Un anillo no entra en tres dedos

El sol era cubierto por las nubes, no se sentía calor y la brisa era sabrosa frente a la piscina del hotel Smith, ubicado en la avenida Miguel A. Brostella, en Betania, Ciudad de Panamá.

Melania Garcés vestía un traje de baño entero, color rojo, que dejaba a la vista su delgada, pero linda figura, mientras que su novio un pantalón corto azul.

Blanca, de cabello oscuro, largo y ensortijado, ojos pardos, pechos medianos y sonrisa que embobaba a cualquier hombre, tenía solamente pupilas para Alberto Pérez, de piel canela, delgado, nariz grande, ojos oscuros y cabello lacio.

La pareja disfrutaba del fin de semana, ambos laboraban en Hospital Español como enfermeros, en ocasiones hacían turnos, almorzaban y salían muchas veces.

Sin embargo, había un problema porque Alberto Pérez desaparecía misteriosamente sin dar muestras de aparecer ni tampoco explicar, pero, Melania Garcés se las perdonaba siempre.


-Quiero que te cases conmigo-, dijo el hombre a la dama, quien además de sorprendida quedó muda con la propuesta.

No se lo esperaba, sospechaba que su novio tenía una vida secreta, aunque el amor cegaba cualquiera evidencia, a pesar de que algunas personas le advirtieron que su novio era un “perro”.

Empezó el intercambio de fluidos frente a los bañistas, quienes deducían que se trataba de una relación que inició hacía poco porque toda escoba nueva barre bien y se notaba que había muchas “ganas”.

Lo que ocurría era que Melania Garcés no tenía idea de que su enamorado le propuso matrimonio a otras dos compañeras del hospital, ya que se sentía que a sus 32 años el tren lo dejaba.

Tiró el trasmallo porque en el embravecido mar de la vida es necesario realizar una pesca milagrosa cuando hay futuro incierto. Algún pez debía picar en el inmenso océano de la incertidumbre.

La tormenta que vendría sería interminable y furiosa, algunos se preguntaban qué le veían las mujeres a Alberto Pérez porque no paraba tráfico.

Su figura era tan delgada, que al verlo le ofrecerías un plato de sopa o un pedazo de pan por su delgadez.

En las bolas de corrillo del nosocomio se escuchaba que Alberto Pérez, no tenía un físico de actor de televisión, ni cuerpo de fisiculturista, sin embargo, era un maestro haciendo el amor y con una labia que al escucharlo un pueblo saldría electo presidente al dar su primer discurso.

Entretanto, Melania Garcés, le contó a la enfermera con mayor tiempo en el nosocomio que le propusieron casarse y que respondería que sí e identificó el futuro esposo. La compañera no comentó.

Era María de Gracia, quien le dijo lo ocurrido a Lisbeth Gómez y Elisa Manuel, ambas con descripciones físicas parecidas a las de Melania Garcés y a quienes el galán también les pidió casarse.

El hospital se convirtió en un nido de pasiones por estallar, debido a que las tres mujeres se sintieron engañadas al enterarse de la triple propuesta.

Un anillo no cabe en tres dedos, menos de distintas novias, lo que generaría un tifón de pasiones y huracanes de reclamos.



El hombre de marras se enteró de que lo buscaban para enfrentarlo por irreverente, pilluelo e infiel, por lo que se escondió mientras pudo.

Durante un turno 11:00 hasta 7:00 a.m., Elisa Manuel estaba de guardia, vio a Alberto Pérez, le avisó al resto de las damas, quienes se fueron al hospital como un bólido.

Lo sorprendieron en la cafetería en momentos que bebía café con leche, lo rodearon, le reclamaron, le gritaron, lo arañaron todo, se cagaban en su madre y por todas las instalaciones se escuchaba la algarabía.

-¡Mentiroso, hijo de puta!-, gritó Melania Garcés.

Lo dejaron en el suelo, sin pantalones, con su camisa de enfermero, en plantillas de media y en calzoncillos.

Para evitar un escándalo la administración del hospital decidió despedirlo a los cuatro por lo acontecido.

Alberto Pérez y las musas terminaron sin trabajo. Ellas con el corazón vuelto trizas y el mal porque el que mucho abarca poco aprieta.

