Imposible dormir cuando el horror se apodera
de su mente adolescente. Lía Sofía Gattas, de 16 años, hija de un migrante
jordano y una boqueteña, oculta sus temores bajo el olor verde que la mata poco a poco. Es la salida a
los conflictos dentro de sí.
Las noches se transforman en el lago de
Hades, demonios, cruces al revés, Mefistóles no es precisamente quien la
asusta, sino su propio yo o sus miedos encerrados en la maleta de su cerebro.
Por fin logra conciliar el sueño, está
en un abismo muy profundo, intenta gritar, no obstante, cae dentro de un
laberinto donde se abre un telón, luego aparece La Tulivieja, el Chivato, el
Minotauro y Mefistófeles. Todos cantan parte de la ópera Rigoletto. “La
maldición”, corea el Chivato.
Lía Sofía Gattas cierra el puño, golpea
la pared, se derrumba y crea un agujero que la ayuda a escapar, aunque su
sangrada mano derecha está lastimada no es obstáculo para correr de sus males,
defectos y al salir se encuentra con bosque de cannabis.
No es su inanición mental, son los
negocios de su padre en la frontera tico-panameña y los caprichos de su madre
que los mantienen ocupados, piensan que las joyas, vehículos y vanidad para su
hija tapan sus kilométricas ausencias.
Lía Sofía Gattas no se asusta con el
bosque, por el contrario, sonríe porque a pesar que hay demonios entre los
árboles, la yerba alivia su guerra interna, temporal y la llevan al subsuelo
donde no pretende salir. Nadie la ayuda, tan bella como una princesa, pero con
un alma indigente.
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