Virgilio Ortega heredó de su abuelo materno una finca de cinco hectáreas en San Francisco de la Montaña, Panamá, con una docena de vacas, dos toros y seis caballos, lo que causó problemas con sus primos hermanos.
Siempre fue el favorito de su abuelo del mismo nombre,
sin embargo, el traspaso del bien inmueble también incluía una deuda con el
Banco Nacional de Panamá (BNP) de sesenta mil dólares.
Don Virgilio García, le dejó su propiedad a su nieto
no solo por ser su mimado, sino porque amaba el campo desde niño, lo acompañaba
a ordeñar las vacas, a darles sal y cuidar el ganado, algo que sus primos
detestaban.
Virgilio (nieto), conocido como Villo,
se mudó a la vivienda con su abuela materna e iba desde las madrugadas a
vigilar y estar pendiente de sus reses, además del resto de los animales.
Su plan era, una vez cancelado el crédito, construir
establos para los caballos y las vacas porque no le gustaba que pernoctaran a
cielo abierto, aunque sus amigos le decían que no lo hiciera.
Entre ellos, Emérito, un vecino hacendado de la otra
finca, sin hijos, fanático del ron, del tabaco y las mujeres, con 65 años y
antiguo amigo de don Virgilio.
Quince días antes de la Semana Santa de 1994, Emérito,
se encontró con Villo en una de las cantinas del pueblo, bebieron
cerveza, luego licor y se pegaron una borrachera de proporciones mayores.
Durante la conversación, el anciano le comentó al
joven de 28 años que no llegaría a Jueves Santo y que al día siguiente de su
muerte fuera donde su mujer Margarita, quien le entregaría una carta.
Villo lo
tomó como una simple juma y ya tarde en la noche se fue a casa.
La madrugada del Miércoles Santo o el 29 de marzo de
ese año, el caballero cruzó el río en su caballo para ir a la finca, se
encontró con Emérito, vestido de negro en su totalidad, con un sombrero del
mismo color y quien le recordó que fuese donde Margarita.
Soltó la risa, siguió su camino y cuando volvía al
mediodía, la curiosidad entró en su mente, se dirigió hacia los terrenos de
Emérito con el fin de molestarlo, pero vio el lugar lleno de vehículos y gente
vestida de luto.
Al ingresar lo recibió Margarita con un mar de
lágrimas, le contó que unos quince minutos antes del Miércoles Santo, a su
marido le dio un infarto y falleció de forma instantánea.
Le entregó una carta que no era otra cosa que un
testamento donde lo nombró heredero universal de sus bienes y con la condición
de que le pasara una pensión cómoda a la viuda.
Villo casi se caga del susto porque el hombre que vio en la
madrugada en el afluente fue el fantasma de su vecino, no obstante, no dijo
nada de su avistamiento antes de que lo consideraran loco.
Lo que nunca supo el joven e ingeniero en sistema es
que Emérito era clarividente y predijo el fin de su vida.
Fotos de Gaspar Zaldo y Cottonbro Studio de Pexels no
relacionados con la historia.
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