La mafia de los empacadores

En todos lados, el vivo vive del más pendejo y una de las acciones que identifican del panameño, en su mayoría, donde vaya y resida, es que le gusta “jugar vivo” o hacerse más listo que el resto de las personas.

Rigoberto Salcedo, se quedó sin trabajo durante seis meses y venía la época navideña, en la cual se compra, compra y recompra de todo un poco.

El caballero tenía un hijo de 12 años, a quien lo educó sin ser exigente, sin embargo, su descendiente necesitaba juguetes, como otros niños, principalmente porque era su único crío y en otros tiempos recibía bastantes regalos.

Logró colocarse como empacador en un supermercado, ubicado en Juan Díaz, aunque tenía algo de dinero, necesitaba efectivo porque el tiempo no se detiene y el hambre acaba cuando las personas mueren.



El primer día vio algo extraño, gente que tenía su plaza laboral y recogía algo empacando mercancía, las llevaban en carretillas y, generalmente, le regalaban un dólar.

Los empacadores no son colaboradores del supermercado o no están en su planilla y no está permitido solicitar dinero a los clientes, si te dan las gracias solamente responde “a la orden”.

Se empacaba por turno, se empezaba en la caja rápida (antes que desaparecieran), se rotaba hasta llegar a las más grandes y cuando un empacador salía de la caja, el otro entraba con la frase “te sigo”.

En el comercio había dos empacadores, “Bocacho”, de mediana estatura, de raza negra y medio obeso, además de “Cholo plaga”, de rasgos indígenas, pequeño, cabello lacio y con un diente de oro.

Ambos se la tiraban de vivo y no le dan oportunidades al resto de los compañeros, ya que cuando salía “Bocacho” de la caja, entraba “Cholo plaga” y viceversa, lo que le generaba mayores ingresos que al resto de los empacadores.

Las cajeras los sermoneaban de vez en cuando, pero seguían con la misma práctica en detrimento del resto de los empacadores, quienes no decían nada porque llevan como tres años con ese estilo mafioso.



Tres meses después llegó una señora a comprar, quien escuchó una plática afuera del local entre unos empacadores porque estaban cabreados de la situación mafiosa de “Bocacho” y “Cholo plaga”.

No era una cliente cualquiera, sino la querida del gerente del supermercado, quien de inmediato se lo informó a su pareja y este enfurecido convocó a una reunión con los empacadores.

Se formó el lío, el dúo dinámico aceptó su responsabilidad y en una decisión salomónica, el gerente los echó y envió una nota, con copia de la cédula de los mafiosos empacadores, para que no trabajaran en la cadena de ese negocio.

Por jugar vivo se jodieron y se quedaron sin trabajo en tiempos duros.

 

 

 

 

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