Los Rodríguez eran cuatro hermanos, los tres primeros antisociales, hijos
del ebanista Rigoberto, quien pasó varias temporadas en la desaparecida cárcel
La Modelo por delitos de robo, hurto, violación de morada y posesión de arma de
fuego.
Rolando, Roberto y Rodrigo, planeaban asaltar un banco, ubicado en una
esquina en calle 50 y la calle 53 Este, de la capital panameña, sin embargo, en
esta ocasión llevarían a Raúl, el menor de 17 años, estudiante del noveno grado
del Instituto Nacional.
El benjamín de los Rodríguez no apoyaba las acciones de sus hermanos,
planificaba terminar la secundaria, ingresar a la Universidad de Panamá con el
fin diplomarse como enfermero y salir de ese caserón viejo del corregimiento de
Santa Ana.
Raúl era novio de Cuqui,
una hija de chiricanos residentes en El Chorrillo, compañera de clases y quien
lloró cuando el imberbe le contó con tristeza que sus parientes lo obligarían a
participar de un delito.
Como era un novato, sus hermanos no le dieron arma de fuego, sino que su
trabajo consistiría en entretener al guarda de seguridad, Roberto lo interceptaría
a ambos y él pondría la pistola como presunto rehén a su pariente.
Rolando golpearía al vigilante, le quitaría el arma y Rodrigo abriría la
puerta, lo demás era gritar a los clientes que se tiraran al suelo y mientras
eso ocurría Roberto saquería todas las cajas.
Raúl le narró a su novia el procedimiento, esta le advirtió que llamara a la
policía, pero el chico se negó bajo el argumento de una posible paliza de sus
hermanos y su padre. Su madre había muerto dos años antes.
Así que el día del golpe, llegaron en un auto robado, Raúl se bajó una
calle antes, se presentó en la puerta del banco, Roberto hizo su trabajo, sin
embargo, no fue como lo planeado, el guarda de seguridad era alto y musculoso.
Le metió un puñetazo a Rolando, del impacto quedó en el piso, el vigilante sacó su arma de fuego, Rodrigo hizo lo mismo, una bala hirió al trabajador de seguridad privada, al responder este le metió un tiro en la frente de Raúl y en la pierna derecha a Rodrigo.
El menor de los Rodríguez cayó boca abajo, al ver a su hermano muerto, los
asaltantes soltaron las armas de fuego y se rindieron.
Minutos después la policía cargó con los antisociales, Rodrigo, quien más
quería a Raúl, no dejaba de lagrimear, tampoco le gustaba la idea de involucrar
a su hermano menor porque era la buena manzana, pero Rolando y Roberto lo convencieron.
El día del sepelio, Santa Ana lloró al joven, la iglesia de la comunidad repleta
de vecinos para despedir al muchacho, quien fue arrastrado a cometer un delito
y nunca compartió la vida de maleantes de sus parientes.
Fotografías de Kindle Media de Pexels y archivo no relacionados con la
historia.
Triste final de los que andan en la mala vida 😥
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