El niño llorón

 Cuando Mark Schmidt, vio el cuadro en una subasta en un hotel de Berlín, no dudó en comprarlo en 9 millones de marcos alemanes, a pesar de las viejas leyendas sobre la pintura.

Un niño cabello castaño oscuro, ojos azules, con una camiseta roja y una camisa azul y lágrimas en sus mejillas. Hubo algo que le fascinó al industrial germano.

El caballero tenía una residencia donde pasaba los veranos y parte del invierno en Berchtesgaden, en Baviera, donde era muy conocido por su altruismo y solidaridad del pueblo.

Mark Schmidt estaba casado con Hellen Heinz, tenía dos, hijas Heidi y Karen, de 12 y 10 años, respectivamente.



Hellen Heinz, era descendiente de millonarios desde el imperio prusiano y heredera de miles de millones de marcos, además de acciones en numerosas compañías no solo de Alemania, sino de Europa.

A ninguna de las dos niñas les gustaba el cuadro, principalmente a Karen, porque le argumentaba a su padre que le aterraba y daba la impresión que el infante quería “salirse” de la pintura.

La obra de arte fue enviada la residencia en Baviera, mientras que los Schmidt se quedaron en la capital alemana, donde las niñas cursaban sus estudios y se preparaban para administrar un gran imperio comercial al ser mayores.

En el salón de Heidi, había una chica de Nigeria, la hija de un diplomático y empresario, llamada Odowote Marul, a quien su compañera le contó la historia del cuadro.

Como su papá era un oligarca africano, Odowote sabía de lo que le hablaban porque iba a varias subastas de arte desde pequeña.

La africana le dijo a la alemana que el cuadro fue pintado por el italiano Bruno Amadio, quien se fue a vivir a España y luego regresó a Padua hasta morir en 1971, a la edad de 70 años.

Agregó que no solo era un cuadro, sino que eran 27 retratos de distintos modelos, pero con el mismo mensaje, además que no era bueno porque había una maldición que en las casas donde había uno colgado, se incendiaban, aunque la pintura no.



Heidi solamente sonrió porque si bien era cierto el cuadro le daba miedo, pensó  que su compañerita exageraba.

Pasaron seis años, el papá de Odowote estaba en Abuja (capital de Nigeria) porque terminó su misión diplomática, se reincorporó a la vida empresarial, y la joven, ahora de 18 años, estudiaba leyes en Cambridge, el Reino Unido.

Odowote estaba en la biblioteca de la universidad cuando vio un ejemplar el diario alemán Bild que  señalaba que la casa de un millonario, en Baviera, se quemó casi en su totalidad y hubo siete muertos, entre ellos, los dueños de la mansión.

En las páginas interiores estaba las fotos de toda la familia Schmidt, tres empleados y una imagen del cuadro del niño llorón, donde las llamas se detuvieron sin explicación alguna.

No sería el primer caso ni tampoco el último del famoso misterio del niño llorón y los famosos incendios.

'Ser valiente es no tener miedo': Karoline Acosta

Karoline Acosta es una escritora novel y joven, con dos obras ya publicada, quien y  también pinta y tiene numerosos proyectos. El portal “Fígaro Ábrego, el escritor de Vacamonte” la entrevistó y las respuestas fueron sorpresivas.

Se nota que la literata tendrá un excelente futuro literario y no se queda quieta.

¿Quién es Karoline Acosta? Explique su mini biografía.

Karoline Acosta, nació en Panamá, en el año 1998. Empezó a escribir a la edad trece años, más tarde estudió en el conservatorio nacional de música, donde culminaría sus primeras obras literarias que le darían el impulso para en el 2019 publicar su primera obra titulada: "Los pensamientos de una joven".

Actualmente trabaja como técnica en computación automotriz. En sus tiempos libres se dedica al arte y vendiendo sus cuadros a través de su tienda online.

Sus futuros proyectos son la publicación de dos obras literarias tituladas "Lejos de las rejas" y "Café y pecas".



¿Cómo nace su pasión por la literatura?

Mi pasión por la literatura fue a causa de momento trágico, empecé a escribir para desahogarme de mis penas, reflexionar y ser una mejor persona. Más tarde entendí que no podía seguir viviendo sin escribir, fue en ese instante que comprendí que se volvió parte de mi vida y espíritu.

¿Háblenos de su obra Pensamientos de una joven?

Este libro más que ser un poemario es mi diario. Me acompañó durante toda mi adolescencia, reforzó mi carácter y me hizo ver las cosas de un modo distinto. Habla de todo tipo de temas desde las inseguridades de una adolescente hasta el amor y el reencontrarse con uno mismo.

