Casi, en el centro de Bulgaria, en la ciudad de Stara Zagora, vive Sofía Antonov, de 18 años, quien está preocupada porque no tiene ofertas de casamiento y pronto viene el último domingo de agosto.
Su padre, Viktor Antonov, trabaja como taxista y
también se le mete, entre ceja y ceja, que su descendiente no ha encontrado un
novio para matrimoniarse, a pesar del dinero invertido en ropas y arreglos.
Corre el año 2019 y en pleno siglo XXI sigue la
tradición de las adolescentes kalajdzii (tribu gitana de Bulgaria), cuyos padres
venden a sus hijas, dependiendo del dinero que le ofrezcan.
Las vírgenes cuestan más plata y dependiendo de su
físico, el precio puede aumentar hasta llegar a 10 mil euros.
Sin embargo, la crisis económica ha mermado las
ofertas, mientras que Víktor Antonov piensa también que tiene otras dos hijas,
aún niñas, pero le darán dinero en el futuro.
Sofía es blanca, cabello castaño, ojos verdes, pechos
grandes, escultural cuerpo y mirada de imán, sin embargo, tiene un gran
problema porque no es virgen, lo que se traduce en que no le dará mucho dinero
a su padre.
Lo más que recibirá de paga es 220 o 300 euros,
si el caballero enloquece con la chica.
El mercado de Stara Zagora se llena de romaníes,
hombres solteros y chicas que se venden, acompañados de sus padres para garantizar
su seguridad.
Para ellas no es prostitución, son gitanos, es su
tradición y no se cambiará porque llevan décadas en lo mismo, además el
gobierno mira para otro lado.
Todos los esfuerzos de los gobiernos europeos para adaptar
a las sociedades cerradas romaníes fracasan, ya que la propia tradición de los
gitanos los lleva a un autoexilio, a casarse entre ellos, vivir aislados y ser muy
conservadores desde que salieron del norte de la India hace siglos.
Ese domingo de agosto de 2019, el mercado
de la ciudad está repleto, todas las féminas bien arregladas con costosos trajes,
entre ellas Sofía.
Un joven de 23 años ofrece 2 mil 500 euros por Sofía,
pero cuando le dicen que no es virgen, retira su compra y así pasa con tres
caballeros más, uno de ellos daba 8 mil euros por la dama.
Puja y repuja, otro masculino ofrece 4 mil euros,
pero no es kalajdzii, así que Víktor no considera la venta porque no quiere que
su hija se mezcle con otros gitanos que no sean de su tribu.
Al final aparece un viudo de 40 años, le dice a Víctor
que es kalajdzii, le pone 500 euros para casarse con Sofía, el padre de la
chica lo piensa.
Muy caro el “error” de Sofía de tener sexo joven, baja
no solo su reputación sino su precio en el mercado kalajdzii.
Su padre acepta negociar con el hombre maduro porque
no tiene otra salida que pactar un matrimonio, de lo contrario su hija se irá
con un masculino no gitano y no kalajdzii.
Sofía se va a una esquina a llorar, aunque la educaron
para eso desde que era niña, no acepta que es un terreno devaluado por hacer el
amor sin estar casada.