Cuando se es reportero se cometen muchos errores y se
paga en ocasiones el precio con la plaza laboral. La diferencia es que cuando
un médico se equivoca el paciente muere, si un abogado comete un error, su
cliente queda tras los barrotes, mientras que los del periodista se publican.
Trabajaba para el diario El Panamá América en 1998 y tengo que confesar que fui
uno de los pocos que logró meter un “gol periodístico” a Juan Pritsiolas, hoy
director del diario panameño Crítica y para aquella época era jefe de Redacción
de El Panamá América.
Redactaba una noticia política y en vez de escribir el nombre del ex
precandidato presidencial Alberto Vallarino, cometí el horror y redacté Alfredo
Vallarino, involucrado en actos ilegales y que hoy ya superó.
Al día siguiente se publicó la información, Flor Cogley, asistente de Rosita
Guizado (Jefa de Información) me comentó que en la gerencia me querían ahorcar
por el error que había cometido.
Por supuesto que lo negué y fuimos a mi computadora
para verificar lo que en efecto era la verdad. La cagué. Quedé blanco como un
papel y agaché la cabeza.
“Cuando venga el griego te entenderás con él”, dijo Cogley. Se refería a
Pritsiolas, de origen helénico y quien daba unas sermoneadas inolvidables, pero
es un buen maestro.
Horas más tarde recibí una sermoneada con insultos y consejos que tomara
pastillas para la memoria porque el licor acabaría mis neuronas.
“Ya me tienes nervioso con ese gol que me metiste. Toma KH3 (una pastilla para
la memoria) porque por estar chupando (tomando licor) te acabarás el cerebro”,
me dijo Pritsiolas, uno de mis mejores jefes que he tenido cuando era
reportero.
Nunca he olvidado ese suceso, aunque comprendí que los periodistas nos negamos
a reconocer que en ocasiones la cagamos y en grande.
También nos falta mucha humildad, principalmente los
que laboran en la televisión porque se creen dioses.
Cuando nos botan como zapatos viejos se viene abajo
todo un castillo de naipes y el dios de barro se derrite para admitir que solo
somos “pinches” empleados.
Al ascender a jefe de información del diario El Siglo, en noviembre del 2004,
descubrí que mis subalternos cometían los mismos errores de redacción,
cambiaban nombres, apellidos y fechas.
Los corregía y los sermoneaba igual como lo hicieron
conmigo. El cura no recuerda cuando era sacristán, pensé en una ocasión y solté
la carcajada.
Son hechos que se viven en el periodismo y no se puede tapar el sol con una
mano porque somos seres humanos, no obstante, lo malo del asunto es creernos
que somos perfectos y nunca nos equivocamos. ¡Que vaina!
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