El asesinato de la soldadesca yanqui que quedó impune

A Miguel de la Rosa le avisaron que un comando paramilitar secuestró a varios ejecutivos estadounidenses en el Hotel Smith y que soldados yanquis estaban afuera para asaltar la zona y rescatarlos, ese 21 de diciembre de 1989, durante la invasión de Estados Unidos a Panamá.

Su mujer gritó de miedo, prefería que lo despidieran de su plaza laboral antes de correr peligro, la bala no conoce ni pregunta en cuál cuerpo entrar, sino que ingresa directamente a la anatomía de cualquier persona que esté en su dirección.

El hombre discutió con su esposa y se fue bajo el argumento que es su trabajo y las operaciones militares se registran.



Era de madrugada, no tuvo oportunidad de enviar los rollos de las películas a la agencia de noticias rusa Tass donde laboraba como corresponsal, así que pensaban remitirlos en la mañana, luego de marcharse del hotel Smith.

Horas antes captó imágenes de civiles muertos, aunque se desconocía si fueron ultimados por el US Army o las Fuerzas de Defensa de Panamá, eso tampoco no era necesario saberlo en ese momento sino las fotografías.

Miguel llegó cerca al hotel, se instaló en determinada distancia de los militares extranjeros, divisó el centro de convenciones Atlapa, varios tanques de guerra, vehículos artillados Hummer, un helicóptero sobrevolaba la zona y montón de militares de Estados Unidos

Fue su mala suerte, entre los soldados había teniente que vio cuando Miguel tomó las fotografías de los muertos en El Chorrillo, era un francotirador, apuntó su fusil y disparó directo a la frente del comunicador social.

El resto de los periodistas preñados de terror, huyeron, algunos tomaron una imagen de Miguel en suelo fallecido, fotografía que le dio la vuelta al mundo y la única prueba de que fue asesinado por una bala yanqui.



Los militares norteamericanos revisaron al cuerpo de Miguel, lo despojaron de todos los rollos de película y su cámara, posteriormente se la entregaron al desconocido teniente.

Aunque el gobierno de Estados Unidos reconoció ser el responsable de su muerte, su familia sigue luchando 35 años después para que el asesino pague con cárcel por matar a un civil, cuya arma fue su cámara fotográfica.

Aristela, su viuda, nunca ha descansado en que se haga justicia por el homicidio de su marido y que ese teniente sea encarcelado por matar a un civil, palabras que manifestó a un diario español que la entrevistó.

(Historia inspirada en el asesinato del fotógrafo español Juantxu Rodríguez,   muerto por soldados estadounidenses en Panamá durante la invasión. Ningún militar de EE. UU. fue juzgado por el homicidio).

Fotografías cortesía de Wikipedia.

 

 

La chinita de la lavandería

La primera vez que vi a Lucy Loo, fue cuando llevé unos trajes de calle para lavar y planchar en seco, en un negocio de lavandería en calle Tercera Vacamonte y me dejó impresionado.

Me regaló una fabulosa sonrisa, con sus ojos jalados, cabello negro y largo, piel tersa como la de un recién nacido, delgada, pechos gigantescos y caminado de modelo de pasarela.

Tampoco debía confundir una atención cortés y amable con la coquetería, era un cliente, así que un trato excelente es la carta abierta para el retorno, aunque me hice frecuente visitante de la lavandería solo para ver a Lucy.



Dicen por ahí que los chinos, no solo los de Panamá, sino de otras partes del mundo, son muy ultraconservadores, los varones son quienes más se mezclan con otras razas que las mujeres.

La peor diligencia es la que no se hace, así que decidí atacar con todas las armas que un varón puede usar con el fin de seducir a una dama de una cultura y costumbre muy distinta a la suya.

Sin embargo, Lucy me la puso dura, me dijo que era casada, no hablaba mucho porque su abuela estaba con ella siempre de chaperona, dizque atendiendo el comercio, aunque en el fondo creía que su labor fue la de espantar tiburones masculinos como yo.

Tardé un año en insistir para que aceptara salir conmigo al cine, mi día de suerte fue cuando la encontré planchando unas camisas en esa tormentosa máquina industrial a vapor.

