En noviembre de 1943, la temperatura estaba bajo en -40 Celsius, en las afueras de la ciudad de Brest, un grupo de partisanos esperaban una caravana de soldados alemanes para acabarlos sin piedad.
Entre los rebeldes estaba Vovka, de 19 años, un imberbe, cuyos padres
fueron asesinados por el ejército alemán que buscaba derrotar a la gigantesca
Unión Soviética, por lo que desplazó tres millones de soldados para acabar a
Moscú y lograr su esperado espacio vital.
Detrás de unos gemelos, sus ojos semejantes al cielo observaban la estepa
rusa, en espera del enemigo, el odio era grande, no había clemencia, sin
padres, vecinos, su casa destruida y algunos lograron escapar.
A pesar de que el enemigo en común eran los alemanes, entre los insurrectos
había divisiones, los polacos no gustaban de los bolcheviques, los judíos tampoco
confiaban en los rusos y estos últimos miraban con recelo a los ucranianos.
Razones históricas, económicas y de otra índole generaban esta astilla en
la mente de los partisanos, aunque al momento de combatir al invasor nazi, se unían
por su causa.
Llegados de varias partes del gigantesco paraíso comunista, dormían en
chozas improvisadas, comían de las donaciones de algunos residentes anti nazis y cazaban sin disparar lo menos posible porque revelaría su posición.
Los alemanes sabían de su existencia, se lanzaban a la caza de los
opositores que los combatían apenas con fusiles entregados por el Ejército Rojo,
los decomisados o robados a los germanos invasores.
En pleno invierno, le filtraron al comandante alemán el posible sitio donde
estaban los partisanos, recibió ayuda de un granjero de apellido Becker, nieto
de un migrante de Bavaria.
Mientras que los rebeldes construyeron trincheras para una ofensiva
alemana que al final ocurrió, así que primero bombardeó la aviación y posteriormente la
infantería con morteros, granadas, ametralladoras MG 130 (dispara 900 balas por
minuto) y MG 150 (750 balas por minuto).
Solo 60 partisanos contra 500 soldados alemanes, había desventaja, Vovka recordó
a sus padres, disparaba con excelente puntería, el enemigo caía, pero la proporción
y las armas eran favorables para el invasor.
Uno a uno los partisanos fueron cayendo, Vovka se protegía, se le terminaron
las municiones, tomó un fusil de un compañero muerto y al tiempo no había balas
para disparar.
Nunca dejarse atrapar, tomó una pistola y la usó hasta que también se quedó
sin municiones, luego se le encontró con un soldado alemán y lo mató de un tiro en la
frente.
La muerte de Vovka y sus compañeros no fue en vano, con la liberación los
colaboradores de los conquistadores fueron juzgados y ahorcados en la plaza
pública de la ciudad.
Vovka sin experiencia luchó hasta su último aliento.
Imágenes de archivo Segunda Guerra Mundial no relacionadas con el relato.