¿Cuál es su público lector?

Realmente pienso que mis obras no están limitadas a un público, ya que he tenido lectores de todas las clases. Y siento, verdaderamente que la literatura no tiene edad ni límites.

¿Qué género literario prefiere leer y escribir?

Soy fanática de la ciencia ficción y fantasía con romance, son mi debilidad y amor leer tanto como escribir todo lo relacionado a eso.



¿Cuál es el género literario más leído en Panamá para usted? Explique.

La verdad no tengo una respuesta clara, pero dentro de mi círculo de amigos he visto que les gusta mucho la fantasía, las novelas de romance adolescente y el erotismo.

¿Qué opina del mercado literario panameño?

Creo que se debería promover más a los escritores panameños, hay tanta diversidad y cosas interesantes para explotar en su literatura... Pero, no tienen el apoyo suficiente. Y en muchas escuelas no le dan paso a la literatura más diversa, desde la fantasía hasta el terror, ciencia ficción entre otros.

Explique el espinoso camino del escritor independiente.

Es muy difícil, me costó mucho llegar hasta donde estoy. Cuando publiqué mi primera obra fue toda una odisea para mí, tuve que caminar mucho, tocar muchas puertas, escuchar comentarios pesados de la gente y lo mucho que me subestimaban.

Pero al final logré mi meta con mucho amor por el arte y esfuerzo.

¿Es escritora de mapa o de brújula?

Mis historias las extraigo de mis sueños, puedo soñar cada detalle de la historia hasta llegar al último capítulo de esta en una noche. Así que digamos que soy una escritora de mapa.



¿En qué ocupa sus ratos libres?

Nunca me quedo quieta, así que en mis ratos libres me pongo a pintar cuadros, escribir y diseñar.

¿Cuáles son sus proyectos literarios a futuro?

Por el momento estoy trabajando en dos novelas a la vez, que espero publicar entre este año y el otro. Y también dentro de poco sacaré a la venta una edición especial de "Pensamientos de una incomprendida".

¿Qué tiene que decir a los escritores anónimos con miedo de publicar obras?

Ser valiente no es tener miedo. Ser valiente es hacer las cosas a pesar del miedo.

Arriésgate, es mejor vivir con la idea de que lo intentaste a qué nunca haber hecho nada y vivir con la impotencia de lo que pudiste ser

Vender libros en Panamá es como abrir un bar en Irán (III)

Nunca me imaginé que los dos artículos literarios anteriores sobre el tema fueran polémicos, quizás porque desnudan la realidad de los literatos autopublicados en mi Panamá y de algunos autores con obras impresas por editoras.

Imposible de mencionar estadísticas de la cantidad de libros vendidos o editados porque no existe, sin embargo, en la práctica se refleja una dura batalla entre el público y los escritores.

Esto se nota en las ferias o bazares, ya que los autores debemos aprender a ser unos malabaristas.

Una de las acciones realizadas es prácticamente jalar al público, mostrar los libros e intentar convencerlos para que adquieran un ejemplar de la novela, cuentos, obras de teatro, ensayos o poemas.



Esta acción me recuerda cuando era niño e iba con mi madre a la Avenida Central porque los vendedores, principalmente de zapatos, aplaudían y vociferaban ofertas.

Solo faltaba que estos señores llevaran de la mano a los clientes para meterlos en el local y que compraran algún calzado.

Es entendible, debido a que el costo de la vida se incrementa, el papel, los correctores y todo lo que conlleva a escribir, editar e imprimir una obra literaria y hay que vender.

Ir a un bazar o feria de libro incluye el costo de transporte, el esfuerzo mental, alimentación y una preparación psicológica para aceptar que no venderás más de 10 libros, en la mayoría de los casos.

En ocasiones inviertes más dinero para ir de que lo que vendes, no obstante, que un lector se lleve un ejemplar debe ser satisfacción porque gota a gota la obra se leerá.



Si no tienes vehículo es necesario cruzar calles peligrosas, aguantar sol, lluvia, viajar en colectivo, andar con un morral pesado por los libros e incluso ir solo con el dinero del transporte bajo el riesgo de “recoger algo”.

Por esas consideraciones es que digo que vender libros en Panamá es como abrir un bar en Irán, por lo imposible que es y en un país donde el mercado literario es prácticamente inexistente.

