Corría el año 1982
para Magda Carrizales, una adolescente de 13 años, quien residía con tres
hermanas en un viejo caserón de mampostería, en la calle 5.a del corregimiento
de San Felipe, en la Ciudad de Panamá.
Delgada, trigueña, pequeña estatura, cabello negro, lacio, ojos
oscuros y una mirada triste que demostraba que no la pasaba bien, puesto que su
madre era el sustento de la familia como vendedora en un almacén.
Cursaba el 8.o grado del colegio Bonifacio Pereira
Jiménez (hoy Escuela Amador Guerrero que está, al lado de los edificios de Barraza) y en
esa época funcionaba en las mañanas como escuelas repúblicas de Cuba, Argentina
y Perú.
La chica caminaba a diario desde su casa, con sol o
lluvia, ya que no había dinero para transporte colectivo y menos privado,
además cuando tenía suerte su madre le daba 25 centavos de dólar.
Era la menor, todas sus hermanas estudiaban en otro colegio en la mañana y Magda iba en las tardes, lo que la dejaba en posición
desventajosa.
Desayunaba dos trozos de pan, con una rueda de
mortadela, partida en dos para que alcanzara y una taza de té. Muchas bocas que
mantener por parte de su madre y un solo ingreso.
Eso era como a las 8:00 a.m. y su estómago no recibía
alimentos antes de ir al colegio, así que tenía que sobrevivir, como dicen en
Panamá “saltando garrocha” (pasar hambre) hasta regresar a casa,
aproximadamente a las 6:30 p.m.
Magda tenía una amiga de nombre Viodelda, casi en las
mismas condiciones, pero algo privilegiada porque solamente tenía un hermano.
Las adolescentes caminaban hacia el mismo colegio,
aunque a veces Magda se presentaba unos 20 minutos antes de la salida.
Prácticamente, iba a mendigar un pedazo de pan con una
salsa de tomate con hongos que Viodelda colocaba en un hornito de mesa. El
producto se llamaba “Pizza Topping” y era popular en los años 80.
Se notaba la malnutrición de las chavalas, tanto en su
tamaño diminuto como su contextura física, sin embargo, con libros prestados o
idas a la biblioteca, las señoritas lograron terminar su secundaria, entre
algunos fracasos, provocados por su situación socioeconómica.
Pasaron ya 25 años desde que se graduaron de bachillerato, Magda estudió Relaciones Internacionales y Viodelda,
arquitectura, lo que les abrió las puertas a una mejor vida.
La primera fue embajadora de carrera en varios países
y la segunda una famosa diseñadora de estructura, se casaron y tuvieron hijos.
Ninguna de las dos ocultó su origen humilde, se reunían cuando podían, bebían vino, en casa de algunas de una de las dos, a veces lloraban cuando recordaban lo difícil que es sentir el estómago, bailar y la “Pizza Topping” que numerosas veces les mató el hambre.