El rejo yanqui

El eco de las risas llegaba hasta el cuarto número doce, donde residía la “Vieja bruja”, como le llamaban los chicos de la casa 8-64, ubicada en calle 17 oeste del corregimiento de El Chorrillo.

Los vecinos la pasaban normalmente, entre el desempleo, la marihuana, la promiscuidad, los empréstitos pequeños impagables, la música escandalosa y agentes del Departamento Nacional de Investigaciones (Deni), quienes buscaban afanosamente personas de mal vivir para enviarlas de vacaciones al territorio insular más grande del pacífico panameño o la isla prisión de Coiba.

Dos primos, Pepe y "Cabeza de Huevo" reían a carcajadas. Una broma pesada le hizo Pepe a su mamá. La llamó al Ministerio de Trabajo, donde laboraba como secretaria y le dijo que la policía zoneíta lo detuvo por tumbar mangos en la Zona del Canal.

-¡Ja, ja, ja, ja! Cuando mi tía sepa la verdad te van a dar una tunda de correazos, que ni siquiera el médico chino te curará. Te romperán el fondillo de tanto rejo-, aseguró "Cabeza de Huevo".

-No, ¡qué va, primo!, esa vaina no sucederá. No es la primera vez que le hago una bromita a mi viejita-, respondió Pepe.

Bajo la mirada de la “Vieja bruja”, ambos niños comentaban que tenía una hija, de nombre Jackeline, las más linda del barrio, pero era una “chica plástica”. Milagrosamente daba los buenos días a sus vecinos.

Ya pasaron los tiempos del "Silver Roll" y "Gold Roll", aunque la discriminación en la Zona del Canal aún existía y panameño visto tumbando mangos, cazando iguanas o paseando por este territorio era acosado por las autoridades zoneítas bajo órdenes del gobernador estadounidense.

Un taxi se detiene y desciende una señora caucásica, ojos claros, de estatura alta y con un billete de diez dólares en la mano.

-¡Viene la vieja¡-, gritó Pepe.

-Ahora mismo vas a saber lo que es bueno. Hijo de p...-,respondió la madre de Pepe visiblemente molesta.

Pepe no tenía escapatoria, sus neuronas dibujaron a su madre con un cinturón en la mano derecha y con la otra para tratar de que no escapara. Segundos después, Pepe era Emilio Zatopek; sin embargo, no tenía a donde correr.

Sus pies se convirtieron en resorte y sus ojos compitieron con el Tuira.

La correa no era yanqui, sino colombiana, de cuero excelente muy cotizados y cuya demanda en Panamá era enorme.

Ahora Pepe es inspector de la petejota y trabaja precisamente en el corregimiento de Ancón, la antigua quinta frontera o la Zona del Canal, donde Estados Unidos tenía un Estado dentro de otro.

 Cuando camina hacia su trabajo mira su correa y recuerda todos los días esa tunda de correazos que le dio su fallecida madre. Nunca más comió mangos.

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