Mucha concurrencia en el restaurante-bar, ubicado en la calle 85, con carrera 13-06 de Santafé de Bogotá, uno de los mejores sitios para beber cerveza, comer picadas con los clásicos guantes de plásticos para no ensuciar las manos.
Ryan Jamie, Paul García y Louis Miller, tres
funcionarios de la embajada estadounidense en Colombia, celebraban la llegada
de Paul García, un boricua que residía en el Bronx, Nueva York, Estados Unidos,
desde los once años, tenía 24 horas como funcionario de la embajada
estadounidense en ese país.
Trabajaba para el Departamento de Estado y como muchos
diplomáticos solteros hacían cualquier cosa por ser transferidos a Colombia,
donde se originaban historias de su comida, lugares hermosos y sus atractivas
mujeres.
De mediana estatura, con cabello rizado, negro, de
ojos pardos, delgado y piel trigueña, el hombre de marras parecía más un
indostano que un yanqui anglosajón, pero logró ganar una beca en la Universidad
de Nueva York, donde se diplomó en política exterior.
Los tres bebían la clásica cerveza negra artesanal Chapinero,
fabricada en Bogotá Beer Company, un pub muy concurrido, con sus decoraciones
de madera, barriles afuera de las instalaciones, bancas laqueadas y buena
atención.
Entre alitas de pollo en salsa barbacoa, apio, yucas
fritas y las salsas para remojarlas, los tres extranjeros platicaban de las
colombianas, atractivas, lindas, preciosas, atendían bien a los hombres y
principalmente a los de su país.
Antes de entrar a BBC se fueron Pescadería Jaramillo,
pero no les llamó la atención la comida ni las langostas de 150 mil pesos
colombianos (unos 75 dólares al cambio en el 2004), así que caminaron unos
metros para ir a la casa cervecera artesanal.
Ryan era de raza negra, alto, atlético, de ojos
oscuros y se afeitaba la cabeza, mientras que Louis Miller, rubio, ojos verdes,
alto, algo obeso y muy chistoso.
Ya Paul García había conocido varios migrantes
colombianos en el Bronx, pero no los trató mucho de niño, sin embargo, ahora
era un diplomático, tenía buen salario y creía que solo su ciudadanía sería un
imán para las damas del país sudamericano.
El lugar era visitado por adinerados, de clase media y
muchos extranjeros residentes en la capital colombiana para pasar un buen rato,
comer y beber cerveza.
“Si no conoces el perro no le toques la cola”, dice un
viejo refrán, algo que viene como anillo al dedo para esta historia.
Al ritmo de Working for de weekend, de Loverboy, los tres
estadounidenses miraban a tres chicas de la barra. Parecían unas reinas de belleza o la típica
colombiana.
Una blanca, alta, de ojos avellana, caballo castaño
claro, trasero gigantesco; la otra morena, de ojos oscuros, cabello corto y
teñido de rosa y la última trigueña, alta, cabello rizado, ojos pardos y cuerpo
de guitarra.
Entre el alcohol y la lengua de origen sajón, Paul saludó
a la rubia, sin embargo, la dama le dio la espalda.
A Paul se le ocurrió enviar una “ronda” de cervezas
que fue rechazada por las damas.
No sabía que sucedía porque le habían contado que las
mujeres de Colombia colapsaban ante cualquier estadounidense porque querían una
visa para atrapar la nieve y conocer la Quinta Avenida de Nueva York.
Otra ronda rechazada y el boricua, fue atacar, ya
medio ebrio por la fuerte cerveza Chapinero, intentó hacer una plática e
intentó hablar castellano con acento estadounidense.
-Señor. Por favor retírese que esta ebrio-, respondió
la trigueña, el hombre se dirigió al baño.
Al retornar se encontró con la rubia y atacó otra vez,
lo esquivaron, pero tomó a la mujer por el brazo, le tocó el trasero y la dama
sacó su mano derecha, le metió un bofetón, tan duro que cayó a la fina madera
laqueada.
Sus amigos se levantaron para reclamar a la mujer, no
obstante, se metieron cuatro caballeros a defenderla y como borracho no gana
pelea, los estadounidenses se llevaron la peor parte.
La política de la embajada estadounidense era de cero
tolerancia a esos actos y al día siguientes los tres estaban a bordo de un
avión, en la base de Catam rumbo a su país.
Así terminó la historia del conquistador puertorriqueño
en Bogotá y no crea todo lo que le dicen.
Interesante.
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