A lo largo de mis viajes al exterior como reportero y como Jefe de
Información, en el diario El Siglo, aprendí mucho y pregunté sobre la migración
humana.
Es tan sencillo porque si los animales viajan grandes extensiones de
tierra o por aire (en este caso las aves), sobran razones para que alguien
abandonara su nación en busca de mejor futuro.
Mi propia familia en 1989 , con un país casi
destruido por la crisis política y económica, tuvo que salir de su adorada
Panamá para residir en el estado de La Florida.
Ya pasaron 20 años desde que mi madre (regresó once años después y
falleció en el 2019), mi hermano y una hermana, se fueron a buscar trabajo y
una tranquilidad que no hallaron en la tierra que los vio nacer.
Cuando vivía en San José, Costa Rica, me sorprendió la xenofobia de los ticos contra los nicaragüenses. Si bien es cierto habían grupos que cometían delitos, era imposible que todos fueran al parque cercano a la iglesia La Merced (llamado la Pequeña Managua), a beber guaro y agarrarse a machetazos.
Eso me inspiró a crear el cuento denominado “Un amor disparatado”
(jczukov.blogspot.com) y colgarlo en Internet para que fuera leído.
En el 2005, tuve la oportunidad de visitar Taipei
y otras ciudades de Taiwán, aunque en esta ocasión no quedé estupefacto al ver
inmigrantes filipinos, vietnamitas, malayos, de China Comunista y otros países
asiáticos haciendo labores que los taiwaneses se negaban a realizar.
Allí conocí a Irene, una filipina que laboraba
como empleada doméstica y tomaba el metro todos los días para ir a la mansión
que limpiaba. Irene me contó (todo en inglés) que cada mes enviaba dinero a
Filipinas para mantener a su madre y sus hermanos que vivían en una zona pobre
de la isla Luzón.
Historias como la de Irene existen por todo Asia,
América, Europa, África y Oceanía. La gente quiere un mejor futuro, mientras
tienen el corazón en la boca cuando se acerca la policía y los agentes de
migración. Ser inmigrante, como dice Mano Chau, es sinónimo de clandestino,
maleante, marihuana, hachís y negocios sucios.
En todo el mundo habrá movimientos de personas y
la migración humana cesará cuando la Tierra sea destruida por la naturaleza o
el individuo. ¿Saben por qué? La gente se va porque quiere irse, se tienen que
ir o no aguantan la situación económica, social, cultural, política y religiosa
en sus países de origen.
La lejanía de los familiares, el desconocimiento
de la lengua, las jergas, la xenofobia, el cambio culinario, la soledad, la
variación cultural y las trabas por ser extranjero, son parte de las cargas de
profundidad que deben soportar los inmigrantes. No obstante, se van porque no
tienen otra salida. Confieso que estoy contra la migración ilegal, sin embargo,
quien se quiere ir se marcha por arte de birlibirloque o como sea.
No se equivoquen, el problema
migratorio no solo es un asunto de Estados Unidos sino mundial.
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