La conoció en el billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte. Juan Boyd estaba con unos amigos, empinaban el codo al ritmo de la música de Ceferino Nieto, donde los gritos viajaban entre las hermosas chamas que atendían el lugar y, aunque no “fichaban”, robaban las miradas de los maduros clientes.
Juan Boyd, sentado en una silla de cuero, había una
mesa redonda, sobre ella dos cutebazos de pan líquido.
Acompañado por dos de sus compinches abogados, Pedro
García y Luis René Carrasco. El trío se despojó de sus sacos, quedaron en
camisa blanca, con sus lujosas corbatas, pantalones de tela y zapatos Rockport.
Media hora después llegó ella, Sandra Lorena, con dos
amigas, todas lindas como un ramillete tricolor.
Una de raza negra, otra rubia y Sandra Lorena, blanca,
de pequeña de estatura, ojos color miel, abundante cabellera color cobrizo y
alisada, cejas pintadas y frenos que no tapaban su blanca dentadura.
Carla, la de raza negra, vestía un pantalón corto de
jeans azul, una franela blanca, zapatillas blancas, era alta, con largas
piernas, pechos gigantes, de falsa sonrisa.
Fabiana era de piel tierna y canela, de cabello lacio,
rubia de botica, con ojos verdes de plástico, senos medianos y de baja
estatura.
El flechazo fue total entre Juan Boyd y Sandra Lorena.
El ramillete se sentó frente a los letrados de Derecho y ambos tórtolos se
hablaban con la mirada.
Los abogados celebraban que Juan Boyd acaba de ganar
un caso civil y a sus 25 años, 35 mil dólares era bastante para alguien que
empezaba a vivir.
Residía en Playa Dorada y la chumerri en El Tecal,
pero la diferencia de clases sociales no importaba porque cuando Cupido actúa
nada se puede hacer.
Tras varias rondas de cervezas, Juan Boyd tomó valor y
envió varios cubetazos a la mesa donde estaba la nena, pero eran todas unas “chumerris”
(bien arregladas, lindas, pero con cero modales y cultura).
Lindas por fuera y "rakatakas" o "chacalitas" (chicas de
barrios marginados) por dentro, ya que cuando hablaban se notaba su escaso
nivel cultural y un tono muy peculiar al platicar.
Sandra Lorena se levantó para ir al inodoro y las
pupilas de Juan Boyd casi se revientan cuando observaron ese pantalón corto,
color crema, tan pegado que se notaba la división del cielo, una camiseta
blanca con las palabras: Te amo, unas sandalias blancas y su cabello alisado
con un gancho celeste en sus cobrizos cabellos.
El abogado “culiso” decidió atacar a su presa, como un
tigre que espera que su almuerzo se canse de correr para devorarla.
Cinco minutos después que Sandra Lorena volvió del
baño, se unieron las mesas y cada uno con la suya en el populoso bar.
Bailaron salsa, típico y todo lindo, siempre y cuando
la chumerri no hablara. El “o sea” salía de su boca en cada momento.
A Juan Boyd, no le interesaba el lenguaje con nula
cultura de su amor, sino las voluptuosas curvas, pensaba subir, bajar y nadar
sobre esas pálidas carnes, tiernas y exquisitas.
Se acabó la rumba, Juan Boyd se llevó a la tres
chumerris en su Mercedes-Benz, color negro, año 2010, para darle el bote o aventón, no
obstante, decidieron irse a otra parte a seguir la parranda y terminaron en una
casa de ocasión de La Chorrera.
Entre tragos, pases de “nieve”, el mundo se tornó al
revés, los gatos ladraban y las gallinas buceaban, todo gracias a los tóxicos
que hacían que la tierra girara de este a oeste.
Horas más tarde, Juan Boyd apareció encuero dentro de
su automóvil, en la vía que lleva hacia el puerto de Vacamonte, sin cartera,
tarjetas de crédito y papeles. Estaba vivo, asustado y decepcionado de su
chumerri.
Ja ja ja y así andan las Sandra Lorena acabando con los Juan Boyd, por todos lados. Cuidadito 🤣🤣
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