Lo que me enteré el día de la cita fue de que era clandestina, la familia le tenía un prometido, Lucy no quería casarse con alguien que nunca vio, ella nació en Panamá, por lo tanto, decidió cambiar su vida.

Pasó el tiempo y la boda de mi oriental era en junio, nos encontrábamos en abril, así que ambos craneamos un plan que no debía fallar, una espectacular fuga familiar y con alto costo porque sus padres no me aceptarían nunca por no ser chino.



Mis amigos me aconsejaron que era poco tiempo para hacer algo tan arriesgado, no obstante, no me importó, amaba a Lucy y no claudicaría en ayudarla a ser mi esposa.

Dos semanas antes de la boda, Lucy se fue de la lavandería a realizar una diligencia, solo llevaba la ropa puesta o un jean azul, unas zapatillas blancas y camiseta azul, yo la esperaba en Albrook, alquilé un pequeño apartamento en vía Argentina, donde apenas cabíamos.

Eso fue hace 20 años, la familia de mi ahora esposa la enterró de sus vidas, tenemos tres hijos, Lucy abrió su restaurante con la ayuda de la colonia china-panameña, mientras que yo laboro como ingeniero industrial.

Fue el clásico amor a primera vista entre Lucy y yo, a los veintiún años no la jugamos, ella con muchos deseos de seguir adelante, algo que conseguimos en nuestro matrimonio con sus altas y bajas.

Mi mujer nunca pierde las esperanzas de que su familia conozca a sus nietos mestizos.

Foto de MC Productions y Lalesh Aldarwish de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La llave que no abrió la puerta

Adriano presionaba a su mujer Alana, desde antes de casarse porque su máximo fetiche era introducir su llave por la cerradura de la puerta trasera, sin embargo, la esposa del ingeniero civil se negaba.

El caballero era de esos masculinos creyentes de los fetichismos con las mujeres voluptuosas, principalmente las que poseían una popa tan grande y se imaginaba un trasatlántico o un fondo del tamaño de la Fosa de las Marianas.

Alana se negaba bajo el argumento que no le interesaba, además que las primeras veces provocaban un intenso dolor y que no todo es como en las plataformas digitales donde se actúa en las triples equis.



Todos los intentos de Adriano en darle vino, güisqui, ron, cerveza y ginebra a su esposa para satisfacer su necesidad erótica fallaron, le rogaba y poco le faltaba que en su rostro lloviese y Alana accediera.

La dama era una de esas mulatas dominicanas, alta, linda, cabello alisado, ojos miel, largas y gruesas piernas, piel canela y de retaguardia inmensa que hurtaba miradas masculinas y femeninas.

Ella consultó con algunas amigas, unas le aconsejaron que accediera a lo que su cónyuge le pedía porque lo que no se recibe en casa, el varón lo busca en calle y tarde o temprano lo encuentra.

A pesar de todas las sugerencias, Alana se negó a que su marido abriera la cerradura de su puerta trasera y todo seguía igual hasta que en el edificio donde vivía el matrimonio, alquiló un apartamento una chiricana de 45 años, de piel canela y sexi.

La mujer madura, de nombre, Xenia, le pegó el ojo a Adriano, era de esas de armas a tomar, que no andan con historias y cuando un manjar le llama la atención, lo prueba y se lo lleva.



El matrimonio saludaba a su nueva vecina, pero un día Xenia se encontró con Adriano en el supermercado, ella atacó, él respondió, platicaron y llegó el famoso tema de la puerta trasera.

Xenia fue al grano le dijo que ella no creía en tabúes, que usaba las dos vías del tren para gozar el mundo porque solo se vive una vez, al escucharla Adriano le hizo una propuesta y la veterana aceptó.

Los encuentros se repitieron hasta que Alana escuchó, por la aplicación de WhatsApp, un mensaje que su marido le envió a ella, en vez remitirlo a la chiricana, donde oyó peticiones picantes y eróticas.

Hubo un pleito, la caribeña agarró su ropa, se marchó donde una amiga, pasó un año y nada, luego empezó a andar con Abdul, un vendedor de perfumes pakistaní y quien quedó loquito con la culisa cuando la vio.

Nunca hubo reconciliación entre Alana y Adriano, sin embargo, la dominicana accedió a que el oriental introdujera su llave en la cerradura de su puerta trasera para evitarse problemas en el futuro.