La chumerri de Juan Boyd

La conoció en el billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte. Juan Boyd estaba con unos amigos, empinaban el codo al ritmo de la música de Ceferino Nieto, donde los gritos viajaban entre las hermosas chamas que atendían el lugar y, aunque no “fichaban”, robaban las miradas de los maduros clientes.

Juan Boyd, sentado en una silla de cuero, había una mesa redonda, sobre ella dos cutebazos de pan líquido.

Acompañado por dos de sus compinches abogados, Pedro García y Luis René Carrasco. El trío se despojó de sus sacos, quedaron en camisa blanca, con sus lujosas corbatas, pantalones de tela y zapatos Rockport.

Media hora después llegó ella, Sandra Lorena, con dos amigas, todas lindas como un ramillete tricolor.

Una de raza negra, otra rubia y Sandra Lorena, blanca, de pequeña de estatura, ojos color miel, abundante cabellera color cobrizo y alisada, cejas pintadas y frenos que no tapaban su blanca dentadura.



Carla, la de raza negra, vestía un pantalón corto de jeans azul, una franela blanca, zapatillas blancas, era alta, con largas piernas, pechos gigantes, de falsa sonrisa.

Fabiana era de piel tierna y canela, de cabello lacio, rubia de botica, con ojos verdes de plástico, senos medianos y de baja estatura.

El flechazo fue total entre Juan Boyd y Sandra Lorena. El ramillete se sentó frente a los letrados de Derecho y ambos tórtolos se hablaban con la mirada.

Los abogados celebraban que Juan Boyd acaba de ganar un caso civil y a sus 25 años, 35 mil dólares era bastante para alguien que empezaba a vivir.

Residía en Playa Dorada y la chumerri en El Tecal, pero la diferencia de clases sociales no importaba porque cuando Cupido actúa nada se puede hacer.

Tras varias rondas de cervezas, Juan Boyd tomó valor y envió varios cubetazos a la mesa donde estaba la nena, pero eran todas unas “chumerris” (bien arregladas, lindas, pero con cero modales y cultura).

Lindas por fuera y "rakatakas" o "chacalitas" (chicas de barrios marginados) por dentro, ya que cuando hablaban se notaba su escaso nivel cultural y un tono muy peculiar al platicar.

Sandra Lorena se levantó para ir al inodoro y las pupilas de Juan Boyd casi se revientan cuando observaron ese pantalón corto, color crema, tan pegado que se notaba la división del cielo, una camiseta blanca con las palabras: Te amo, unas sandalias blancas y su cabello alisado con un gancho celeste en sus cobrizos cabellos.

El abogado “culiso” decidió atacar a su presa, como un tigre que espera que su almuerzo se canse de correr para devorarla.



Cinco minutos después que Sandra Lorena volvió del baño, se unieron las mesas y cada uno con la suya en el populoso bar.

Bailaron salsa, típico y todo lindo, siempre y cuando la chumerri no hablara. El “o sea” salía de su boca en cada momento.

A Juan Boyd, no le interesaba el lenguaje con nula cultura de su amor, sino las voluptuosas curvas, pensaba subir, bajar y nadar sobre esas pálidas carnes, tiernas y exquisitas.

Se acabó la rumba, Juan Boyd se llevó a la tres chumerris en su Mercedes-Benz, color negro, año 2010, para darle el bote o aventón, no obstante, decidieron irse a otra parte a seguir la parranda y terminaron en una casa de ocasión de La Chorrera.

Entre tragos, pases de “nieve”, el mundo se tornó al revés, los gatos ladraban y las gallinas buceaban, todo gracias a los tóxicos que hacían que la tierra girara de este a oeste.

Horas más tarde, Juan Boyd apareció encuero dentro de su automóvil, en la vía que lleva hacia el puerto de Vacamonte, sin cartera, tarjetas de crédito y papeles. Estaba vivo, asustado y decepcionado de su chumerri.

Dinero sucio lleva al cementerio

Entre los herbazales se escondía Rogelio “Cachivache” Mendizábal para evitar que los asesinos lo dejaran como coladero.

 “Cachivache” le volteó diez kilos de cocaína a un colombiano, por lo que el extranjero pagó para que le dieran piso al antisocial.

Vestido con un pantalón corto, una franela roja, zapatillas sin medias y una gorra, la maleza hizo bingo con el cuerpo del antisocial, porque estaba cortado por el filo de las hojas.

Con un revólver 38 entre sus manos, Mendizábal respiraba profundo, sudaba, un pequeño hilo de sangre estaba sobre la parte superior de su espalda, producto de un cuchillazo que le dio uno de los sicarios.


