Mustafá andaba con dos chicas, una del turno matutino y otra del vespertino, en el Colegio José Antonio Remón Cantera, en Panamá, gozaba de mucha astucia para que los mediodías no lo pillaran con las manos en la masa.
Se turnaba para encontrarse con María y Cristina, la primera estudiaba el
bachillerato en Ciencias, en la mañana, mientras que la segunda en Letras (en el salón de Mustafá), en
la tarde, por lo que con la ayuda de compañeros del liceo salía bien librado.
Él de piel canela, sus novias, de baja estatura, buena figura y una piel semejante
a una inmensa pradera de esas que existen en Siberia para noviembre, diciembre,
enero y otros meses.
Hijo de un médico y una abogada, Mustafá era inteligente, sin embargo, muy
indisciplinado, la ausencia de sus padres, generaba su comportamiento errático
que en ocasiones le costó la visita a la oficina de la subdirección y algunas
suspensiones.
Así que el chico, entre una y otra, besitos, caricias, admirado por algunos
compañeros y detestado por otros e incluso algunas damas suspiraban por hurtarle
un ósculo al escuálido jovencito, pero con una labia impresionante.
Como los tres cursaban el duodécimo grado, habría graduación, lo que le
preocupaba al varón infiel porque la ciencia y los avances científicos jamás
harían que se dividiera en dos.
No obstante, decidió que en su momento tendría una solución, así que se
dedicó a mejorar sus notas y neutralizar su disciplina, de lo contrario, el castigo
parental sería fuerte. Todo menos dejar de ser infiel.
Llegó septiembre, había un festival musical, María le comentó que no podía
ir porque sus padres viajarían a Chiriquí a visitar sus familiares, así que
Mustafá respiró con tranquilidad porque Cristina sería la primera dama ese día.
Con su grupo de amigos, Mustafá disfrutaba la velada musical, agarrado de
la mano con Cristina, ella orgullosa de su canelo, pelinegro y delgado, sonreía
y no se le despegaba.
Pasaron dos horas, la novia del infiel, se fue al baño, transcurridos unos
cinco minutos, venía María con Cristina y las dos se colocaron frente al
masculino.
—Prima, te presento a mi novio, Mustafá—, dijo María.
El destino los había unido, el imberbe quedó mudo, también Cristina, quien respondió
que ese chico era su novio desde el mes de mayo.
Mustafá sudaba, respiraba profundo e intentó excusarse, las dos parientes
le gritaron una serie de insultos y los compañeros intervinieron antes de que algún
inspector descubriera el suceso.
Ambas, se marcharon, cada una por su lado, en medio de un diluvio en sus ojos porque el cazador fue cazado por sus víctimas y recibió una sorpresa porque el viaje de María a Chiriquí se suspendió en último momento.
Durante el resto de período escolar Mustafá no tuvo más novias en ninguno de los dos turnos.
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