El torturador le quitó el paño de la
boca y tomó otro cubo de agua para arrojárselo sin hacer pausa, la dama lloraba
y su rostro reflejaba terror, dolor y deseos de morir.
-¿Morirá?-, preguntó el verdugo al
médico-escribiente.
-¡No! Está bajo los efectos del
sufrimiento, pero vivirá porque no somos asesinos. Aplicamos los métodos
aprobados por la Santa Inquisición y la iglesia.
Solos seguimos los pasos de Francisco
Jiménez de Cisneros, su legado y su manual-, respondió el médico-escribiente en
momentos que anotaba lo sucedido.
Camila Macías movía sus manos. El
torturador colocó el cuerpo para que ocupara toda la mesa, le arrojó otro cubo
de agua, lo que provocó que la dama escupiera agua abundante. Otro chorro cayó
dentro de su boca.
-Soy inocente. No hice nada malo y me
acusan de cosas que no practiqué. No soy bruja, ni hechicera o algo parecido-,
argumentó Camila Macías.
-Tarde o temprano confesarás hechicera.
Pagarás tus pactos con el diablo porque de la Santa Inquisición nadie se salva.
Marranos, esclavos, musulmanes, sepultureros, médicos, escritores y artistas
que desafían a Jesucristo pagan con las llamas sus pecados-, comentó el
torturador. -Señala con los dedos si quieres hablar bruja, seguía con sus
amenazas-.
Antes de lanzar el último cubo de agua
sobre la boca de Camila Macías, la muisca hizo unas señas con uno de sus dedos
de la mano izquierda y el martirizador se detuvo. Mientras el
escribiente-médico observaba, el torturador la desató y la colocó boca arriba.
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