La libertad no tiene precio

Fulgencio Díaz, llevaba tres meses de una condena de cuatro años en prisión por meter la mano en la empresa donde laboraba como Contador Público Autorizado (CPA) durante diez años.

Tiempo que se fue por la borda del desprecio, el engaño y ahora solamente quedaron restos de arrepentimiento, culpabilidad y deseos de salir de los barrotes donde estaba.

Las cosas no serían como antes, la prisión es un mundo dentro de otro, eso lo saben los delincuentes comunes y corrientes, pero no les importa entrar y salir con frecuencia porque no quieren otra opción, además delinquir está en su ADN.

Fulgencio Díaz, aprendía a diario nuevas cosas en el penal, como que el más fuerte gana siempre, quien tiene dinero ostenta poder, compra cigarrillos, drogas, licor, soborna a los guardias y custodios.



Su piel canela se blanqueaba poco a poco por el mínimo sol que tomaba, alimentaciones colectivas, tener seis ojos y ocho orejas para ver y escuchar cualquier rumor hasta en las paredes.

Violencia, pandillerismo, inodoros sucios y lo peor es que no tienen divisiones, así que las necesidades fisiológicas se hacen delante de cualquiera o nula privacidad incluso al momento de evacuar.

Aunque eso es el mínimo problema de los internos porque a los profesionales del crimen, no les interesa que los vean cagando, sino ser identificados junto con un boleto de entrada al penal.

Homosexualismo, violaciones, los pedófilos son penetrados a la fuerza entre varios internos para que aprenda a no jugar al sexo con las niñas, noches largas y un calor terrible en el hotel cercado con un gigantesco muro y alambre de púas.

Cámaras que vigilan dentro y fuera la prisión, guardias tan toscos como los ucranianos que cuidaban los campos de concentración alemanes, amigos falsos y numerosos enemigos.

En la cárcel, el 99% de los detenidos dicen ser inocentes, a pesar de tener el arma de fuego con la que asesinaron, la droga que le decomisaron o la mujer que violaron supuestamente lo confundió con otra persona.

Pocos usan máquina de afeitar, no las permiten para que no se usen como armas, no obstante, los detenidos con cualquier cosa fabrican objetos punzo-cortantes, uno de ellos son los cepillos de dientes.



Tiempo sobra para pensar, los ojos miel de Fulgencio, en ocasiones se inundan de lágrimas, acaricia sus lacios cabellos castaño claro, cuando piensa el grave error que cometió.

La lujuria, la ambición de dos pezones rosados, unos ojos verdes, nalgas blancas y grandes fue lo que le acarreó al mal que ahora sufre, su esposa lo abandonó por infiel, sus hijos lo visitan muy poco y se quedó solo.

Oye tantas historias de otros presos, de parejas que los queman, salen encinta mientras ellos purgan condenas o simplemente nunca los visitan.

Debe aprender la lección ahora, otros detenidos se evaden, pero es peor y alarga la sentencia, así que a soportar el encierro.

En la cárcel se puede tener de todo, dinero, guaro, mujeres, celulares, armas de fuego, cuchillos, drogas, televisor último modelo, videojuegos, comida externa, no obstante, los internos piensan en escapar uno del otro porque la libertad no tiene precio.

Comentarios

  1. No hay nada más valioso que la libertad. Espero que con este relato, más de uno lo entienda.
    Buenas historias 👍

    ResponderBorrar

Publicar un comentario