Fotografías de Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

El mensaje de mi abuela

Casi todos dormían o estaban ebrios, tras la fiesta, el sueño huyó de mí y de pronto recordé lo que mi mamá me dijo que por nada del mundo ingresara a la habitación de mi abuela y que nunca conocí en persona.

Aproveché la oscuridad de la noche, las estrellas brillaban con intensidad a través de la ventana, la brisa estremecía las cortinas y helaba mi mente, sentí de pronto un terremoto en mis manos sudorosas.



Di pasos lentos para no despertar a nadie, uno de mis tíos, dormido y borracho en la alfombra de la sala, giré mi cabeza atrás, mi primo en el sofá grande acostado bajo los efectos del licor y daba la impresión de que gozaba de una plática con Morfeo.

Respiraba muy profundo, las gotas de sudor recorrían mi frente, anduve de nuevo a pasos de plomo y recorrí la propiedad de mi familia en Palenque, Colón, Panamá.

Una boda de mi primo atrajo a toda la familia, mi abuela falleció antes de que yo naciera, pero poco se hablaba de ella en casa, solo escuché una vez que en su juventud era una bruja.

Sabía cuál era el cuarto de mi abuelita, de cabellos color nieve, arrugas pronunciadas, frente grande y mirada misteriosa, rasgos que solo vi a través de varias fotografías que me mostraron.

Decidí quitarme las chancletas para no provocar ruido, apenas se oía brisa de los árboles, los perros estaban como silenciados, las vacas y caballos congelados en el tiempo.

Solo faltaban dos habitaciones para llegar a la de mi destino, desde que murió hace quince años, su pieza fue cerrada con llave, nadie entró, mi madre me dijo que todo quedó allí, sus libros, ropas, zapatos, fotografías con mi abuelito y otras pertenencias.



El viento se hizo más fuerte, jugaba con mi camisón y mis negros cabellos los colocaba en mi frente, los movía para mejorar mi visión, di la vuelta nadie me descubrió y quería saber qué había allí.

La puerta estaba frente a mí, introduje la llave, el óxido provocó que hiciera ruido, moví la cabeza atrás, todo bien, logré derrocar el viejo cerrojo, di pasos de tortuga, tomé el móvil y puse la luz.

Mucho polvo, telarañas, libros, una cama con una sábana de rayas, las pantuflas de la mamá de mi madre, cuadros de la familia y cuando alumbré hacia un escritorio cerca de la ventana lo inesperado.

Me tapé la boca para no gritar, una mujer escribía una carta a mano, se levantó el esqueleto, no me oriné de a milagro, el fantasma o lo que sea, llevaba un papel en su mano izquierda y me lo entregó.

Apenas puede leer entre líneas la frase fui envenenada por la amante de mi esposo y me desmayé del susto.

Fotografía de Mike Jones y Alina Vilchenko de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La buena manzana de los Rodríguez

 

Los Rodríguez eran cuatro hermanos, los tres primeros antisociales, hijos del ebanista Rigoberto, quien pasó varias temporadas en la desaparecida cárcel La Modelo por delitos de robo, hurto, violación de morada y posesión de arma de fuego.

Rolando, Roberto y Rodrigo, planeaban asaltar un banco, ubicado en una esquina en calle 50 y la calle 53 Este, de la capital panameña, sin embargo, en esta ocasión llevarían a Raúl, el menor de 17 años, estudiante del noveno grado del Instituto Nacional.



El benjamín de los Rodríguez no apoyaba las acciones de sus hermanos, planificaba terminar la secundaria, ingresar a la Universidad de Panamá con el fin diplomarse como enfermero y salir de ese caserón viejo del corregimiento de Santa Ana.

Raúl era novio de  Cuqui, una hija de chiricanos residentes en El Chorrillo, compañera de clases y quien lloró cuando el imberbe le contó con tristeza que sus parientes lo obligarían a participar de un delito.

Como era un novato, sus hermanos no le dieron arma de fuego, sino que su trabajo consistiría en entretener al guarda de seguridad, Roberto lo interceptaría a ambos y él pondría la pistola como presunto rehén a su pariente.