Algunos dicen que los escritores y poetas estamos locos, puede ser y no lo refuto, pero en lo que redactamos reflejamos la sociedad en que vivimos, transformamos lo irreal en real y contribuimos a educar a la población.

 

La subasta kalajdzii

Casi, en el centro de Bulgaria, en la ciudad de Stara Zagora, vive Sofía Antonov, de 18 años, quien está preocupada porque no tiene ofertas de casamiento y pronto viene el último domingo de agosto.

Su padre, Viktor Antonov, trabaja como taxista y también se le mete, entre ceja y ceja, que su descendiente no ha encontrado un novio para matrimoniarse, a pesar del dinero invertido en ropas y arreglos.

Corre el año 2019 y en pleno siglo XXI sigue la tradición de las adolescentes kalajdzii (tribu gitana de Bulgaria), cuyos padres venden a sus hijas, dependiendo del dinero que le ofrezcan.

Las vírgenes cuestan más plata y dependiendo de su físico, el precio puede aumentar hasta llegar a  10 mil euros.



Sin embargo, la crisis económica ha mermado las ofertas, mientras que Víktor Antonov piensa también que tiene otras dos hijas, aún niñas, pero le darán dinero en el futuro.

Sofía es blanca, cabello castaño, ojos verdes, pechos grandes, escultural cuerpo y mirada de imán, sin embargo, tiene un gran problema porque no es virgen, lo que se traduce en que no le dará mucho dinero a su padre.

Lo más que recibirá de paga es 220 o 300 euros, si el caballero enloquece con la chica.

El mercado de Stara Zagora se llena de romaníes, hombres solteros y chicas que se venden, acompañados de sus padres para garantizar su seguridad.

Para ellas no es prostitución, son gitanos, es su tradición y no se cambiará porque llevan décadas en lo mismo, además el gobierno mira para otro lado.

Todos los esfuerzos de los gobiernos europeos para adaptar a las sociedades cerradas romaníes fracasan, ya que la propia tradición de los gitanos los lleva a un autoexilio, a casarse entre ellos, vivir aislados y ser muy conservadores desde que salieron del norte de la India hace siglos.



Ese  domingo de agosto de 2019, el mercado de la ciudad está repleto, todas las féminas bien arregladas con costosos trajes, entre ellas Sofía.

Un joven de 23 años ofrece 2 mil 500 euros por Sofía, pero cuando le dicen que no es virgen, retira su compra y así pasa con tres caballeros más, uno de ellos daba 8 mil euros por la dama.

Puja y repuja, otro masculino ofrece 4 mil euros, pero no es kalajdzii, así que Víktor no considera la venta porque no quiere que su hija se mezcle con otros gitanos que no sean de su tribu.

Al final aparece un viudo de 40 años, le dice a Víctor que es kalajdzii, le pone 500 euros para casarse con Sofía, el padre de la chica lo piensa.

Muy caro el “error” de Sofía de tener sexo joven, baja no solo su reputación sino su precio en el mercado kalajdzii.



Su padre acepta negociar con el hombre maduro porque no tiene otra salida que pactar un matrimonio, de lo contrario su hija se irá con un masculino no gitano y no kalajdzii.

Sofía se va a una esquina a llorar, aunque la educaron para eso desde que era niña, no acepta que es un terreno devaluado por hacer el amor sin estar casada.

 

Los caramelos de Pisulino

Mientras el sol abrasaba, Pisulino regresa con una bolsa de papel reciclado y  una sonrisa de oreja a oreja.

“Lo trabé”, pensó el niño de diez años, al recordar que vendió una bolsa de jabón en cinco dólares, cuando el precio real era de tres. La ganancia era de 50 centavos, pero usó su astucia para inflar el precio de la mercancía de contrabando proveniente del comisariato de Balboa (antigua Zona del Canal de Panamá) y  logró obtener dos dólares de ganancia extra.



Llegó al cuarto donde vivía en “Hueco Sucio” de Plaza Amador. 

Afuera de su vivienda había una mesa donde colocaban los platos y se lavaban, mientras que dentro de ella un televisor RCA, una mesa destartalada, un calendario de signos zodiacales con posiciones sexuales, una lámpara y un viejo sofá.

Subió por el altillo para buscar ropa limpia, se bañó, se cambió y salió donde Miroslava.

-Aquí tiene señora Mirolsava, son 16 dólares de la mercancía vendida de su señor. Me corresponden tres dólares-.

-Coge lo tuyo y regresa en dos días porque Roberto aún no trae mercancía. Hay muchos operativos en la Zona y le quitan los carnés a los gringos que pillen comprando mercancía para venderla acá-, respondió la señora.

