Cuando mi pariente Jaime Garza cruzó la frontera de Arizona, se presentó en mi apartamento porque requería albergue, alimento y una plaza laboral, accedí con mucho gusto al comunicarme mi madre el hecho.
Fue ella quien le proporcionó la dirección y número de
teléfono en Phoenix para que me contactara, así que lo ayudé a conseguir una
plaza laboral en una planta de carne donde trabajé en una ocasión y el capataz
gringo quedó satisfecho con mi esfuerzo.
Soy Marco Lizalde, oriundo de Toluca, México, aprendí
el oficio de barbero a través de mi papá Jorge y hace siete años llegué a
Estados Unidos como indocumentado hasta que abrí mi propio negocio y arreglé
mis papeles.
Desde un principio no me gustaron algunas actitudes de
Jaime, la primera de ellas era la forma como miraba a mi novia Hellen, una
estadounidense anglosajona, oriunda de Bowling Green, Kentucky, rubia de ojos
verdes y muy bella.
Mi novia también laboró en la planta recién llegó a
Arizona hasta que se cambió a una tienda de lujo, se mudó conmigo tras dos años
de relación, pero en un principio desconocía que mi pariente la deseaba.
No aceptó que, a pesar de que él es blanco, de ojos
claros y yo de piel canela, con algunos rasgos indígenas, la estadounidense se
fijó en un mexicano casi indio y no un hombre descendiente de europeos.
Otra cosa fue que bebía mucho, parrandeaba demasiado,
apenas se quedaba con dinero y no ahorraba, hábito de extrema importancia en
este país porque las tarjetas, el crédito y una cuenta bancaria son obligatorios aquí.
Un día Jaime me presentó a Alicia, una compañera de su
trabajo, mientras que una tarde nos fuimos a almorzar pollo frito, él nos dejó
solos, sin embargo, captó una imagen de la mujer conmigo en la mesa.
El maldito se la envió a Hellen, le dijo que era mi
segundo frente, lo que provocó una discusión entre ambos, la gringa no me creyó
que todo fue falso y se marchó del apartamento.
Jaime fue tan malvado que sentí dolores en mi
estómago, luego mi arma de reglamento natural no funcionaba, así que fui al
médico y los exámenes revelaron que mi cuerpo contenía Desipramina, lo que
también provocaba en mí pésimos estados de ánimos y ganas de suicidio.
Me suministraba la droga en los alimentos y bebidas,
le dije el doctor que nunca consumí eso, al hablarme de un proceso judicial por
posible envenenamiento concluí que fue mi primo.
Fui a la policía, quien se presentó al apartamento,
detuvieron a Jaime, se lo llevaron a la estación y allí confesó que me
suministraba la sustancia porque su fin fue sacarme del camino para conquistar
a mi exnovia.
Ahora mi pariente está preso por intento de homicidio
y le pueden dar de entre veinte años a cadena perpetua de ser encontrado
culpable.
Sobre mi expareja la estadounidense, no sé si
perdonarla, aunque ahora me pregunto por qué hay gente tan perversa como mi
primo Jaime, el traidor.
Fotografía de Pavel Danilyuk y Cottonbro Studio de
Pexels no relacionados con la historia.
Por gente tan mala y mal agracedica es que muchos no quieren ayudar. Lamentable.
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