Rolando golpearía al vigilante, le quitaría el arma y Rodrigo abriría la puerta, lo demás era gritar a los clientes que se tiraran al suelo y mientras eso ocurría Roberto saquería todas las cajas.

Raúl le narró a su novia el procedimiento, esta le advirtió que llamara a la policía, pero el chico se negó bajo el argumento de una posible paliza de sus hermanos y su padre. Su madre había muerto dos años antes.



Así que el día del golpe, llegaron en un auto robado, Raúl se bajó una calle antes, se presentó en la puerta del banco, Roberto hizo su trabajo, sin embargo, no fue como lo planeado, el guarda de seguridad era alto y musculoso.

Le metió un puñetazo a Rolando, del impacto quedó en el piso, el vigilante sacó su arma de fuego, Rodrigo hizo lo mismo, una bala hirió al trabajador de seguridad privada, al responder este le metió un tiro en la frente de Raúl y en la pierna derecha a Rodrigo.

El menor de los Rodríguez cayó boca abajo, al ver a su hermano muerto, los asaltantes soltaron las armas de fuego y se rindieron.

Minutos después la policía cargó con los antisociales, Rodrigo, quien más quería a Raúl, no dejaba de lagrimear, tampoco le gustaba la idea de involucrar a su hermano menor porque era la buena manzana, pero Rolando y Roberto lo convencieron.

El día del sepelio, Santa Ana lloró al joven, la iglesia de la comunidad repleta de vecinos para despedir al muchacho, quien fue arrastrado a cometer un delito y nunca compartió la vida de maleantes de sus parientes.

Fotografías de Kindle Media de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

 

  

El amigo de mi hijo

Matías es mi hijo, tiene veintiún años, tras separarme de su padre, me dediqué a su crianza, terminó la secundaria y ahora cursa el tercer año de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Panamá.

Desde el primer año siempre me habló de un compañero que hacía mancuerna con él en el salón, de nombre Luis, sin embargo, ni en fotografía lo conocía hasta que un día mi descendiente me pidió permiso para traerlo a casa y hacer una tarea.

Soy una mujer sola, a mis cuarenta y cinco abriles no tuve más pareja, posteriormente de mi divorcio, así que al ver a Luis me llamó la atención de inmediato su musculatura y esos ojos verdes que lo hacía exótico con su piel canela.



Había un atractivo con ese chico, de veinte años, Matías no descubrió que su amigo me gustó, sin embargo, fui también como un imán para Luis, mientras que esa tarde simulé bastante dada mi condición de señora madura.

Las visitas de Luis en casa se incrementaron, yo callé por temor a las críticas de la sociedad porque sería blanco de ataques por gente que no pierde el tiempo con censurar relaciones amorosas.

Un sábado, el amigo de mi hijo se encontró conmigo en el mercado, nos saludamos, me invitó a desayunar, acepté y charlamos bastante hasta que llegó la hora de despedirnos y me dio su número de móvil.

A las tres horas de irnos, recordé esa conversación con miradas que lo decían todo, derroche de pasión, ganas de besarnos, abrazarnos y hacer el amor hasta quedar rendidos, agotados y exhaustos.



Ese día en la tarde, aproveché que mi hijo se fue para Chiriquí, así que marqué el celular de Luis e inventé que el grifo del fregador se dañó, por lo que necesitaba su ayuda.

Cuando el joven llegó a la vivienda le dije que yo misma lo reparé, lo que provocó una sonrisa coqueta porque se dio cuenta de que fue una excusa, me tomó la mano derecha, acarició mi rostro y el cabello.

Cerré los ojos, sus dedos nadaban por mis pechos, sus labios se unieron con los míos, mi anatomía terminó como cuando nací, al abrir mis pupilas, Luis se cambió de ropa deportiva a traje de Adán y Eva.

Era la primera vez que estaba con un hombre en más de quince años, el mundo era maravilloso, intercambiar fluidos, ser mujer otra vez, que me agarraran fuerte, mis pezones eran una botella de miel para Luis y mis piernas una pista de su Fórmula Uno.

Sabía que todo era temporal, imposible tener de pareja a un compañero de la universidad de mi hijo, pero volví a vivir la vida, perdonen la redundancia, me sentía querida y deseada a mis cuatro décadas.