Pisulino abandonó el destruido caserón de madera, donde las aguas negras se mezclaban con los olores fétidos, el moho de las paredes y la ropa de baratillo tendida en las cuerdas.

Como era rico, vanagloriaba con sus amigos, les pagó gaseosas a cinco de ellos, le compró un dulce de canela y un jugo a Daysi. 

La niña era su vecinita santeña de ojos color miel, mientras que Pisulino era de piel canela y cabello lacio, delgado y pequeño. Estaba prendido con la santeña.

El alumno supera al maestro. Pisulino harto ya de ser empleado, aprovechó que una zonian se derretía por su hermano mayor.

Pidió 20 dólares prestado para irse con Sandra Lee al comisariato de Corozal y  trajo una bolsa llena de golosinas, cuyas ganancias serían el triple de la inversión.

Gomas de mascar, galletas, caramelos, pastillas y gran cantidad de dulces compró con el dinero.

Al enterarse que el chiquillo se independizó, Roberto lo buscó hasta encontrarlo, lo agarró por la camiseta y le reclamó por quitarle los clientes.

La salida más rápida del chavalo fue patearle los testículos y posteriormente huyó.

-Soy un pelao, pero no pendejo-, gritó mientras huía con la bolsa llena de caramelos.

La mucama de Ng

Alberto Ng, era hijo de un chino que llegó sin un centavo a Panamá en 1935, se instaló en su colonia, ubicada en las inmediaciones del antiguo Mercado Público de la Ciudad de Panamá, casi inexistente en la actualidad, ya que la mayoría de los negocios se mudaron detrás del centro comercial El Dorado.

Su padre logró subir un par de escalones, su hijo lo imitó y lo superó, siendo un contratista, dueño de tierras en varias partes del país y de una importadora de productos provenientes de China Continental.

Alberto Ng, tenía un empleado de confianza llamado Ramón Lezcano, un chiricano, oriundo de David, enemigo del alcohol y del tabaco, pero todo un doctor en la conquista del sexo contrario.

Ramón Lezcano, se graduó de maestro de obras, en el colegio Artes y Oficios, lo que en los años 40 y 50 equivalía prácticamente a un título de ingeniero civil y ganaban mucha plata.



El interiorano tenía dos hijas, nacidas durante su adolescencia, pero no se casó con ninguna de las dos madres, sino con una mujer de 23 años, tras abandonar a la dama madura de 40 años que le sufragó sus estudios.

Una vieja costumbre en la campiña interiorana del Panamá de ayer, era que los “pelaos” (jóvenes) tuviesen hijos y los dejaran al cuidado de sus abuelas, debido a lógicas razones y la de edad.

También había otro problema al reconocer a los menores, debido a que el registrador pedía el acta matrimonial, de no poseerla se inscribía a los niños o niñas como hijo ilegítimo.

Eso de colocar en las actas si el hijo era legítimo o ilegítimo terminó durante una de las presidencias de Arnulfo Arias Madrid.

Paralelamente, el chino y el chiricano tenían buena amistad, el primero le daba trabajo al segundo, lo que generó que comprara numerosas tierras en la periferia de la capital a bajo costo, por estar poco habitadas.



A Ramón Lezcano le gustaba una prima de Alberto Ng, identificada como Sunita Ng Wong, una china-panameña de segunda generación, y cuya familia tenía un supermercado en Calidonia.

En 1957, Panamá era una sociedad conservadora y machista con la tradición de que los oligarcas preñaban a las domésticas de fincas, casas de campo o residencias, algunos de ellos ni reconocían al menor ni mucho menos daban manutención.

El chiricano era uno de esos, su verdadero padre era un “rabiblanco” de apellido Blair, pero nunca lo reconoció.

Entretanto, Alberto Ng, planeó una reunión de negocios en su casa de Bella Vista, invitó a su prima Sunita y a Ramón Lezcano, a ver si ambos “enganchaban”.

El conquistador era alto, blanco, con figura de futbolista, ojos miel y poco cabello lacio oscuro.

Días antes, Alberto Ng, contrató a Diana, una mucama chiricana, blanca, de mediana estatura, cabello negro, ojos pardos, delgada y linda, con tan solo 16 años y recién llegada de su provincia.

Ambos invitados se presentaron, el anfitrión los recibió y todo estaba preparado con anticipación.

Dos horas después, los tres platicaban sobre negocios y daba la impresión que Sunita y Ramón tenían química.

