El laberinto de Santiago

La tormenta provocó que se apagara la energía eléctrica, los rayos y centellas iluminaban el oscuro cielo en una noche con luna en cuarto menguante y las gotas de lluvia impactaban como roca en el rostro de Santiago.

Un camino de piedras, el hombre mira hacia atrás, ve una casa al estilo español del siglo XVII, de ladrillos, con dos pisos, el mismo número de ventanas arriba y una puerta, mientras que abajo solamente una ventana y una entrada.

Levanta su vista, cuervos vuelan alrededor de la vivienda, aves que apenas puede observar, vuelve a colocar sus verdes ojos al frente, cuatro antorchas alumbran el camino romano y decide correr hacia la luz.



No conoce la propiedad porque nunca ha estado en ella, las ramas de los árboles se estremecen, dan la impresión que quisieran atraparlo para devorarlo, a su derecha unas 12 coralinas con su lengua afuera y a la izquierda una bestia desconocida.

Tiene patas de cerdo, cuerpo de rana y cabeza de león, no sabe qué es, sin embargo, el animal emite en sonido peculiar a baja frecuencia que no aguanta, corre y encuentra árboles con una escalera en el centro.

Santiago decide bajar, se detiene un momento, el sonido le jode los tímpanos, voltea y de lejos mira cuando el animal se come a las culebras, luego observa el cielo, los cuervos tienen una pelea entre ellos.

Baja las escaleras, hay seis caminos, no se decide cuál tomar, no obstante, sabe que está en un laberinto de árboles, usados generalmente para citas amorosas clandestinas.

Toma el segundo trayecto a la izquierda, debe encontrar la salida, sigue la tormenta, oye un sonido de unos cascos, es una especie de caballo, con cabeza de cobra y cola de brillante, color oro.

Quiere internarse entre las ramas para que la bestia no lo vea, lo consigue, pero en parte de su blanco brazo derecho corre un hilo de sangre porque se cortó, aunque está vivo y eso es lo importante.



Camina aprisa, ve una antorcha, la agarra, ya cuenta con una luz, tiene 10 minutos caminando, se topa con un hechicero de la edad media, con su gorro puntiagudo, barba blanca, una varita y un traje negro.

El anciano tiene una risa casi demoníaca, Santiago se persigna y la figura desaparece de inmediato, el masculino inclina la cabeza en señal de cansancio porque está aterrado y agotado.

Ha caminado por 25 minutos, no encuentra la puerta para abandonar el lugar tormentoso donde está, se dirige hacia el centro con la esperanza de huir, posteriormente un lobo blanco cena un cordero y su hocico está manchado de rojo por la sangre.

Santiago se detiene, el animal lo mira, emite su aterrador aullido y le muestra sus filosos colmillos, por lo que el hombre retrocede, gira hacia otro camino por la derecha, donde se encuentra con un niño rubio.



El infante hace malabarismo con cuatro doblones y luego le habla castellano con notable acento inglés.

-¿Sabes dónde estás Santiago?-.

-No tengo ni la menor idea-.

-Yo sí sé dónde estás. Te encuentras en tu propio yo para que sepas lo que eres y cómo tratas a los que consideras que son menos que tú. Te recuerdo que si sigues así en este mismo laberinto te espero-.

Santiago no respondió, sin embargo, al niño le salieron alas de murciélago, cola, colmillos y patas de águila. Posiblemente, el demonio, lo que aculilló al masculino.

Caminó cinco minutos más, una luz tenue, recorrió hasta que divisó una escalera que eligió y cuando subía, le cayeron al cuerpo docenas de cobras.

En ese momento Santiago despertó, sudado, asustado, con sus castaños oscuros cabellos empapados y lloró.

Nada que preguntar. El mensaje estaba claro.

 

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