Colisión y fuga

El ruido de la canción Música Ligera, de Soda Stereo ingresaba en los tímpanos de los clientes de Kítaro, una discoteca donde terminaban las parrandas en la capital panameña.

El antro pequeño, con una pista diminuta, pero muy concurrida después de las dos de la madrugada, con un  bar  de poca capacidad para guardar licor y neveras para cervezas, aunque nunca se quedaba sin mercancía.

Augusto Velarde, ingresó, vestido con una camisa blanca, pantalón vaqueros  negro, una pañoleta negra en su cabeza y zapatos negros. Entró con un cigarrillo en la boca y observó el lugar.

Eran las dos de la mañana, las mesas todas ocupadas y Augusto Velarde de pie, bebía su cerveza, se fue a la barra, saludó al camarero, no sin antes pedir permiso a una dama sentada en una de las banquetas.



Blanca, cabello negro lacio, ojos profundamente oscuros, con un lunar en su mejilla, con poco maquillaje y un atuendo espectacular.

Llevaba una falda roja corta, unas botas que le llegaban hasta las rodillas y una blusa negra pegada a su tórax que dejaba mucho a la imaginación masculina de escalar y saborear sus papilas gustativas.

Al hombre no solo le gustó la mujer, sino su forma de vestir porque en Panamá las damas muy poco se usan esas botas, ya que el caliente clima no se los permite.

Ella hablaba con un caballero, quizás su acompañante, por lo que Augusto Velarde no se atrevió a platicarle.

El hombre de marras, de mediana estatura, piel canela, cabello medio lacio le encantaba cazar en las discotecas damas.

Un jueves en la Ciudad de Panamá, el caballero debía trabajar al día siguiente, sin embargo, eso no le preocupaba porque era noche de damas y generalmente abundaban en los centros de diversión.

Augusto Velarde solamente miraba a la barra a la mujer, ella se dio cuenta, luego fue a la esquina donde estaba para pedir su encendedor porque el de la fémina se quedó sin gas.

Encendió el cigarro, le preguntó por el caballero, ella le respondió que solo era un “manzanillo” (persona que está de más), posteriormente se fueron a bailar Rebel Yell, de Billy Idol.



Mientras danzaban, la mujer lo abrazó, pegó su voluptuoso cuerpo al del caballero y lo besó con deseo.

A la media hora estaba en los estacionamientos del KFC en el lujoso BMV de la fémina, al final de Calle 50, el masculino le quitó la blusa, su boca esquió su torso, ella le dio un preservativo y empezó el diluvio de testosterona.

Todo fue visto por el guarda de seguridad del restaurante sin que los protagonistas de la historia se dieran cuenta.

Cuando terminaron el hombre le pidió el número de celular para otro encuentro, sin embargo, la sorpresa fue que ella se negó.

-Un número de teléfono es el futuro. Esto es colisión y fuga-, respondió la dama.

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