Mi hijo no sabe que hubo un encuentro sexual entre su madre y su carnal, es nuestro secreto y en el interior de las mentes involucradas siempre nos preguntamos cuándo será el otro asalto.

No pierdo las esperanzas de que otra tarde como esa se repita o cuando el cielo bajó a mis pies.

Fotografía de Dainis Graveris y Pixabay de Pexeles no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

Espía y asesina

Lenka Novak tenía como misión asesinar al presidente de la isla Calamar, Alonso Barcelona, porque el político representaba un peligro para los intereses de las Repúblicas Unidas (RU), no se dejaría manejar ni imponer las políticas que beneficiaran a la potencia y sus transnacionales.

A la ciudadana de Checoslovaquia (ahora repúblicas Checa y Eslovaquia) la entrenaron en el manejo de armas, memoria, defensa personal, supervivencia en zonas selváticas y otras, por agentes espías de la Airu.



Su misión era la de entrar a la isla como periodista, solicitar una entrevista con Barcelona, ganar su amistad y entregarle un habano envenenado, preparado por los laboratorios de la Airu que mataría hasta un tigre con solo colocarlo en el hocico del animal.

La europea obtuvo documentos falsos, arribó al aeropuerto José del Mar de la ciudad Calamar, pasó por migración, luego aduanas y abandonó la terminal aérea para trasladarse al hotel.

Pasaron ocho días, el palacio presidencial de Calamar aceptó la entrevista para el diario El Sol, aunque antes debía pasar una serie de pruebas que la inteligencia de la pequeña nación le haría.

Esa período tomó tres meses, Barcelona y Lenka, se veían a diario, a tal punto que la dama perdió contacto con el agente de la embajada de Repúblicas Unidas, a quien reportaba sus movimientos.



El agente secreto se enamoró del gobernante, no era como se lo habían pintado en la propagada europea y de RU, por el contrario, su único mal fue el de ocuparse por su pueblo.

Barcelona sabía todo, sus contactos en la Airu le informaron de la operación hasta que después de una cena, bebía vino con Lenka, el militar se despojó de escuadra y se la entregó.

—Se que vienes a matarme, aprieta el gatillo.

La dama tomó el arma y lo arrojó al sofá, lloró, se sentó, posteriormente abrazó a Barcelona, le contó todo lo sucedido y el amor que sentía por alguien que sus enemigos pintaban como un monstruo y no lo era.

Era una asesina a sueldo, estaba en la planilla de la Airu y acababa con la vida de las personalidades políticas que le ordenaba esa agencia de espionaje, tanto en Europa, África, América y Asia.

Lo que jamás pensó fue de que Barcelona debía sobrevivir en una pelea de David contra Goliat, mientras que, del lado de la RU, algunos analistas no estaban de acuerdo con la política de su país y ayudaron al gobernante de la isla Calamar.

Una semana después de la confesión, el cuerpo de Lenka fue encontrado en el Támesis de Londres, la Airu la asesinó para que no hablara.

Fotografía de Cottonbro Studio y Yuting Gao no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

  

Juan José y las hormigas

No se trataba de una selva inmensa, sino que era hierbas en su tamaño normal, aunque para Juan José sí había gigantescas raíces, hojas grandes, la tierra eran rocas, las flores se asemejaban a monumentos y las lagartijas a la estatura de dinosaurios.

Juan José, perdido en un mundo donde no vivía, desconocía cómo llegó hasta ese lugar, vio a dos hormigas de pie, el joven se asustó con esas antenas grandes, seis patas, sus órganos internos y los ojos.

No sabía dónde miraban los insectos, traían consigo una lanza, vestidos con armadura, una alforja con flechas y un espada entre su tórax, lo que indicaba que se trataba de soldados.



Una de ellas le dijo que, por orden del rey, todos los forasteros debían ser llevados ante el monarca para un interrogatorio.

—Señor hormiga, no tengo idea cómo entré a este mundo.

—Cumplo órdenes—, respondió el insecto y lo escoltaron hasta trasladarlo ante el supremo rey Kafat.

Juan José explicó que venía de una tierra plagada de guerras, donde el de arriba aplasta al de abajo, el rico siempre se impone,  las luchas acontecen hasta en las familias y quien no tiene dinero, la pasa mal.

