La muerte bella

  


 

Por un lugar desconocido y lúgubre andaba.

La neblina todo obstaculizó.

Sentía el crujir de mis dientes.

Aterrado me encontré.

 

Sonidos desconocidos escuchaba.

Un aullido mis tímpanos casi destruyó.

La sangre se me helaba.

La luna no me alumbró.

 

Allí ella estaba.

De rubios cabellos y con sus pupilas de arcilla me miró.

Mi epidermis temblaba, pero la amaba.

Ella mi mente cazó.

 

Una loba sedienta y erótica.

Su labio desgarrado acaricié.

Llegó el ósculo de miel roja inesperado.

Pero, vi las cruces y descubrí que muerto estaba.


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