Los 50 mil dólares que ganaría con el tumbe de drogas, a razón de 5 mil dólares por cada kilo, le costaría muy caro.

“Cachivache” quería dinero para comprarse un carro, instalarle bocinas, pintarlo y ponerlo pifioso y ser la envidia de Panamá Este.

También recogería bastantes chicas de todos los colores, sabores, con o sin silicón porque le encantaba el sexo contrario.

Con 25 años, ya conocía la cárcel porque pagó una cana de dos años en el centro penitenciario La Joya, tras ser cómplice de un hurto en casa en Costa de Este.

Se prometió a sí mismo que si volvía a dormir entre las rejas sería por un buen billete y no por dos mil dólares como los que ayudó a ocultar a unos amigos de San Miguelito, cuando robaron en un negocio.

-No lo hagas porque te costará muy caro-, le dijo Doroteo Arango, amigo de Mendizábal, cuando le consultó que haría un tumbe drogas a unos colombianos.

-Nada me pasará, les jugaré vivo, me llevo la droga y ya tengo comprador. Si joden mucho, no me temblará la mano para pegarle un tiro a cada uno-, respondió “Cachivache”.



-Si te volteas esa droga, te buscarán hasta por debajo de las piedras para matarte, aunque si no te hallan, tu familia es la que pagará los platos rotos-, advirtió Doroteo Arango.

La conversación con su amigo y vecino era recordada por el maleante en momentos que escuchaba voces de sus enemigos.

Era una noche fresca, la brisa movía las ramas de algunos árboles, se veían unos platanales ya con frutos, el cielo invadido de estrellas y la luna muy clara.

“Cachivache” tenía varias pretendientes en su barrio con quienes pasaba ratos amenos, sin embargo, Sandra, de 25 años, era quien le robaba la calma.

No le prestaba atención porque era un “limpio” y si el tumbe resultaba efectivo, tendría mucho dinero para tenerla de “su lado” sin tanto esfuerzo.

-Salga del monte carajo. Entregue la mercancía y no le haremos nada porque el patrón solo quiere su parte del negocio. Entréguela y nos vamos marica-, escuchó “Cachivache” la voz con acento colombiano.

En el mundo de las drogas es fácil entrar, pero abandona en un ataúd o al ingresar a un centro penitenciario, como le dijo su amigo Doroteo Arango, pero la vanidad y la ambición de Mendizábal fue tan grande que no oyó los consejos.

Lo que no sabía “Cachivache” es que los 10 kilos fueron encontrados en un herbazal de su casa.

El resto era una cacería o un juego al gato y el ratón con final mortal.
La juventud e inexperiencia de “Cachivache” lo traicionaban porque no tenía idea en el barril de pólvora que se sentó.

-Entréguese hermano y hagamos las paces para que todo acabe-, escuchó “Cachivache” la voz otra vez.

¿Se entregaba?, pensó el jovenzuelo. No obstante, todo su mundo y la conquista de Sandra caería como un castillo gigantesco de naipes.

-Allí está hijo de p…- se oyó una voz, luego varios disparos, mientras “Cachivache” huía como conejo cuando empieza la temporada de cacería.

Empuña su arma y dispara Mendizábal, luego  varios disparos suenan,
“Cachivache” cae al monte, respira muy profundo, vomita sangre, una bala dio en su pulmón derecho, se le nubla la vista y apenas logra ver a dos hombres, un rubio y otro de raza negra, quienes con pistola en mano hablan entre ellos.

Un día después, forenses del Ministerio Público y unidades de la Policía Nacional (PN) buscan en entre los herbazales un posible cuerpo.

La noticia llegó donde su amigo Doroteo Arango, aunque no lloró y recordó los consejos dados a su pana “Cachivache”, quien nunca los escuchó y al buscar una vida fácil bajo tierra quedó.

Fotos cortesía de la Policía Nacional de Panamá. 

Perder hacha, calabaza y miel

Vestida de rojo vino, con su diadema que arropaba sus negros cabellos con vaselina, zapatos de vestir norteamericanos regalados por un oficial del US Army, su bolso negro y con su danzante caminar, salía esa noche Monique D’Alembert hacia el Happyland en busca de su estrellato y dinero.

