Dinero sucio lleva al cementerio

Entre los herbazales se escondía Rogelio “Cachivache” Mendizábal para evitar que los asesinos lo dejaran como coladero.

 “Cachivache” le volteó diez kilos de cocaína a un colombiano, por lo que el extranjero pagó para que le dieran piso al antisocial.

Vestido con un pantalón corto, una franela roja, zapatillas sin medias y una gorra, la maleza hizo bingo con el cuerpo del antisocial, porque estaba cortado por el filo de las hojas.

Con un revólver 38 entre sus manos, Mendizábal respiraba profundo, sudaba, un pequeño hilo de sangre estaba sobre la parte superior de su espalda, producto de un cuchillazo que le dio uno de los sicarios.


Los 50 mil dólares que ganaría con el tumbe de drogas, a razón de 5 mil dólares por cada kilo, le costaría muy caro.

“Cachivache” quería dinero para comprarse un carro, instalarle bocinas, pintarlo y ponerlo pifioso y ser la envidia de Panamá Este.

También recogería bastantes chicas de todos los colores, sabores, con o sin silicón porque le encantaba el sexo contrario.

Con 25 años, ya conocía la cárcel porque pagó una cana de dos años en el centro penitenciario La Joya, tras ser cómplice de un hurto en casa en Costa de Este.

Se prometió a sí mismo que si volvía a dormir entre las rejas sería por un buen billete y no por dos mil dólares como los que ayudó a ocultar a unos amigos de San Miguelito, cuando robaron en un negocio.

-No lo hagas porque te costará muy caro-, le dijo Doroteo Arango, amigo de Mendizábal, cuando le consultó que haría un tumbe drogas a unos colombianos.

-Nada me pasará, les jugaré vivo, me llevo la droga y ya tengo comprador. Si joden mucho, no me temblará la mano para pegarle un tiro a cada uno-, respondió “Cachivache”.



-Si te volteas esa droga, te buscarán hasta por debajo de las piedras para matarte, aunque si no te hallan, tu familia es la que pagará los platos rotos-, advirtió Doroteo Arango.

La conversación con su amigo y vecino era recordada por el maleante en momentos que escuchaba voces de sus enemigos.

Era una noche fresca, la brisa movía las ramas de algunos árboles, se veían unos platanales ya con frutos, el cielo invadido de estrellas y la luna muy clara.

“Cachivache” tenía varias pretendientes en su barrio con quienes pasaba ratos amenos, sin embargo, Sandra, de 25 años, era quien le robaba la calma.

No le prestaba atención porque era un “limpio” y si el tumbe resultaba efectivo, tendría mucho dinero para tenerla de “su lado” sin tanto esfuerzo.

-Salga del monte carajo. Entregue la mercancía y no le haremos nada porque el patrón solo quiere su parte del negocio. Entréguela y nos vamos marica-, escuchó “Cachivache” la voz con acento colombiano.

En el mundo de las drogas es fácil entrar, pero abandona en un ataúd o al ingresar a un centro penitenciario, como le dijo su amigo Doroteo Arango, pero la vanidad y la ambición de Mendizábal fue tan grande que no oyó los consejos.

Lo que no sabía “Cachivache” es que los 10 kilos fueron encontrados en un herbazal de su casa.

El resto era una cacería o un juego al gato y el ratón con final mortal.
La juventud e inexperiencia de “Cachivache” lo traicionaban porque no tenía idea en el barril de pólvora que se sentó.

-Entréguese hermano y hagamos las paces para que todo acabe-, escuchó “Cachivache” la voz otra vez.

¿Se entregaba?, pensó el jovenzuelo. No obstante, todo su mundo y la conquista de Sandra caería como un castillo gigantesco de naipes.

-Allí está hijo de p…- se oyó una voz, luego varios disparos, mientras “Cachivache” huía como conejo cuando empieza la temporada de cacería.

Empuña su arma y dispara Mendizábal, luego  varios disparos suenan,
“Cachivache” cae al monte, respira muy profundo, vomita sangre, una bala dio en su pulmón derecho, se le nubla la vista y apenas logra ver a dos hombres, un rubio y otro de raza negra, quienes con pistola en mano hablan entre ellos.

Un día después, forenses del Ministerio Público y unidades de la Policía Nacional (PN) buscan en entre los herbazales un posible cuerpo.

La noticia llegó donde su amigo Doroteo Arango, aunque no lloró y recordó los consejos dados a su pana “Cachivache”, quien nunca los escuchó y al buscar una vida fácil bajo tierra quedó.

Fotos cortesía de la Policía Nacional de Panamá. 

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