Los abrebocas se acabaron y el chino-panameño fue a la cocina para pedirle a Diana que friera más alas de pollo para los invitados y trajera unas cervezas.

La chica, con su traje de mucama, llevaba en una bandeja las bebidas, los convidados estaban de espalda, ella no los había visto cuando llegaron, al voltearse Ramón Lezcano, a la adolescente se le cayó lo ordenado al reconocerlo.

Se le salieron las lágrimas y solo dijo muy pausado: “Es usted… Papá”.

La vida tiene kilométricas historias de encuentros sorpresivos.

 

 

El baile del ataúd

Martín Ramírez, era un hombre de 60 años, aunque su apariencia era de dos décadas menos, de baja estatura, cuerpo atlético, blanco, ojos miel y abundante cabello castaño claro y lacio.

Trabajaba como peón en la finca de los Fernández, en Churuquita Chiquita del rural Penonomé, a principios de los años 60, donde había zonas que aún no llegaba la electricidad y se abastecía de agua por pozos.

La provincia era el orgullo de Panamá, ya que Roberto F. Chiari, descendiente de coclesanos, asumió la presidencia del país el 1 de octubre de 1960 y de donde era originaria la familia Arias-Madrid, que logró meter a dos de sus descendientes en el Palacio de las Garzas.

Martín Ramírez tenía una habilidad para arrear ganado, sembrar, construir o ser una mano de obra calificada, lo que hacía que los terratenientes lo corretearan para contratarlo y las mujeres sucumbían ante sus encantos.



Algunos se sorprendían porque nunca había ido al médico, tenía sus dientes completos, no perdió una sola hebra de su cabello y estaba tan fuerte como un roble.

Decían por Churuquita Chiquita que el hombre de marras era el amante oculto o “tinieblo” de doña Tiffany Scott de Galindo, una escocesa casada con Adolfo Galindo, oligarca panameño y socio de los Fernández.

Las malas lenguas afirmaban que el caballero tenía un pacto con el diablo para poseer una salud fuerte, tener sexo por varias horas sin parar y conquistar damas de hasta 30 años menor que él.

Pueblo chico, infierno grande dice un viejo refrán, porque a los oídos de don Adolfo entró la noticia de que la escocesa lo pasaba por la parrilla (serle infiel) con el humilde e ignorante campesino, así que tomó cartas en el asunto.

En una fiesta le dieron de beber vino de palma a Martín Ramírez, quien la consumió como si se tratara de agua  y tras “mamar” guaro quedó completamente borracho.

Dos peones encontraron su cuerpo en medio del camino que llevaba a la finca de los Fernández, avisaron a las autoridades y como tenía aliento a licor, no le hicieron autopsia, presumiendo que le dio un ataque al corazón.

El corregidor no se iba a buscar conflictos si investigaba a Adolfo Galindo, ya que también sabía la historia de amor entre el hoy occiso y la extranjera, pero se quedó callado. Nada de buscar líos con un “rabiblanco”.

Durante el velorio de cuerpo presente (esa práctica no se realiza en la actualidad), en la casa de la hermana de Martín, Tita Ramírez, sucedió algo que dejó a todos boquiabiertos.

Cuando doña Mercedes rezaba el padrenuestro, sopló una brisa fuerte que apagó las guarichas y la velas alrededor del ataúd, este temblaba sobre la gigantesca mesa donde lo colocaron.

La caja parecía que danzaba frente los parroquianos sorprendidos.

Aterrados, los vecinos abandonaron la vivienda en momentos que cuchicheaban que era cierto que Martín tenía un pacto con el diablo, razón por la cual no quería que rezaran por su alma.



En medio de la lluvia, lo sepultaron en el cementerio Municipal de Penonomé, en una tumba sin cruz, solo con un madero pintado de blanco con su nombre, fecha de nacimiento y muerte.

Un mes después, dos chavales jugaban en el camposanto, encontraron la tierra removida y la tumba abierta sin el cuerpo, corrieron con miedo y la noticia se regó por todo el pueblo.

Adolfo Galindo quedó seis meses internado en un hospital mental porque decía que en las noches se le aparecía Martín Ramírez, luego salió del nosocomio, sin embargo, le diagnosticaron trastornos psicóticos de por vida y su mujer escocesa falleció de un infarto.

Los bochinchosos del pueblo señalan que el peón se llevó a la extranjera e hizo que su esposo perdiera el juicio por venganza, ya que lo mandó a envenenar.