Alta, delgada, ojos verdes, trasero formidable y pechos gigantescos, la extranjera era cantante en el famoso club frecuentado por la oligarquía panameña, turistas, zoneítas y soldados estadounidenses acantonados en las bases de EE.UU. en Panamá.

De pronto, se detiene un carro sin matrícula, se bajan tres hombres vestidos de traje de gala y sombrero de ala ancha, corren hacia la francesa y …



Monique D’Alembert era una aventurera francesa, nacida en 1920, en Sedán, el norte de Francia y junto con su familia escapó de su tierra natal hacia Edimburgo antes de que las tropas alemanas ocuparan la ciudad  en 1940.

Intentó llegar a Estados Unidos, pero la gran cantidad de personas que huían de la Europa ocupada no daba abasto para ir a ese país de América.

A los ocho meses de estar en Edimburgo, subió a un barco que la trasladó  hacia La Habana, vivió un año allí, luego se embarcó hacia Colón y posteriormente a la capital panameña.

La francesita volvía locos, tanto a la oficialidad norteamericana como los “rabiblancos” panameños que se embobaban de verla cuando cantaba en su inglés “afrancesado” en el mencionado club nocturno capitalino.

-¿Te quieres casar conmigo? Yo te sacó de este lugar y nos vamos a vivir a Colorado, tendremos hijos y pido mi baja para dedicarme a una granja-, le pidió Ryan Thomas, un capitán del ejército estadounidense que residía en la base de Clayton.

-¿Habla en serio Monsieur? No estoy en condiciones para casarme, ni mucho menos encerrarme en una granja montañosa. Soy una mujer citadina. Mejor quedamos como amigos mi soldadito-.



Monique D’Alembert no tenía tiempo para romances, era una máquina trituradora de dinero, carecía de sentimientos, sensibilidad y empatía, tanto que la llevaron a darle la puñalada por la espalda a la tierra que la vio nacer.

Uno de los meseros del club, un “machigua”, llamado Charles Arias, también enloquecía cuando la francesita pasaba a su lado, la vigilaba, la seguía sin que ella lo descubriera e incluso entraba a su habitación del hotel donde vivía. Allí fue donde encontró la máquina Enigma.

Corría 1943 y quizás Adolfo Hitler y su estado mayor, tuvieron que usar una lupa para saber dónde quedaba el país centroamericano que le declaró la guerra en 1941 a los germanos y sus aliados.

Enrojecido, molesto, cabreado, emputado, encolerizado y disgustado, Charles Arias, tomaría venganza ante el desprecio de la europea. Sin saber que el desprecio sería su desgracia, esa noche Monique D’Alembert terminaría mal.



Charles Arias entró clandestinamente en la pieza de la gala donde halló cigarrillos, chocolates, dinero, cartas de amor escritas en inglés por el oficial Thomas y la famosa Enigma.

Era un indio, no un pendejo, así que se imaginó que ese aparato era para espiar.

-¡Bingo! Esa puta me las pagará-, acotó el indígena cuando vio el aparato que representaba su pase de factura y creyó que le darían una jugosa recompensa por denunciarla.

Monique D’Alembert  terminaría con sus huesos en una cárcel militar estadounidense, quizás en la horca, la silla eléctrica o un pelotón de fusilamiento en Arizona, pensaba el indio.

La pregunta que nunca tuvo respuesta fue cómo llegó a manos de la dama esa máquina de vital importancia para los aliados y el eje.

Una semana después de aquella noche, los diarios publicaron la noticia y un titular decía: ‘Cabaretera francesa era espía nazi’.

Monique D’Alembert, fue entregada a la policía zoneíta con la máquina Enigma, usada por los germanos para descifrar mensajes de la marina británica, cuyos barcos eran blanco de la manada de lobos o submarinos alemanes que los esperaban en el norte del Atlántico con el fin de hundirlos.

Ni las gracias le dio el gobierno panameño o el zoneíta al machigua, quien denunció a la gala solo por ser un hombre no correspondido en el amor.

Al final perdió hacha, calabaza y miel.

El aparato de Filomeno para viajar a través del tiempo

 A sus 55 años, Filomeno García extrañaba a su hija, Diana García Casey, quien estudiaba veterinaria en la Universidad de Las Américas, en Puebla, México. El padre, abatido por la cabanga o tristeza ante la ausencia de su única hija, y no era para menos porque desde los seis años la cría.

