La sala estaba sucia, botellas de vino, cervezas regadas, tres ceniceros que desataban una hediondez de tabaco apagado, la mesita, con restos de palomitas de maíz, maníes, algunos “abre bocas” y aceitunas regadas hasta en la alfombra. Una pocilga en su máxima expresión.
Periódicos viejos, una máquina de escribir Olympia, usada por Belermino Garza para escribir sus historias cuando tenía sus citas con Bacchus, ya que la inspiración no le llegaba sino con un buen par de tragos de alcohol.
De piel canela, abundante cabello lacio, con cuerpo de atleta y de 1.80 metros de estatura, desempleado y con ganas de triunfar como un gran poeta a nivel internacional. Sus ídolos eran Ricardo Miró, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Leoncio Obando, entre otros.
Despertó con una
resaca del tamaño de Brasil, la anterior noche se durmió boca abajo en el sofá
grande del cuarto-estudio donde vivía, tras escondidas y esquivar a la casera,
por los dos meses de atraso de alquiler. Sin trabajo no había dinero para
comer, aunque para las parrandas siempre sobraban los amigos.
Berlemino Garza se volteó, observó una imitación del cuadro “El grito” de Edvard Munch, le mostró su dedo índice de la mano derecha.
-¡Eres un payaso! ¿Lo sabías?-, le manifestó al cuadro y volvió a soltar la risa.--En vez de mirar para otra parte solo me pegas tu vista conmigo con esas manos encima de tus orejas y esos dos chicos detrás de ti-.
-Ni el viento aguantas tonto-, comentó el escritor-. Si Carolina acepta mis amores me hará cambiar, seré feliz, le haré ella amor todos los días y tendré trabajo.
-¡Idiota!-, le gritó a la pintura mientras sus ojos color miel brillaban. Un diluvio salió de sus ojos.
-Si quieres hallar a la persona que cambie tu vida vete al espejo y lo sabrás-, le respondió el cuadro.
Belermino Garza, sorprendido ante la respuesta se quedó mudo por unos segundos.
-Un cuadro que habla. Te la tiras de vivo, pero no más que yo-, espetó el artista pobretón.
-Soy tu otro yo. El que sufre con la vida que llevas, cuando bebes a diario y te has convertido en un borracho sin futuro. ¿Crees que Carolina te mirará si sigues en ese tren donde viajas sin tener una estación done bajarte?-.
-¿Mi otro yo? Los
cuadros no tienen vida, son la expresión de sus creativos, de lo que observan,
le cuentan y sus experiencias. ¡No obedeceré a un cuadro imbécil-!, resaltó
Belermino Garza mientras sostenía una cerveza con su mano derecha y un
cigarrillo con la izquierda.
-Cuando te encuentres a ti mismo, entonces hallarás la salida al laberinto creado por tu vanidad y si me obedeces descubrirás que si te contemplas frente al espejo sabrás quién es la persona que te puede ayudar a superar tus males, tus demonios y tus problemas. Si existe el Diablo es porque el mismo ser humano lo inventó a su imagen y semejanza-.
Belermino Garza se fue al baño, miró al espejo y observó un hombre que lloraba, se movía mucho mientras dormía. Una figura de Mefistófeles lo seguía por todas partes del cuarto-estudio. Corrió hacia la nevera, sacó otra cerveza, se la bebió de un solo trago, se fue al sofá y cayó dormido.
Al despertar, su vivienda estaba en orden, limpia y pulcra, pero el cuadro no estaba. Belermino García lo divisó en la basura, lo recogió lo limpió y lo colgó en su lugar.
Se fue a la mesa para escribir su vieja máquina arcaica.
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