En las madrugadas penonomeñas, algunos vecinos afirman haber visto en las calles el fantasma de Martín Ramírez pululando con una mujer sin rostro.

Con las manos en la masa

“El Metálico” vio a “Culembo” con dos vasos de raspados con hielo, sin sabor o sencillamente hielo puro, y se preguntaba: ¿para qué necesitaba eso?

El segundo se dirigió hacia las marquesinas del colegio José Antonio Remón Cantera (Jarc), donde lo esperaban tres estudiantes más, colocaron el hielo en unos vasitos de plástico, “Culembo” metió la mano en un morral rojo, abrió como un envase y empezó a servir.

“El Metálico” se unió al grupo de “Culembo”, “Raya’o”, “El Tico” y “Jirafa”, todos estudiantes del VB17, de plan de contabilidad en español de la Escuela Profesional Isabel Herrera Obaldía.

Como si estuviesen en un resort, reían, vacilaban las nenas del colegio Remón y chistaban.



Unos 20 minutos después, el negro “Poroto” llamó a “El Metálico” porque platicaba con Verónica, una chica que le gustaba al adolescente roquero y este le confesó que los muchachos tenían una botella de güisqui que la bebían de forma clandestina.

No solo era ilegal, sino que rompía las reglas de ambos planteles estatales, así que si los sorprendían sería una suspensión de clases hasta que trajeran a su acudiente y para 1985, eso representaba una tunda de correazos por mal portados.

-Miren que están correteando a este poco de locos-, manifestó “Poroto” a “El Metálico” y Verónica.

Los tres alumnos observaron cómo dos inspectores del Jarc perseguían a los estudiantes de la Profesional, no obstante, como eran cuatro los alumnos, tres lograron evadir a sus captores.

“Jirafa”, a pesar de sus largas piernas, era un “patón” corriendo, ya que lo atraparon, “Raya’o”, cruzó por debajo del puente elevado peatonal en medio del tráfico y escapó, así como el resto de los chicos.

Después del recreo, llegó a la clase de Contabilidad, una secretaria de la Subdirección, para llamar a todos los varones del salón y los llevaron para ser identificados por los inspectores del Jarc.



“Flaco Bala”, preñado culillo porque tenía dos cigarrillos en la cartera, pero no lo reconocieron porque no estaba en la “chupata”.

También se salvaron “El Metálico” y “Raya’o”, el primero porque estuvo poco tiempo y el segundo porque, arriesgando su vida, cruzó la vía Israel aterrado ante una posible rejera de su acudiente.

A “Culembo” y “Jirafa” los suspendieron hasta que trajeran a sus padres y resto tuvo en respiro para aprender la lección de que hay acciones que deben esperar a la mayoría de edad, una de ellas es el consumo de licor.

Tras terminar el colegio en 1986, “Culembo” se fue a Estados Unidos, se enlistó en el ejército y fue enviado a la primera Guerra del Golfo Pérsico de 1990, y no hubo más noticias de él, mientras que “Jirafa” trabajó en una empresa privada en el departamento de Contabilidad.

“Flaco Bala” laboró en una cadena de supermercados en la parte administrativa, “Raya’o” es abogado y tiene dos hijas, “El Metálico” publicista y escritor, “El Tico” desapareció del mapa y del resto de los chicos poco se supo.

 

Meena y Ricardito

En la calle 18 Central, de la Ciudad de Panamá, está un edificio de cinco pisos, pintado de blanco, donde vivía Ricardito Herrera, de 16 años, con su padre del mismo nombre, y su hermanito Julio José, de 10 años.

Al lado del apartamento 16, residían unos migrantes de Mumbay (antes Bombay) que eran Sureh Mayani, su esposa Sila y su hija adolescente Meena, de 15 años, quien nació en Panamá.

En aquella época solo había una cantina, la farmacia Morán y la discoteca El Manchego, muchos años antes de que se convirtiera en lo que hoy le llaman la “Calle Paraguay” con antros en cada local comercial y dos abarroterías.

Meena y Ricardito hicieron buena amistad, ambos jugaban monopolio, parchís y ella, en ocasiones, iba a los partidos de base por bola del equipo Los rayos verdes, en el que el adolescente era lanzador.



Los Mayani no consumían carne de res, pero invitaban a los Herrera a deleitarse de las exóticas comidas con mucho jengibre, picante y curry, ya sea pollo o cordero, mientras que la familia panameña les preparaba gallina asada y sancocho la contraparte migrante.

Ricardito soñaba con ser piloto de avión y Meena doctora en medicina, sin embargo, el futuro de las mujeres indostanas no lo deciden ellas, sino sus parientes.

