El cesante

 Largas horas pasaba Danilo García dentro de su habitación. Pensaba, discurría, su mente viajaba, recorría paisajes, destinos ajenos que solo su cerebro dibujaba en momentos que no existía actividad.

 

Cesante desde hace tres meses en una fábrica de cemento en Panamá, los problemas subían como el agua en Chanis cuando las gotas de lluvia invaden la urbanización.

 


Sin activo circulante para satisfacer sus necesidades, Danilo García en numerosas ocasiones observaba el cielo raso de su habitación en busca de soluciones a su problema porque las deudas eran casi del tamaño del volcán Barú.

 

Fumaba un cigarrillo tras otro, se colocaba frente a la ventana para mirar las nubes, el resto de las casas, además de un mejor futuro porque de momento solo había camino de piedras, espinas y minas por donde andar.

 

 No había escapatoria en el gigantesco laberinto de las estadísticas de los desocupados.

 

Atrás quedaron los tiempos donde era frecuentado por amigos y admiradoras, su teléfono dejó de timbrar, nulas las visitas caseras e invitaciones a eventos sociales.

 

Solo, abatido, triste, quebrado, olvidado y frustrado, Danilo García era como los marchantes del desierto a quien se le termina el agua y el oasis lo lleva en su mente. Lo peor en la vida es ser prisionero o cesante porque te conviertes en un leproso de la sociedad.

 

Mientras se baña, Danilo García, casi se desbarata la vida por contestar el móvil. Contesta, sonríe y se viste inmediatamente para correr al lugar donde aparentemente habrá una luz al final del túnel.

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