—Aquí no existe la avaricia. Este es el mundo de las hormigas, compartimos todos, no matamos a nadie y trabajamos en colectivo para el bienestar de nuestro pueblo—, respondió el rey.

—¿No hay guerras por tierras, dominación, recursos naturales o religión?

—No existen pobres ni ricos, contamos con una jerarquía, soy el rey, sin embargo, me debo a mi pueblo, todo lo que existe es de las hormigas, se labora duro para alimentar un hongo que nos da comida.

Sorprendido ante las palabras de Kafat, Juan José giraba la cabeza, un mundo tan distinto al suyo, mientras que los humanos consideraban a las hormigas una plaga, estas se comportaban de forma distinta.



Un soldado le indicó cuál sería su dormitorio, durante el trayecto observó la forma en que trabajaban las hormigas con orden, sin envidia, maldad o aspirar a puestos ajenos. Unas ayudaban a la otras.

Pensó en pernoctar para siempre, le gustó esa vida, sin alevosía, sin asesinos, ladrones, políticos corruptos, con igual distribución correcta de las riquezas y la comida.

Se acostó a dormir en una cama de paja, con almohadas de plumas de paloma, el mundo en el subsuelo era pequeño, entraba aire y había refugio para las inundaciones.

Pero, luego el maldito despertador del teléfono celular interrumpió esa anhnelda fantasía de un Universo perfecto donde nadie quiere escapar o emigrar.

Fotografías de Jimmy Chan de Pexels no relacionadas con la historia

 

 

 

 

 

Viviana

 Conocí hace tres años a Viviana de la forma más cómica en la vida, ambos nos sentábamos temprano en el parque Harry Strunz, de calle 50 porque madrugábamos para llegar temprano a nuestros trabajos.

Ella laboraba como pasante en una firma de abogados y yo como diseñador gráfico de un diario digital, mientras Viviana miraba su móvil, este humilde servidor leía libros.

Fue así durante cuatro meses hasta que un día me preguntó la razón por la que leía tanto, mi respuesta fue una sonrisa y decir que una de las pocas formas de entender la historia, saber y que no te echen cuentos, es leyendo.



Se notaba que Viviana era una chica alocada, aunque linda, fue de esas que le fascinaban ingresar con amigas a los bares de moda de la capital panameña, sin embargo, soy solitario, lector, muy analítico y algo reservado.

Un viernes en la mañana, platicábamos del libro Los Hermanos Karamazov, ya que alguien se lo recomendó, le dije que era fabuloso, me manifestó que lo leería con la condición que la acompañara esa noche con unas amigas a beber algunas cervezas.

Aunque no bebo acepté porque pensaba que la pasaría bien, una chica loquilla con un lobo solitario pondría aprender uno del otro, fue así, sus pasieras me encantaron y yo a ellas.

El asunto fue que Viviana se convirtió en mi novia a los dos meses, era algo que sucedería con el tiempo, me sentía feliz en todo su esplendor, todas esas mañanas frías, bebiendo café, tomados de la mano y mirando el cielo azul panameño.

Mi madre argumentaba que era muy viva para mí, sin embargo, no le prestaba atención, lo que sí me preocupaba es que Viviana de pronto se me perdía, no respondía el móvil o lo tenía apagado.



Eso fue motivo de varias peleas e incluso le reclamé de infidelidad, lo que generó que mi pareja desatara un diluvio en sus ojos, a los dos días se presentó en mi casa para terminar la relación sin explicación alguna, lo que corroboró mis sospechas.

Anduve de mal en peor, lloré, grité, me enamoré y mi novia me fue infiel hasta que en una farmacia me encontré a Grecia, la mejor amiga de Viviana, quien al verme rompió a llorar y me contó la otra cara de la moneda.

Viviana tenía problemas cardiacos, nunca quiso contarme, se perdía cuando estaba mal para que no sufriera, en ese momento estaba casi moribunda en el nosocomio y fui con Grecia a verla.

Me rompió el corazón observarla en esa cama, llena de aparatos, triste, al verme sonrió, se disculpó, respondí que era yo quien debía hacerlo, hice guardia en el hospital toda la noche con ella hasta que falleció mientras yo dormía.