Ya le tenían un esposo, desde antes de nacer, un caballero identificado como Ranjit Begam, cuyo padre tenía un negocio de venta de electrodomésticos en Mumbay.

Las dos familias fueron muy unidas hasta que con los años los amiguitos dieron el paso de transformarse de adolescentes a hombre y mujer.

Meena se convirtió en una linda dama, piel canela, con curvas deseadas, delgada, pechos medianos, unos ojos pardos muy brillantes, cabello negro extremadamente hermoso y sonrisa angelical.

Por su parte, Ricardito era un hombre atlético, blanco, cabello lacio negro, ojos oscuros y roba miradas de las féminas.

Pero hubo un gran problema, ambos se enamoraron, lo que generó que los Herrera y los Mayani, se pelearan porque una cosa era que los chicos fueran amigos y otra, novios.



Los indostanos son muy celosos de su cultura, si un hombre o mujer no se casa con alguien de su entorno, entonces lo desheredan (en el caso de que haya bienes) o lo apartan de la familia.

Tras cumplir 20 años Meena, a la semana siguiente llegó de la India Ranjit Begam para casarse, lo que dejó a Ricardito en pie de guerra y con un plan de escape anticipado, digno de una producción cinematográfica.

El 14 de febrero de 1979, Meena abandonó su apartamento, solamente con la ropa puesta, tomó un taxi rumbo a calle H, en la terminal de Tica Bus, donde lo esperaba su amado con dos maletas llenas de ropa para ella.

El hombre enamorado trabajó un año para prepararse.

Abordaron el autobús, ni siquiera se bajaron en la terminal de Santiago de Veraguas para comer, ya que los nervios los tenían destrozados.

En San José, los esperaba un amigo de Ricardito.

Ambos pasaron la frontera panameña sin problema, aunque en la tica, la oficial de migración, vio el pasaporte istmeño de Meena, le habló para cerciorarse de su acento, lo comprobó y selló la entrada por 60 días a los dos.

Rumbo a San José, la mujer y su novio lloraban de alegría, pasaron el último retén tico y de allí hacia la libertad.

La exótica pareja evidenció que el mazo del amor derrumba cualquier muro de la separación.

 

 

Cachita

 Jaimito y Pedrito, brincaban de alegría cuando su papá le trajo a su casa de Burunga, Arraiján, una perrita de dos meses, color negro con manchas blancas, animal que aumentaría la felicidad de la familia.

Rodolfo Campuzano, venía de Ecuador, tenía una panadería en calle 21 El Chorrillo y también un puesto de ventas de dulces, en el mercado periférico de ese corregimiento, donde sus hijos, Jaimito, de 10 años y Pedrito de 8, le ayudaban en el negocio.

Al can le pusieron el nombre de “Cachita”, juguetona, como todo ser cachorro, brincaba, corría, daba sus primeros mordiscos y con un ladrido de soprano que rompió la monotonía familiar.

Manuel era viudo, llegó sin dinero a Panamá, proveniente de Guayaquil, Ecuador con su mujer y sus descendientes, sin embargo, cuatro meses después de arribar al istmo, su esposa falleció en un accidente de tránsito.



El caballero se dedicó a trabajar arduamente, primero limpiaba una panadería, luego aprendió hacer panes y dulces, hasta que se le presentó una oportunidad y compró el negocio de calle 21 El Chorrillo.

Los niños asistían a la Escuela República de Cuba (hoy Centro Escolar Manuel Amador Guerrero), al lado de los edificios de Barraza.

Cachita no era de raza fina, si no como le dicen en Panamá “tinaquero”, pero muy bella, coqueta y amorosa.

Como no conocía el riesgo, en ocasiones cruzaba la calle del mercado, muy peligrosa para ella porque allí circulaban los autobuses de Arraiján, La Chorrera y Capira.

En ese lugar estaba la terminal y cientos de personas se desplazaban a diario para trabajar en la capital panameña, a comprar verduras o frutas en el mercado o comer en la fonda cercana.

Apenas llegaban a casa, los esperaba Cachita, can que saltaba y corría entre la vivienda de Burunga porque la dejaban sola, ya que Manuel no quería llevarla al negocio.

Los niños protestaban frente a su padre porque no querían dejar a su mascota sola en su vivienda hasta que retornaran, puesto que salían del colegio y se iban a la panadería de su papá hasta que cerraba y posteriormente se marchaban a su hogar.



