Del oscuro hueco sale Krilenko,
el ratoncito chismoso de su guarida en busca de alimentos.
Tomates, carnes, embutidos, mangos,
azúcar, quesos y otros manjares eran visto por Krilenko.
A poca distancia, una torre más pequeña
que contenía cuatro volcanes, una boca cuadrada enorme que se abría hacia abajo
cuando el dios de los zancos extendía uno de sus ramas hacia ella. Se sentía
caliente a veces.
-No vayas para allá, le decía a Krilenko el más viejo de sus camaradas, el ratón Pepe-. -Te meterán en la boca de la torre chiquita-.
-¿Cómo haremos si tenemos hambre?-,
preguntó el ratoncito Pedro.
-Viene un olor rico como una sustancia
blanca. Vi que el dios de los zancos los dispersaba al lado de la gigantesca
torre gris, explicó Krilenko.
-¡No! Es veneno Krilenko, no inventes. He visto a otros comerlos y mueren, añade el ratón Pepe-.
-Bueno, yo si tengo hambre y me hartaré
hasta que mi panza se hinche-, recalcó Krilenko.
-Dos días después el dios de los dos
zancos encontró seco los cuerpos de todos los ratones, menos el de Pepe que no
se alimentó del maná dejado y por ser el mayor de todos.
Moraleja: más sabe el diablo por viejo
que por diablo.
Ahora ya sabes cómo se escribe un
cuento.
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