Un matemático por excelencia, Filomeno García tenía un aparato que le tomó diez años planearlo y construirlo, detrás de su casa, donde edificó una habitación gigantesca y nadie entraba. Ni siquiera su hija.

Publicidad

Admirador de la teoría de Alberto Einstein que se puede viajar a través del tiempo y espacio, el matemático santiagueño realizó su sueño y ahora solo faltaba probarla.

El fin de Filomeno García era ir hacia atrás para recordar cuando mimaba, cargaba a su hija, le daba biberón y la paseaba en coche. Quería volver a vivir los tiernos años de su descendiente.



No acepta que los hijos son prestados, debido a que crecen y tienen su propio futuro, identidad, además es necesario que prueben de la amarga bebida de la vida. No hay escapatoria en ese asunto, pero el matemático se negaba a reconocer su realidad, que envejecía mientras su hija se hacía adulta.

El viaje

La máquina tenía dos astas con 28 hélices cada una, 25 relojes, una palanca que tomó de un autobús, tres pedales, el del centro que era para frenar, el izquierdo para ir al pasado y el derecho para viajar al futuro.

El aparato medía 90 pulgadas de largo, 63 de ancho y 72 de alto.

Pero había un problema: cómo hacer que su hija entrara si estaba a cientos de kilómetros en un salón de clases en tierras aztecas.

El 4 de marzo de 2002, decidió hacer la prueba sin su hija, entró al aparato, lo encendió y la tierra empezó a temblar, las tejas se desprendieron, mientras Filomeno García programó el reloj principal en 1980, cuando su hija tenía dos años, la edad ideal de un bebé.

Una inmensa luz casi ciega al matemático, los números de los relojes no fueron hacia atrás, si no hacia adelante, se movían tan rápido que era imposible saber a qué fecha se dirigían.

De pronto, las hélices se detuvieron, se abrieron y allí estaba Filomeno García en medio de un desierto, con unas esclusas carcomidas por el tiempo, casi ni había árboles y daba la impresión que estaba en lo que un día fue las esclusas de Miraflores.

El encuentro

Un paisaje triste, caliente en extremo y sin una mínima ventolina.

Miró el reloj principal que marcó el 4 de marzo de 2202, dos siglos después, y se suponía que vería a su hija de bebé.

-Es él-, escuchó el matemático, la voz de una mujer trigueña, ojos verdes y con cabello rizado.

-No me hagan nada. Solo quise ir hacia atrás para ver a mi hija pequeña.

-¿Qué nombre tiene tu hija?-, preguntó la mujer.

-Diana García Casey-, respondió.

-Mentira. Es imposible que la conozcas. Vienes a robar agua. ¿Y esa vestimenta vieja?-, preguntó la dama.



-Es de mi época-, espetó el hombre.

Sin darse cuenta estaba rodeado de hombres y mujeres vestidos con pieles de animales, al estilo de la Edad de Piedra, con lanzas y cuchillos de palo.

-¿De dónde vienes?-, preguntó un hombre que parecía ser el jefe de la tribu.

-Ya lo dije, a ver a mi hija Diana García Casey de bebé- arguyó algo asustado Filomeno García.

Todos los presentes soltaron las risas, mientras el hombre se le acercó, lo observó muy fijo y lanzó la daga verbal.

-Esa que dices tu hija, murió por radiación en la guerra nuclear en el 2062-, dijo el hombre.

Soltó a llorar, en momentos en que la concurrencia lo miraba fijamente sin decir nada.

-Evitaré esa guerra con mi máquina del tiempo y así mi hija vivirá.

Volvieron a reír, se burlaban de él y el jefe de la tribu se le acercó.

-Hombre estúpido. Ni tú ni tu aparato pueden cambiar el futuro o el pasado. El tiempo que se va no vuelve. Vive lo que tengas que vivir, disfruta lo que debas gozar y tu hija morirá como todo mortal de la Tierra.

-Pero yo quería regresar atrás-, respondió Filomeno García.

Entra a tu máquina y vuelve para que disfrutes de la vida, tu hija crecerá y se irá.

El matemático obedeció al jefe de la tribu, se metió en el aparato, lo encendió y regresó para ver su casa destrozada, sin tejas y unos vecinos sorprendidos ante lo que observaron.

Al día siguiente compró los pasajes para México con el fin de ver a su hija porque algún día sería más viejo y su descendiente debía hacer su vida donde quisiera.

