La fila era grande para pagar en la caja de supermercado, a pesar que no era quincena. Clientes con cuatro mercancías para llevar a casa, otros licores y cervezas, alimentos, conservas o productos de limpieza.
Evaristo Gutiérrez andaba de apuros, como siempre en su vida, ya que sus grandes compromisos artísticos así lo exigían. Viajes en todo el país, con poco descanso y se dormía en el autobús que lo transportaba junto con su orquesta “Los Pifiosos”.
Mientras esperaba en la cola, olvidó unas gaseosas que debía llevar, le pidió a una señora el favor que le cuidara el turno y como un bólido llegó hasta los anaqueles de los jugos, agarró dos, se volteó a toda prisa y luego ¡zass!
Evaristo se tropezó con una dama, quien llevaba una botella de aceite de oliva en envase de vidrio, que cayó, se quebró y el líquido se esparció en el pasillo del supermercado.
Cuando el cantante se fue a disculpar
con la mujer fue sorpresa total. Era ella, de baja estatura, su cabello
ensortijado, color castaño claro, sus hermosos ojos miel, como los de una
princesa europea, aunque pasados 20 años no iba a estar igual.
Se notaban las arrugas en la frente y el viaje del tiempo en su faz no se detuvo, sin embargo, su inolvidable sonrisa siempre fue la misma desde sus tiempos de juventud y amores.
-¿Gloria Esther?-, preguntó Evaristo Gutiérrez.
-Claro cariño, la misma que viste y calza. ¿Todavía cantas?-, interrogó la dama con coquetería.
Por un momento pasó una película a la velocidad de la luz del artista. Cuando se arrancaban a la discoteca Patatús, los paseos a la Calzada de Amador, las noches en La famosa "Cantina" de Marbella y las “chupatas” en el apartamento de las amigas de Gloria Esther, en calle 27, Calidonia.
-¿Estás sorprendido por reencontrarme? Recuerdo
cuando empezabas a cantar y al salir a discotecas conmigo eras un desconocido,
pero ahora la fama te llegó-.
-Sí aún canto y escribo canciones.
Disculpa que hable un poco lento, pero la impresión, así de pronto, tras dos décadas sin saber de ti. ¿Por qué te fuiste sin despedirte?-, dijo Evaristo
Gutiérrez, con tono melancólico.
-No es el lugar adecuado para tratar de ese tema. No querías emigrar, yo sí y teníamos proyectos distintos, tú en Panamá cantando y yo quería aprender a cocinar en Italia-, agregó ella, vestida con un traje, color rosa, pegado a su figura voluptuosa que alteraba cualquier pupila a sus 45 abriles.
Por medio minuto ninguno de los dos dijo una sola palabra. Se transportaron en el tren de recuerdo, recorrieron los vagones de la felicidad, se sentaron en las butacas de la pasión y no querían bajarse en la estación de la realidad.
-Estoy de visita por dos semanas, retorno dentro de cuatro días a Nápoles. Soy viuda y tuve una hija-, le comentó Gloria Esther.
-Yo nunca me casé, ni tampoco tengo hijos porque mi carrera no me da tiempo para tener familia, pero planifico mi retiro-.
Ella se despidió con un beso en la mejilla, en momentos que un empleado del supermercado trapeaba el aceite de oliva derramado. El cantante le informó que pagaría el producto quebrado.
Lo que nunca supo Gloria Esther es que la mayoría de las canciones de Evaristo Gutiérrez componía y cantaban eran por su inspiración y para ella. Tuvo muchas mujeres, no obstante, la chiricana fue la que le robó el corazón, el alma, la calma y todo sentimiento que un hombre siente por el sexo contrario.
-Podré tener muchas, pero como ella ninguna-, le comentó Evaristo Gutiérrez al trabajador manual del supermercado.
-¿La ama de verdad? ¿La ama de verdad y
deja que se vaya así? ¡No seas ahuevado, corre tras ella y solo dile lo que
sientes!-.
Evaristo dejó las gaseosas en el mostrador, corrió tras Gloria Esther, la llamó, la mujer estaba en fila para pagar, la tomó de las manos y la besó.
-Esta vez no te irás sin mí-.