Era una expedición de diez hombres y
cinco mujeres, todos con espíritu aventurero, ganas de ser millonarios de la
noche a la mañana y así salvar todos sus problemas económicos.
Hacía un espantoso calor, típico de las
selvas tropicales y el Darién no es excepción de estos lugares, los zancudos
picaban, el sudor se pegaba a la ropa, recorría los rostros de los
expedicionarios, quienes andaban con mucha cautela porque no conocían la zona y
un guía los llevaba.
Se encontraban a unos 30 kilómetros al
norte de Metetí, en la gran exploración que los llevaría a un lugar desconocido
hasta el año 2015 y que Alfredo Casagrande supuestamente descubrió cuando le
regalaron un mapa donde se encontraba el Pueblo Perdido.
Riquezas a montón, una tribu indígena
nunca antes vista, cuyos miembros tenían un ojo azul y otro verde, además con
alas de libélulas para no solo volar sino custodiar lo que celosamente
guardaban o miles y miles de diamantes rojos.
¿Había llegado otra persona al Pueblo
Perdido? No había respuesta para esa pregunta, sin embargo, los aventureros se
arriesgaron a entrar a plena selva darienita y encontrar su tesoro.
¿Cómo harían para sacarlo si lo
hallaban? El Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) vigilaba la zona, había
retenes en la carretera Interamericana, muchas requisas, no obstante, lo
importante para Alfredo Casagrande y su grupo era encontrar el Pueblo Perdido.
Llevaban dos horas de camino y tomaron
un descanso. Mucho tramo por recorrer en la peligrosa selva donde abundan las
culebras, jaguares, jabalíes y otros animales.
Éxitos en la nueva aventura literaria
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