Publicado el 20 de febrero de 2020, en el diario Crítica (Panamá). Caricatura de Ameth. 

Dedicado a mi única hija Britannia con todo mi amor. 

'Quiero crecer sin dejar de ser humilde': Raisa Calderón

La comunicadora social chiricana y escritora, Raisa Calderón, ganadora del premio literario de novela negra Tristán Solarte 2021; con su obra Una Disculpa Pública, accedió a una entrevista con el portal “Fígaro Ábrego, el escritor de Vacamonte”.

Calderón narra su infancia en la campiña y cómo nació su amor por las letras, además de sus planes literarios y en qué ocupa el tiempo libre.



¿Quién es Raisa Calderón? Explique su mini biografía.

Es muy difícil hablar de uno mismo, pero intentaré resumírtelo en pocas líneas:

Raisa Calderón, nació en San Félix, Chiriquí, el 6 de agosto de 1975. Es Relacionista Pública. Especialista en Protocolo y Ceremonial. Asesora de Imagen Personal y Profesional, especialista en colorimetría.

Ha escrito 3 novelas: Calixta (2019), Farfalla (2019) y Una disculpa pública (2020). Actualmente, trabaja en la segunda parte de Una disculpa Pública.

Raisa Calderón es soñadora, perseverante, hogareña, humilde, agradecida, amante de la literatura, de las plantas y las mascotas. No concibe un mundo sin libros, sin música.

Ella pretende dejar este mundo mejor de cómo lo encontró.

¿Cómo nace su pasión por la literatura? Explique.

Mis abuelos maternos me criaron en el campo y tuve la dicha de contar con un abuelo de imaginación fértil, creo que lo disfruté, por decirlo de algún modo, en los mejores años de su vida, esos años cargados de nostalgia por lo dejado atrás, pero llenos de sabiduría.

El abuelo me contaba historias inventadas por él y así nació en mí el ferviente deseo de querer contar historias. Hasta ese momento no tenía claro cómo. Más tarde cuando fui a la escuela comencé a interesarme, en primaria, por las narraciones que aparecían en los libros de texto.

Luego leí las primeras novelas entre ellas contaban: Marianela de la pluma de Benito Pérez Galdós, El ahogado de Tristán Solarte, Gamboa Road Gang de Joaquín Beleño, Tú sola en mi vida de Julio B. Sosa, María de Jorge Isaac y tiempo después llegó Cien años de soledad, la obra magistral de Gabriel García Márquez.

Ya no me quedaba duda, quería contar historias como ellos lo hacían, historias que quedaran registradas en las páginas de un libro.



Háblenos de su obra Una disculpa pública.

Una disculpa pública es una novela negra, un thriller policiaco de narrativa no lineal y final abierto.

Esta novela es, por supuesto, una historia ficticia cuyo protagonista principal es Eduardo Arrué, un hombre de pocas palabras y mucha acción que tendrá en sus manos la responsabilidad, junto a su equipo, de develar el misterio tras las muertes de un diputado, un juez de la Corte Suprema de Justicia y una doctora. La novela es una denuncia social.  

Una trama donde se entretejen varias historias y está ambientada en diferentes escenarios del país. Esta obra terminó de pulirse en las horas más oscuras e inciertas de la pandemia.

¿En qué se basó para escribir la mencionada novela?

La sociedad darwiniana fue entretejiendo los hilos de esta trama. Los medios de comunicación, los noticieros, las redes sociales, abonaron elementos suficientes para crear una historia ficticia que resultara creíble al lector.

¿Cuál es su público lector?

Bueno, Calixta y Farfalla están escritas para todo público. Una disculpa pública está dirigida a un público adulto, de mediana edad.

¿Qué género literario prefiere leer y escribir?

Leer, leo de todo; cuento, poesía, ensayo, autoayuda, economía, psicología y por supuesto novelas. Esto me permite ampliar mis conocimientos, lo cual resulta de gran ayuda al momento de crear personajes.

Me gusta escribir novela porque la vida de muchos, incluida la mía, puede parecer el guion de una novela. La novela policial me lleva a escudriñar la naturaleza humana.

Los seres humanos no somos ni buenos ni malos, intentamos ser justos o lo contrario.  ¿Por qué una persona cruza la línea?, ¿somos todos capaces de cruzar esa línea? Disfruto dándole vida a los diferentes personajes, sobre todo, al protagónico y al antagónico.  Ernesto Sábato dijo: “Los hombres escriben ficciones porque están encarnados, porque son imperfectos. Un Dios no escribe novelas”.



