Melquiades llevaba semanas afinando estrategias para conquistar a Leona, su compañera de trabajo en el centro de llamadas, así que al final se decidió por invitarla a cenar un sábado porque ambos eran casi vecinos.
Él residía en Río Abajo y ella en Parque Lefevre, por
lo que la dama aceptó ir a comer con el Romeo, siempre y cuando la cita fuese
en el restaurante Patagonia, ubicado en el corregimiento de San Francisco y cuyos
precios eran elevados.
Melquiades contaba con cien dólares en efectivo y una
cantidad similar en su tarjeta de débito por si se presentaba cualquier
eventualidad de pensiones o casas de ocasión.
El caballero de tez blanca y ojos miel, se vistió con
un pantalón diablo fuerte, color azul, una camisa blanca y zapatos negros,
salió de su vivienda y abordó un taxi que lo trasladó hasta el restaurante.
Sin embargo, menuda sorpresa se llevó porque Leona
estaba acompañada de una dama, quien se presentó como Carmen Lorena, vecina y quien
compartió bancas en la secundaria con la codiciada operaria.
Al varón no le gustó el asunto, el encuentro
no sería privado o de amor, ya que tres son multitud y lo que debió convertirse en una
cita amorosa se transformó en un trío hueco.
De inmediato, Leona y Carmen Lorena pidieron ensalada César,
chorizos, pan de ajo, luego se bebieron tres botellas de vino a 60 dólares cada
una, mientras que Melquiades observaba la decoración de madera de todo el
negocio.
Música de Mozart que se escuchaban desde las bocinas
del techo, mesas gruesas y laqueadas, sillas rústicas, numerosos cuadros de
distintas ciudades de Argentina y abundantes meseros.
La preocupación de Melquiades era tan grande que solo
comió un chorizo y bebió agua, se dio cuenta de que las mujeres lo tomaron por pendejo,
paganini o como se dice en Panamá lo estaban sangrando a proporciones
mayores.
Para el plato fuerte las mujeres ordenaron churrasco, carne
de cordero y matambre, pollo asado, vegetales y papas a la francesa, lo que dejó
atónito al varón porque se preguntó de dónde salió tanta hambre.
Ambas mujeres eran humildes, la cuenta ya pasaba los
300 dólares y el camarero preguntó si la factura sería dividida entre los tres,
a lo que Leona respondió que el que invita paga, así que su pretendiente era el
responsable de cancelar la factura.
Melquiades estaba loquito con su culisa compañera
de trabajo, no obstante, no tenía un pelo de idiota y le ordenó al camarero que
envolviera sus alimentos mientras iba al baño.
El mesero vio cuando el hombre entró, salió del sanitario
y luego se dirigió hacia la salida, se perdió entre los automóviles en un taxi
y de inmediato fue donde las damas.
—Su amigo se marchó. ¿Quién paga la cuenta? —,
preguntó
Sin saber qué hacer, Carmen Lorena tuvo que llamar a un primo
para que le enviara dinero y Leona a un indostano prestamista para pagar. Todo vía Yappy.
No volvió a ver a Melquiades porque renunció a la compañía,
pero quedó con la deuda de 160 dólares de la famosa cena.
Fotografía de Jonathan Borba y Pixabay de Pexels no
relacionadas con la historia.