Papriko García se reía cuando le hablaban de fantasmas, apariciones y espíritus porque era un ateo en toda su expresión y se burlaba de las historias de apariciones de un ente en los pasillos del centro comercial Westland, en Arraiján, Panamá.
Papriko llegó desde Tolé en el año 2020 a La Chorrera
en busca de un mejor futuro, con 22 años, apenas terminó el noveno grado en un
colegio estatal, las carencias y pobreza lo obligaron a emigrar.
A duras pasó las pruebas para laborar como guarda de
seguridad, primero lo colocaron en un banco, sin embargo, durante un asalto lo despojaron del arma y le golpearon la cabeza,
así que lo trasladaron al centro comercial.
Nunca faltaba, no llegaba tarde y doblaba turnos sin protestar, lo
que generó que lo colocaran amaneciendo en ese lugar y el caballero feliz.
Mientras que, entre los empleados de la compañía de
seguridad, del cine y los comercios se corrió la voz de que por el centro comercial
pululaba una figura desconocida, Papriko se burlaba de eso y lo ridiculizaba.
Las historias eran varias, de una niña asesinada,
secuestrada o que falleció al morir y otros detalles, pero lo cierto es que
muchas bolas de corrillo y nada en concreto del posible fantasma.
Una colaboradora de una cafetería narró que una niña
se le presentó cuando cerraba el comercio, le comentó que durante la
construcción del centro comercial su tumba fue removida y solo buscaba regresar
a su santo sepulcro.
Pero para el guarda de seguridad esto no era otra cosa
que fantasías porque no creía en santos, en dioses o apariciones divinas.
Papriko decía que se nacía, reproducía y moría.
A los tres meses, el caballero hacía su ronda regular
en los estacionamientos, cuando vio de lejos algo que se movió, le anunció a la
persona de que el lugar estaba cerrado, por lo que debía retirarse.
Escuchó risas, de nuevo divisó lo que parecía ser una
niña que corría, vestida con traje blanco, zapatos del mismo color y dos moños,
Papriko se rascó los ojos y se asustó.
Giró, no vio nada, caminó cinco metros y se le
presentó enfrente.
Allí estaba el fantasma, una niña de diez años que le
dijo a Papriko que llevara un rosario a la esquina del muro limítrofe entre el
centro comercial y el cementerio porque fue removida su tumba durante la
edificación, lo que la obligó a levantarse de su eterno descanso.
A Papriko se le salieron las lágrimas, se orinó y se
cagó en los pantalones. Luego se volvió creyente católico.
Fotografías de Elina Araja de Pexels y Wikipedia no
relacionadas con la historia.