la impresión que el infante quería “salirse” de la pintura.
La obra de arte fue enviada la residencia en Baviera,
mientras que los Schmidt se quedaron en la capital alemana, donde las niñas
cursaban sus estudios y se preparaban para administrar un gran imperio
comercial al ser mayores.
En el salón de Heidi, había una chica de Nigeria, la
hija de un diplomático y empresario, llamada Odowote Marul, a quien su compañera
le contó la historia del cuadro.
Como su papá era un oligarca africano, Odowote sabía
de lo que le hablaban porque iba a varias subastas de arte desde pequeña.
La africana le dijo a la alemana que el cuadro fue pintado
por el italiano Bruno Amadio, quien se fue a vivir a España y luego regresó a
Padua hasta morir en 1971, a la edad de 70 años.
Agregó que no solo era un cuadro, sino que eran 27
retratos de distintos modelos, pero con el mismo mensaje, además que no era
bueno porque había una maldición que en las casas donde había uno colgado, se
incendiaban, aunque la pintura no.
Heidi solamente sonrió porque si bien era cierto el
cuadro le daba miedo, pensó que su compañerita exageraba.
Pasaron seis años, el papá de Odowote estaba en Abuja
(capital de Nigeria) porque terminó su misión diplomática, se reincorporó a la
vida empresarial, y la joven, ahora de 18 años, estudiaba leyes en Cambridge,
el Reino Unido.
Odowote estaba en la biblioteca de la universidad
cuando vio un ejemplar el diario alemán Bild que señalaba que la casa de un
millonario, en Baviera, se quemó casi en su totalidad y hubo siete muertos, entre
ellos, los dueños de la mansión.
En las páginas interiores estaba las fotos de toda la
familia Schmidt, tres empleados y una imagen del cuadro del niño llorón, donde las
llamas se detuvieron sin explicación alguna.
No sería el primer caso ni tampoco el último del
famoso misterio del niño llorón y los famosos incendios.