‘Pos agarra el cuara’, se escuchaba siempre después de la misa en La Pintada, Panamá, al sacerdote Vicente Martínez, rodeado de niñas y adolescentes, algunas de ellas sentada sobre las piernas del religioso gallego.
Era muy popular, los menores siempre lo correteaban, tras culminar el acto
laico y todo seguía normal hasta que estalló la bomba por las famosas monedas
que repartía entre sus seguidores jóvenes.
Vicente era oriundo de La Coruña, en Galicia, contaba con 60 años, de casi
dos metros de altura, ojos azules, muy brillantes, cabello rubio algo gastado
por la decadencia de la melanina.
Su voz de tenor llamaba la atención cuando oficiaba la misa, casi había
perdido su acento gallego, se oía más interiorano que español, sin embargo,
algunas palabras de su natal país se le salían.
Lo que en determinado momento hizo disparar las alarmas de la señora María
de García, fue la confesión de una de sus hijas, Lucía, de 14 años, quien a
pesar de ser solo una niña su cuerpo no lo reflejaba.
Lucía, de piel canela, parecía una chica de veinte años, nalgas grandes,
senos medianos y medía 1.80 metros, ojos miel y abundante caballera negra, pero
con la inocencia de una chica de su edad.
Era el blanco favorito del sacerdote Vicente, quien en una ocasión logró
sentar a la adolescente en sus piernas, le comentó que en el bolsillo izquierdo
había una sorpresa para ella y solo debía introducir su mano.
La niña obedeció, miró la sonrisa y ojos azules del caballero, él la instó
a que continuara hasta que sintió monedas, Vicente le dijo que hurgara más y cuando
Lucía siguió la instrucción vino lo peor.
Tocó el pene erecto del sacerdote, el hombre sonrió, le guiñó el ojo izquierdo,
la jovencita, asustada corrió donde su mamá y no dijo nada hasta llegar a la
humilde vivienda.
María enfureció fue de inmediato a buscar a Vicente con el fin de formar un
escándalo, el hombre intentó calmarla y la molesta madre amenazó con hacer un
escándalo en el pueblo.
Y en efecto se corrió por toda La Pintada la acción del sacerdote, pero
como en 1978 la iglesia católica no quería conflictos con la dictadura militar que
gobernaba Panamá, desaparecieron al cura.
Lo enviaron a Chillán, al sur de Chile para tapar el escándalo, así que el sacerdote
de las monedas escapó de la justicia legal.
Fue reemplazado por otro padre más conservador y que conocía la historia de
las chicas sentadas en las piernas de Vicente con la famosa frase ‘agarra el cuara’.
Fotografías de Jeff Weese y Mart Production de Pexels no relacionadas con la
historia.