Los vecinos vociferaban del avistamiento de un toro negro, con cachos largos, ojos rojos, con pezuñas de color oro, con su corcova muy brillante y un sonido repetitivo que se introducía en los oídos de las personas que llevaban la mala suerte de verlo.
Obaldía, es un corregimiento de la zona montañosa de
La Chorrera, con largos caminos donde la selva de cemento no reemplaza los
vistosos árboles, las gigantescas praderas, cercas de alambres de púas y en el que
las estrellas son mejor observadas.
Con numerosos jorones y cantinas, recurridas por clientes
que beben a pico de botellas los cuartos, medias o botellas de licor sin
importar la hora de entrada a laborar al día siguiente porque allí no existen
los relojes de marcar, ni con tarjeta, huella dactilar o reconocimiento facial.
Así que se corrió la bola de que el animal se paseaba,
principalmente en las noches, alumbraba con sus terroríficas pupilas el camino
donde andaba, bebía mucha agua de las quebradas y todo el que escuchaba su
sonido enloquecía.
Peones, hacendados, maestros, chiquillos y a los
turistas se les advertía que no se internaran en los caminos al dormir el sol porque
podrían encontrarse con el toro y el mamífero se los tragaría o los dejaría
traumados.
Mientras que, en la propiedad de los García, uno de
los dueños una finca con larga historia familiar de terratenientes fue visitada
por Gilda, una chorrerana casada con un español, con quien tuvo dos hijos.
Los chiquillos, de diez y doce años, salieron a jugar
en el inmenso terreno verdoso, con árboles que daban mucha sombra, gozaban la
dulce brisa tropical y tierna de la zona rural chorrerana.
Comieron mango, marañón curazao y fruta china, caminaron hasta ver el río, pero la cerca de alambre de púas les impedía tocar sus aguas, la extendieron, cruzaron hasta el afluente y anduvieron unos veinte minutos viendo el habitad.
El sol se había ocultado, Gepe y Vicente, en medios de
risas y sudor, se encontraron con un animal famoso en España, aunque con
distintas características al que acostumbran a ver en las ferias taurinas.
Un sonido peculiar del ganado hizo que ambos hermanos gritaran,
el dueño de la finca los escuchó porque los buscaban, corrió con la escopeta en una mano y la Biblia en la otra, los llantos de la afligida madre se escuchaban hasta en Santiago
de Compostela.
Don Luis, el finquero encontró a los infantes desmayados, la madre se quedó al cuidado de sus hijos y el valiente hombre fue a enfrentar al toro, mamífero que apenas lo divisó emitió su sonido, aunque a Luis no le importó, disparó dos veces al aire y luego leyó la biblia.
De forma increíble, el toro se transformó en
Filogonio, uno de los peones de la otra finca desaparecido desde hacía 15 años, tenía un aspecto de mendigo, lo trasladaron a una iglesia donde le practicaron casi un exorcismo y
al despertar nada recordó.
Un pacto con el diablo para conquistar una dama fracasó,
el diablo lo transformó en ese animal como castigo hasta que alguien le quitara
la maldición del toro de Obaldía.
Imagen de Jahir de León y Víctor (de Pexels) no
relacionadas con la historia.