No me gustaría que mi
única hija Daniella Britannia estudiara el periodismo, ya que fue la carrera
que elegí (no podía pagar la de Derecho) y debido a que se beben tragos
amargos, mala remuneración, incomprensión, alcoholismo, largas jornadas y otros
problemas característicos de las profesiones liberales
Estaba en Los Ángeles, California, a principios de marzo del año 2004, con mi
amigo Fernando A. “Pocho” Daly, antiguo cónsul honorario de Panamá en ese
estado y otros del oeste norteamericano, cuando decidí hacer una travesura
periodística.
La mafia mexicana vendía en un comercio cerca del famoso parque McArthur carnés
de seguridad social, licencias de conducir y carnés de residentes. Eran falsos,
sin embargo, servían para que los indocumentados laboraran y abrieran su cuenta
bancaria sin ningún problema. Cientos hacían esa práctica que era conocida
como: ser legal siendo ilegal.
Pagué 50 dólares por un carné de seguridad social y uno de residente. El
mexicano me preguntó el nombre que quería tener y el dígito de seguridad social
y mi respuesta fue darle mi nombre. Le informé que colocara el número en el
carné de seguridad social de su antojo.
Al regresar a la hora no estaban listos los documentos y nos hicieron esperar.
Los minutos parecían horas, debido al nerviosismo mío. Era primavera en Estados
Unidos, pero los nervios me hacían sudar, mientras veía unas anglosajonas
rubias, de ojos azules ingresar a un edificio destruido.
Inferí que comprarían
drogas. Del mi lado, había un norteamericano que limpiaba vidrios por un dólar.
Era otro adicto a las drogas e inclusive decía en un mal español: “limpio
vidrios por un dólar”.
Si los mexicanos descubrían que era periodista y hacía un trabajo encubierto no
dudarían en meterme un tiro en la cabeza. Los diarios hispanos en Los Ángeles
sabían lo que ocurría, pero no se atrevían a publicar la historia porque muchos
de sus lectores eran inmigrantes indocumentados con papeles falsos.
No querían tirarse de
enemigos a esa gente.
Cuando me entregaron los
documentos, les di las gracias al mexicano. “Pocho” arrancó el automotor donde
viajábamos y seguimos directo durante siete minutos hasta llegar a una estación
de combustible, donde nos estacionamos.
“Los tenía de corbata”,
le dije a “Pocho”. Él con cara de asustado sonrío y comentó que ya había pasado
el susto.
La historia fue publicada el 4 de abril de 2004, en el diario El Siglo, titulada “Las dos caras de Los Ángeles”. En página salió “escaneada” los dos
carnés que compré y uno de ellos tenía mi fotografía.
Los periódicos pasan de moda en 24 horas y en ocasiones nos acusan de ser
sensacionalistas a los periodistas panameños y del mundo, pero algunos lectores
no tienen ni idea que uno arriesga su vida para llevarles buenas historias.
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