Ese fatal martes 4 de junio de 2002, Vicente Garrido, se puso un pantalón vaquero, una camiseta, una gorra, unas zapatillas Converse, todo de color negro, llevaba una cadena de una estrella de cinco puntas y un collar de perro de esos que usan los roqueros o los fanáticos del punk.
Su noche galante, ya que había conocido hacía dos semanas,
una chica rubia, de ojos verdes, alta, de figura escultural, en la discoteca
Planet Mall, ubicada en Los Yoses, en San José, Costa Rica.
Heidi Becker, laboraba como asesora legal en una
empresa de transporte y también litigaba. En su trabajo como defensora conoció
a Alfredo Monge, cuando pagaba una condena en La Reforma, por asaltar un camión
blindado.
El malandrín se convertiría en su hombre de asiento,
aunque muy oculto porque la dama temía de los chismes de la sociedad
costarricense.
¿Pero, qué hacía Vicente Garrido, un antiguo vecino de
Río Abajo, en la capital costarricense?
Sencillamente, trabajaba para una compañía constructora
istmeña como capataz, de una mega obra en Alajuela, un ambicioso proyecto de un
centro comercial con todas las comodidades.
Vivía cerca del Novacentro, a 900 metros al norte y
200 al sur de la ferretería Robert, en Guadalupe, Goycochea, en la periferia de
la capital tica, en una vivienda arrendada.
Esa “noche triste” tomó un taxi que lo trasladaría a
la Calle de la Amargura, muy famosa por su gran cantidad de bares y discotecas,
donde también se registraban numerosas estadísticas de homicidios y riñas. De ahí
nació su peculiar nombre.
Heidi Becker, lucía un pantalón vaquero azul, una
camiseta de la sección nacional de Costa Rica, una pañoleta con la bandera de su
país, zapatos botines negros.
Vicente Garrido, alto, de piel canela, cabello crespo,
ojos pardos, miraba junto con su novia tica y de origen alemán, el partido de
Costa Rica vs. China Comunista, durante el mundial Corea-Japón 2002.
Cuando los ticos anotaron el primer gol, el bar quería
venirse abajo, por la alegría y posteriormente coreaban: ¡Oooee, oooeee,
ticoooos, ticooooos!
Un beso suculento entre la pareja “café con leche” para
celebrar el primer gol y al final del partido se fueron a una disco a celebrar.
El panameño no escuchó el consejo de su amigo
costarricense Alfonso Meza que tuviese cuidado porque la mujer daba la
impresión que ocultaba algo, aunque el istmeño nunca le prestó atención.
Hay un viejo refrán que dice papaya grande no se la
come un solo hombre, sin embargo, Vicente Garrido nunca la escuchó.
Los novios bailaban la canción “Mueve la colita”,
entre miradas atractivas, besos, caricias, el humo de los cigarrillos del antro
y los ebrios felices del triunfo de su país.
Mientras frente al San Pedro Mall, la policía
antimotines se preparaba por si se formaba algún disturbio por la gran cantidad
de personas que salieron a las calles a vitorear el triunfo de los ticos 2-1
sobre los chinos, en la Calle de la Amargura, el asunto era muy distinto.
Heidi Becker le ocultó al “Pana”, como le decían en la
construcción al istmeño, que tenía una relación oculta con un exconvicto,
peligroso y consumidor de drogas. Pensaba que nadar en dos aguas al mismo
tiempo sería fácil.
Ya las cervezas imperiales empezaban hace su efecto,
Vicente Garrido se levantó de la silla para ir a orinar, cuando un hombre
blanco, de ojos oscuros, cabello negro, de mediana estatura y cuerpo atlético le
habló al oído.
Los dos salieron del bar, ante la mirada de horror de
Heidi Becker. Era el novio oculto de la abogada y Vicente Garrido no lo sabía.
Alfredo Monge vio todo, nada tenía que averiguar o
preguntar.
-¿Es usted El Pana-?
-Claro, pero no lo conozco mae-.
Tras la respuesta, solo sintió dentro de su estómago algo
que le revolvía las entrañas, luego en el pecho, en el corazón, las puñaladas
de un hombre celoso y engañado.
Un masculino, víctima de la infidelidad, es peor que
un soldado lleno de odio cuando va al frente. No todas las personas logran
superar un golpe tan duro.
En la Calle de la Amargura, el público miraba el
hombre en el suelo, con un puñal aún en su cuerpo, en un charco de sangre, al
panameño.
Murió sin saber la razón de su asesinato, luego la
policía se lo llevó directo a la Reforma al homicida y lo condenaron a 30 años
por homicidio.
A los tres meses Heidi Becker tenía un nuevo amor.
Y recuerde que papaya grande un solo hombre no se la
come.