¿Considera que el género terror y la novela negra es el más leído en Panamá? Explique.

Creo que sí, que a los lectores les despierta la curiosidad, les gusta leer una historia que contenga crimen, pasión, oscuridad, personajes retorcidos. Una historia que lo cautive desde el principio. Hay una complicidad entre el escritor y los lectores pues ellos utilizan la lógica para descifrar al asesino o al responsable y el escritor recurre a la lógica para urdir la trama. Al final ellos, la mayoría, esperan ver que el malo reciba su merecido.

¿Qué opina del mercado literario panameño?

Existen en el mercado libros de autores panameños muy buenos, que muchos no conocen, que muy pocos ponderan. La literatura parece haberse convertido en moda.  Por lo que he podido ver, aunque hay lectores de todas las edades, la mayoría son jóvenes.

Siento que tenemos un mercado influenciado por opiniones, por ende, van tras los libros que escuchan o han escuchado que son buenos, excelentes, pueda que así sea para quien lo refiere, pero resulta que lo que tú consideras interesante no lo es para el resto. El lector necesita experimentar por sí mismo, pueda que encuentre tesoros que lo sorprendan gratamente.

Explique el espinoso camino del escritor independiente.

Todo escritor novel tiene un camino difícil ante él, y creo que muchos lo hemos vivido. En mi experiencia darte a conocer es una ardua tarea, al principio nadie quiere leerte, excepto familiares y amigos.

En el 2019 publiqué Calixta, luego Farfalla y permanecí en las sombras hasta que Una disculpa pública ganó el premio Tristán Solarte. Contamos con la tecnología, las redes sociales, pero hay que actualizarse constantemente, mercadear tu propio libro y esa es de las cosas más difíciles.

Escribir un libro es solo el 50 por ciento, luego viene lo demás que parece ser lo menos complejo, más no es así. ¡Tenemos que hacerlo todo! Y para que tu libro sea conocido dependes de la objetividad de los analistas de libros, lo cual constituye una relación recíproca pues ellos necesitan leer libros para crear contenidos.

La gente quiere saber si el libro es bueno o no y, hasta cierto punto, puede resultar contraproducente si el análisis no es objetivo.  Se requiere un análisis literario profundo de forma y fondo de la obra. Los críticos literarios siempre han existido. Igual tu libro no será bien recibido por todos y es una realidad que tienes que aceptar, por eso existen los gustos y opiniones diversas. Al final, lo importante es escribir textos de calidad y sentirse satisfecho con su trabajo.



¿Es una escritora de mapa o de brújula?

De mapa, trazo un bosquejo para tener claro lo que quiero, el tema y cómo voy a abordarlo, cuántos capítulos aproximadamente tendrá la obra, los títulos de esos capítulos, los personajes principales, el villano; los escenarios, las diferentes historias, en el camino se modifican muchas cosas. Esto me ayuda a tener el panorama claro para trabajar organizadamente.

¿En qué ocupa sus ratos libres?

Además de leer y escribir que son mis dos grandes pasiones, me gusta llenar crucigramas, disfruto preparar deliciosos platillos para mi familia, cuidar las plantas. Me encantan. Llevar de paseo a Missy, mi perrita. Hacer ejercicios, viajar cuando se puede. Escuchar una hora de música al día, meditar. Aprender algo novedoso.

¿Cuáles son sus planes a futuro?

Con la pandemia he aprendido a no planificar a largo plazo y a no dar nada por sentado, me propongo metas diarias entre las cuales están: escribir más novelas policiales, darle mucho trabajo a Eduardo Arrué. Investigar más sobre la criminalística y todo el mundo apasionante que entraña esta disciplina para resolver los delitos, sobre todo en nuestro país.

Este camino apenas inicia, aún me falta mucho por aprender. Quiero crecer sin dejar de ser humilde, manteniendo siempre los pies en la tierra y la imaginación volando.

¿Qué tiene que decir a los nuevos escritores con miedo a publicar obras?

Agradecida por la entrevista y a todo aquel que quiera convertirse en escritor, el camino no es fácil, nada que merezca el esfuerzo los es, hay que persistir, leer mucho, documentarse. Vivir. Si quieres ser bueno, como en todo, tienes que leer a los mejores.