Moss y Albert, eran dos nativos de la etnia guna que pescaban tilapia en el lago Bayano, en Panamá Este, en horas de la noche, mientras fumaban algunos cigarrillos antes de zarpar con el fin de atrapar una buena cantidad de peces para alimentarse.
En la comarca había un rumor de que esporádicamente se
aparecía un animal que la ciencia no conocía, aunque sus avistamientos eran no
comprobados y el asunto solo quedaba en un chisme.
Pero esa noche, los dos pescadores salieron en su chalupa
a trabajar como lo hacían siempre, cayó una fuerte lluvia, estaban en medio del
lago, las estrellas desaparecieron y los árboles del bosque danzaban.
Sus armas de labor eran redes, un arpón rudimentario
de madera, unas medias de seco porque la noche se hacía fría, cigarrillos,
botellas con agua potable, unas mantas y una nevera portátil de hielo seco para
guardar el producto de su trabajo.
Moss y Albert, empapados, sus pardos ojos observan las
gotas caer sobre las aguas del lago, miraban los círculos al impactar, el
primero levantó la vista al cielo y de pronto sintió miedo.
—Mira el agua Moss, parece que se mueve—.
—No digas locuras, Albert, porque es solo tu imaginación—.
Ante el terror, Albert tomó el remo para llevar la
embarcación a tierra firme, sin embargo, su camarada lo objetó.
—No seas culilloso. Ni un solo pescado atrapamos, así
que esperaremos un rato y luego nos vamos—.
Pasaron diez, minutos, los nativos se sorprendieron
cuando vieron un remolino en el agua, se asustaron, dejó de llover, la luna
alumbró poco, Albert tomó la linterna para alumbrar el fenómeno natural.
Las aguas empezaron a moverse, pero la canoa no se
volteó, escucharon un zambullido y ahí estaba.
Era parecido al karanus komodoensesi o el dragón de Komodo,
con alas, piel escamosa, ojos azules, una larga lengua, patas
cortas, de ocho metros de largo, volaba alrededor de ellos y emitía un sonido a baja frecuencia que
perturbaba los oídos de los masculinos.
Tenía unas luces encima de su cabeza, con ellas
alumbraba el lago y divisó a los pescadores, posteriormente abrió su inmensa
boca, con su lengua empujó la canoa, Moss abandonó la chalupa, pero no Albert.
Aterrado solamente miraba el monstruo que seguía
volando cerca de los hombres, atrapó primero a Albert y luego a Moss.
En la mañana siguiente encontraron la chalupa en la
orilla oeste, lo que generó la leyenda de que el Monstruo del lago Bayano se tragó
a los humildes trabajadores.
Por curiosos quedaron como leyendas 😖😱
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