Intento hacer mi vida normal, la loquilla y quien soñaba con ser abogada no está a mi lado, el destino no quiso darnos más tiempo, pero jamás me arrepiento de haber tenido una novia como Viviana, siempre recordaré a mi media naranja de piel canela,  pelo rizado y algo alocada.

Fotografía de Gilherme Almeida de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

El frustrado hurto de Mandela y Patacón

Ambos antisociales eran reconocidos en el mundo del hampa de calle Cuarta Parque Lefevre, pululaban en las madrugadas cerca de los bares y cantinas para desvalijar a los borrachos que salían de beber.

Mandela y Patacón, aburridos de la poca ganancia que le proporcionaba estos robos a chuposos, decidieron dar un mejor golpe que les rendiría numerosos dividendos para comprar marihuana y estar con algunas guialcitas.

Decidieron mejor ingresar a una de esas viviendas lujosas del corregimiento de San Francisco, donde vivían cocotudos y personas de clase media alta, en la capital panameña.



Realizaron un trabajo de campo, se fijaron en una propiedad donde una Montero estaba estacionada, solo tenía una cerca y una puerta de madera, no parecía seguir los protocolos de seguridad hogareños, decidieron vigilar y entrar en la noche del sábado.

Patacón llevó la pata de cabra, mientras que Mandela, un cuchillo y un martillo por si algo salía mal, como a la medianoche cruzaron la cerca, se fueron a la parte trasera y había una puerta abierta.

Lo primero que vio Mandela fue un reloj Fossil, algunas prendas, ciento veinte dólares en efectivo, una caja de habanos Cohiba y dos botellas de güisqui, un botín para los maleantes.



Metieron todo en una funda de almohada, se trasladaron a la primera recámara, se escuchaba afuera el sonido de los vehículos que transitaban, así que no le prestaron atención por ser una casa ubicada en una calle.

Encontraron dos relojes más, algunas cadenas, pulsera y un par de aretes de oro, por lo que se fueron con el botín y cuando pretendían abandonar el lugar, un hombre alto, de piel canela, vestido con traje de calle les apuntó con una Glock.

Del miedo dejaron caer al suelo lo hurtado, Patacón identificó al propietario de la casa porque lo había visto en la televisión y era Rolando Chávez, fiscal de la sección de Homicidio y Femicidio.

Mandela y Patacón entraron a robar a la residencia de un funcionario de instrucción de jerarquía, nunca averiguaron quién era el dueño de la casa y ahora estaban atrapados.

La policía posteriormente llegó, cargaron con los antisociales, quienes se declararon culpables ante un juez de garantías y les echaron siete años, por hurto y violación de la propiedad privada.

Cuando el viejo José Chanis, se enteró de la novedad, mientras chupaba su cerveza y fumaba su cigarrillo comentó que a los dos debieron darle cadena perpetua por pendejos porque no se va a hurtar a una casa sin averiguar antes quién es su dueño.

Fotografía cortesía del Ministerio Público de Panamá y la Policía Nacional de Panamá no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

Operación Silencio Total

Heidi Müller era la única sobreviviente porque sus compañeros Allan Weber y Zelda Becker, fueron asesinados, así que Heidi logró cruzar la frontera con Suiza de forma clandestina y salir de Europa con falsos documentos.

Aterrada se alojaba en un hotel de Pedasí, en Panamá, con un pasaporte austríaco con el nombre de Agna Braun con el fin de evitar ser descubierta, aunque tarde o temprano la encontrarían.

Era la primera vez que los servicios secretos británicos, rusos, chinos, estadounidenses, alemanes y el israelí, dejaban sus diferencias para una operación internacional y de gran envergadura.



Müller, Weber y Becker, eran científicos e investigadores alemanes que trabajaban para una farmacéutica, por error, descubrieron un medicamento que curaba el cáncer con una sola inyección.

Esta novedad debía ocultarse, las grandes empresas fabricantes de medicinas dejarían de ganar más de 200 mil millones de dólares anuales si se utilizaba la nueva cura, convenía tapar el asunto y hacer más ricos a los industriales.

A Weber y Becker, los asesinaron en Berlín, la segunda cometió la estupidez de informar a su superior, a pesar de que el trío prometió guardar el secreto por lo peligroso del hallazgo.

