Era la segunda vez que miraba una granizada en la capital colombiana. De
donde provengo, la infernal ciudad de Panamá, el granizo es una utopía como el
precio barato del petróleo.
Quisiera reflexionar sobre mi familia, mis antiguos vecinos, mis parientes y mis anteriores compañeros de trabajo.
Con todos los defectos que tenga Panamá es una nación cuyos habitantes luchan a diario por sobrevivir del alto costo de la vida, de la delincuencia que los acecha por doquier y de otros obstáculos que se presentan como minas para enfrentar sus problemas.
Desde lo lejos de mi tierra (eso fue en el 2009 cuando vivía en Bogotá) y
mientras esa granizada caía lentamente y cambiaba parte del color de la hierba
de verde a blanco, así mismo mi pensamiento viajaba.
Recordé el cura, que cuando tenía ocho años, me embarró la cara de dulce sólo
porque le comenté que tenía hambre. Los llantos de mi madre en aquella época
superaban la lluvia que se mezclaba con los pequeños fragmentos de hielo el 15
de noviembre del 2009.
Igualmente, vino a mi memoria cuando fui a la Universidad de Panamá,
específicamente a la Facultad de Comunicación Social, para conocer si había
pasado las pruebas de admisión.
Las superé y recuerdo los tristes ojos de una rubia chica que no tuvo la
misma oportunidad que yo. Quería estudiar publicidad, pero no logró los puntos
necesarios. Así es la vida, alguien gana y alguien pierde.
Como a la velocidad de luz recuerdo la primera vez que siendo un novato
reportero del diario El Panamá América, un polítiquero quiso hablarme paja,
cuando él desconocía que sabía todo su pasado porque lo averigüe antes del
encuentro periodístico.
También llegó a mi mente, mi niñez, vivida en el barrio de El Chorrillo, uno de
los más pobres de la capital panameña, pasando trabajo, con privaciones, con
pocos juguetes, huyéndole al hoy fallecido “Cocoliso” Tejada cuando gritábamos
palabras obscenas y olfateando el olor a marihuana que provenía de los
multifamiliares de Barraza.
Recuerdo a mi amigo Cone, hoy aturdido en el subsuelo y Cabeza de Huevo,
asesinado en un baile del Instituto Nacional. Gracias a mi madre y mi rebelde
juventud, pude cambiar el curso de mi vida.
Ellos tenían mejores notas que yo en el colegio, sin embargo, no tuvieron la
oportunidad o no quisieron salir de la pobreza y se absorvieron en los zaguanes
del barrio.
¿Quién en una zona tan pobre se imaginaría que llegaría a ocupar un cargo en el
servicio exterior de su país?
En otras palabras, era difícil que alguien, que de a milagro comía tres
veces al día, usaba zapatos de goma para ir a la escuela primaria y conoció a
su padre cuando tenía diez años de edad, llegaría a ser diplomático.
Los granizos caían, golpeaba las ventanas y su sonido se escuchaba desde
cualquier parte del apartamento.
Quizás para muchos no sea gran cosa, pero logré estudiar y superarme
para vencer la pobreza en que crecí. De lo contrario, la granizada sólo la hubiese
visto en videos o fotografías.
Felicidades, eres ejemplo de superación 😁
ResponderBorrar