Acordaron con Melche, la dueña de la fonda cercana, dejar a Cachita en sus alrededores porque la mujer tenía una hija de 7 años que podía cuidar a la mascota.

Marita, la hija del Melche, cuidaba a Cachita, era muy celosa, no la dejaba cruzar a la calle porque la colocó en un espacio cerrado con capacidad para la perrita se moviese.

Luego corría con ella en el estadio de Barraza, con amplio campo para que Cachita jugara sin peligro.

A los tres meses todo iba bien hasta que los niños y la niña no fueron a clases, posteriormente al llegar a casa su papá tenía un rostro de tristeza.

Jaimito y Pedrito, sintieron que algo pasaba, su padre movía la cabeza y decía lo siento.

Les contó que Cachita corrió hacia el mercado, momentos en que un bus de La Chorrera-Panamá venía, le aplastó la cabeza y la mató al instante.

Ambos chavales rompieron a llorar, su padre se les unió, los abrazó e intentó consolarlos.

Su mascota favorita se había ido, no lograron  acariciarla, los tres miraban las estrellas afuera de la casa en Burunga como para verla correr, brincar y ladrar entre las estrellas.

El golpe fue duro para los niños que apenas iniciaban sus vidas, pero siempre recordarán a su apreciada mascota Cachita que vive en sus corazones.

La enfermera alemana II

Ayra e Isis, se quedaron mudas al tener el fantasma de la enfermera alemana frente a ellas.

Las dos quisieron gritar, sin embargo, el propio terror que sentían les impedía hablar en momentos que observaban el físico y los hermosos ojos azules del espíritu.

El bombillo principal de la biblioteca se apagó y posteriormente el lugar quedó oscuro, pero una luz blanca alumbró a lo que un día fue una mujer extranjera en Panamá.

-No tengan miedo. No les haré daño, por el contrario, necesito que me ayuden-.

-¿Noo, nosotras?-, respondió Isis.

-Sí, ustedes-, dijo el fantasma con marcado acento alemán.

-¿Qué podemos hacer por un fantasma o un espíritu?-, interrogó Ayra, quien estaba más blanca que un papel bond.

-Vayan al cementerio Amador, al final de la mano derecha debe haber una tumba de Ricardo Brown, era mi novio panameño. Yo fui llevada al campo de concentración Crystal City, en Texas, en 1944-.



-Pero, ¿por qué?-.

El gobierno de Ricardo de la Guardia ordenó detener a los alemanes, japoneses e italianos, solo por sus nacionalidades. Muchos, como yo, fueron enviados a esos campos sin haber cometido delito alguno.

-¡Santo!-, replicó Isis.

-Yo no puedo rezar ni ir hasta allá. Ustedes vayan y háblenle a la tumba de Ricardo, díganle que yo morí de tifus en ese campo de concentración, así él descansará en paz y yo no seré más un espíritu errante.

No hubo tiempo para extender el diálogo porque la energía eléctrica volvió, el fantasma desapareció, solamente se vio un hilo de humo que se colaba por debajo de la puerta.

Las dos chicas aterradas sin saber qué hacer o si seguir la corriente del fantasma de la enfermera, pero, eso no fue todo, porque en el piso había una fotografía en blanco y negro.

Ayra la recogió y la imagen era la foránea en vida con un hombre de raza negra, detrás una leyenda escrita en castellano que decía lo siguiente: “Siempre te amaré mi panameño negrito Ricardo Brown. Tu princesa alemana, Hellen Becker”.



Recogieron sus pertenencias y se marcharon para irse a la discoteca, pero allá la germana les rodeaba la mente y acordaron ir el domingo al camposanto para ayudar al fantasma.

La pasaron bien en la disco y estando ya algo pasada de cervezas, Isis observó que frente a ella había una chica, vestida de rojo, rubia, ojos azules, alta y esbelta figura, pero era una copia de rostro de Hellen Becker.

Se asustó, se lo comentó a su amiga, quien quedó estupefacta y decidieron abandonar la discoteca.

Posteriormente, el domingo temprano fueron las dos, encontraron la tumba, toda sucia, casi no se comprendía el nombre, le pagaron a un señor para que cortara la hierba y la pintara de blanco.

El fantasma nunca más volvió, no obstante, a las dos les llegó un sobre amarillo con una fotografía de la tumba, bien pintada y cuidada. Atrás estaba escrita la palabra “gracias”.

Hellen Becker solo quería descansar con su amor, pero nadie la ayudaba hasta que encontró a dos damas dispuestas a tenderle la mano.