Müller se sentía segura en ese lugar alejado de la capital panameña, contactar a su familia, ni pensarlo, todas las redes sociales y comunicaciones fueron intervenidas por el servicio secreto alemán.



La información era compartida por los espías involucrados en la Operación Silencio Total, miembros de los servicios secretos eran verdaderos asesinos a sueldo, dispuestos a matar a su madre para cumplir con su deber.

Müller tenía la desventaja de que no hablaba español, pero desde Suiza envió un correo electrónico a un periodista alemán para que publicara la noticia, el comunicador fue despedido de su trabajo, el diario Deutschland News, por intereses de sus accionistas con farmacéuticas.

El correo fue borrado, el periodista amenazado de muerte y su familia también porque si hablaba pasaría al más allá, así que salió de Munich con rumbo desconocido y un millón euros para sus gastos.

La mujer carecía de escapatoria, así que usó la inteligencia artificial para traducir al castellano, vio algunos diarios digitales en Panamá, remitió un correo electrónico, con su foto y donde contaba toda la historia a cinco de ellos con la esperanza que fuese publicado.

Solo uno se interesó en el asunto, le respondió que viajase a la ciudad de Panamá y Müller lo hizo. Al final nada perdía, el asunto fue divulgado en el diario Noticias Número Uno y la historia rebotó al exterior.

Los gobiernos negaron la operación de asesinar científicos, Müller rechazó  regresar a Alemania, era consciente de que tarde o temprano sería asesinada, a pesar de todo, la farmacéutica negó el descubrimiento y la tildó de loca.

Fotografías de Vlad y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

El asesino del Tren de Aragua

 Sentado frente al juez, junto con su defensa, llevaba audífonos para comprender la traducción al castellano del inglés, Aníbal Meléndez, de 25 años, escuchó al juez que dictó la sentencia, tras ser encontrado culpable de violación y asesinato.

Meléndez, miembro de la organización criminal El Tren de Aragua, se notaba sereno, las miradas de las amistades, familiares y compañeras de clases Marian Lewis, la asesinada estudiante de arquitectura de la Universidad de Maine, eran de odio.

El caballero, con su barba oscura, abundante cabello y ojos sádicos, vestido con su traje de preso, color naranja, intentaba esquivar las pupilas ajenas, pero era el centro de atención, posteriormente de la brutal violación y muerte de Marian, de 22 años.



Un juicio publicitado en su extremo, una confesión fría con el clásico, fui yo, a la policía que lo detuvo, tras ser identificado por las cámaras de seguridad del centro de estudios superiores.

La noticia no solo se difundió en Estados Unidos, sino en el mundo entero por las aristas de un criminal, arrestado diez veces antes por delitos menores como hurto, robo o violación de morada.

Meléndez fue uno de los miles de venezolanos que huyeron de su país, sin embargo, el asesino planeó su fuga para evitar ser capturado por la policía de Venezuela que lo buscaba por su carrera criminal.

Cruzó la frontera por el Darién en Panamá, se fue por carretera hasta México, pasó a Texas, lo enviaron con otros migrantes a Nueva York en avión y de allí viajó a Maine.



Mientras que, durante el juicio, la fiscalía leyó el examen de necropsia de la víctima, muerte causada por estrangulamiento, moretones en sus pómulos, le faltaba un diente y tres costillas rotas.

Aprovechó la oscuridad de la noche para atrapar a su víctima que trotaba, la llevó a un paraje solitario de árboles, la golpeó, luego le humilló su castidad y acabó con su vida.

En la prisión estatal de Maine, los internos le temían, incluso criminales de alto perfil como asesinos, violadores y que cometieron otros delitos.

Sin embargo, al juez Ryan Thomas no le amedrentaba, por el contrario, cada vez que esos ojos azules profundos se dirigían al criminal hispano, el acusado agachaba la cabeza

Thomas dictaminó cadena perpetua para el asesino, sin posibilidad de libertad bajo palabra, condicional o algún beneficio, a lo que el público estalló en llanto, principalmente de los familiares y compañeros de clase de Marian.

No fue condenado a la pena de muerte porque desde 1887 fue abolida en Maine, no obstante, si se tomaba esa decisión era premiarlo, debía podrirse en la cárcel por su salvaje acción.

Historia y primeras fotos basadas en una historia real. Segunda fotografía de archivo.