La sala del Tribunal Superior en Las Tablas, provincia de Los Santos, Panamá, estaba llena de público, ya que se sometía a juicio por homicidio a la maestra Ana Paola Cárdenas, por la violenta muerte de Patricia Cohen, una docente nacida en Chitré, Herrera, y residenciada en la capital santeña.
Una pobre investigación tenía el Ministerio Público
porque ambas eran rivales desde la universidad por un viejo amor, se graduaron
juntas, tuvieron la suerte de conseguir una plaza en su provincia, aunque
ninguna de las dos se casó con el masculino del conflicto.
Patricia recibió 13 puñaladas y desde que fue detenida,
Ana Paola se negó a declarar el lugar donde se encontraba la noche del hecho de
sangre, por lo que la Fiscalía de Homicidios daba por probado que era la
responsable del salvaje delito.
No había testigos, ni huellas digitales, solo pruebas
vagas y débiles de una multa de una juez de Paz a Ana Paola, por agresión física
con la hoy occisa y su rechazo a declarar.
Mientras que el representante del Ministerio Público la
destruía, en los ojos sol de la blanca dama, se originaba un diluvio y sus
mejillas se tornaban coloradas de la impresión o los nervios.
—Ella la asesinó con alevosía, lo planificó, aprovechó
que eran carnavales para ir hasta su vivienda en las afueras de Las Tablas para
hundir 13 veces el arma blanca—, alegó Roy Montilla, fiscal.
Todos creían que la iban a condenar hasta que la
defensa llevó al estrado a Carlos Silva, un maestro oriundo de Macaracas, pero
residente en Las Tablas, ya que se ganaba el pan como docente allí.
La Fiscalía protestó, pero el juez aceptó el
testimonio del maestro, decisión motivada por ser la única prueba a favor de la
imputada.
El público observó a un caballero de apenas 1.60
metros, blanco, ojos verdes, medio rubio, vestido con una camisilla blanca, pantalón
negro y cutarras, ir al estrado.
—Ella no la mató, señor juez y fiscal. Esa noche durmió
conmigo en un hotel de Guararé, nunca estuvo en Las Tablas; tengo el recibo de
pago de la habitación y el video de las cámaras que prueban todo—.
El fiscal, la gente de la audiencia e incluso la
procesada se sorprendieron al escuchar al maestro decir la verdad.
Entregó el recibo y el video del hotel, se mostró y en
efecto estaba la pareja.
Lo malo de la historia es que en la sala de audiencia
se encontraba la esposa del docente, conocido como El maestro pequeño.
El fiscal Montilla agachó la cabeza cuando el jurado
de conciencia declaró inocente a Ana Paola.
Silva terminó divorciado de su mujer, también Ana Paola,
ya que ambos eran casados y en toda la provincia de Los Santos le cambiaron el
apodo a El Testigo Infiel.
Ya eran libres para casarse y vivir juntos su amor
clandestino.
Por su parte, el Ministerio Público debía hallar al real autor o autora del asesinato y empezó a trabajar en eso.
Él testigo fiel ja ja ja fuerte
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