Era un 21 de noviembre de 1985, venía del colegio,
llegué al apartamento donde vivía con mi madre y hermanos. Me bañé, cené y bajé
a charlar con unos amigos sobre lo ocurrido en la semana.
Había un joven de estatura alta, aspecto atlético,
raza negra y nariz pequeña que se unió el grupo. Era Carlos Hooker, un
estadounidense de origen panameño que se quedaba donde su abuela, en Villa
Lorena, corregimiento de Río Abajo, ya que no quería vivir en San Joaquín,
corregimiento de Pedregal.
De pronto comenzamos a tener armonía y divergencias
entre varios puntos, pero siempre con respeto. Ambos roqueros (raro en un yanqui
negro que se inclinan por el rap o soul), mientras yo le recriminaba las
guerras y golpes de Estado provocadas por los gobiernos de su país.
“Eres el único que me dice esas cosas y me quedo
callado”, decía Hooker, a quien apodamos “Yiyo” en el barrio.
Con el tiempo hubo una excelente amistad entre “el
gringo” y el panameño, íbamos a la Calzada de Amador, al mirador del Puente de
las Américas y a fiestas a “cazar guiales” y beber cervezas.
Fue “Yiyo”, quien me aconsejó que mejor escribiera
cuentos, novelas y libretos porque ponía a mis amigos a actuar, con guiones que
mismo redactaba o les instruía sobre lo que debían decir.
Hooker era estudiante de la desparecida escuela
Curundu Junior High School (hoy pertenece a la Universidad de Panamá), en la
fenecida zona del Canal** (donde nació) y su papá era un panameño que emigró a Estados Unidos y
miembro del ejército que le negaron el viaje a Vietnam por ser hijo único.
“No me recrimines por ser gringo. Mi papá se fue a
Estados Unidos, era pobre y luego le compró un televisor a mi abuela porque no
tenía”, explicó una vez en una reunión.
Cuando estalló la crisis política en Panamá en 1987,
su padre, para salvaguardar su seguridad, lo envió a Nueva York, donde terminó
sus estudios universitarios y aprovechó el dominio del castellano para irse a
Atlanta, Georgia.
Le perdí la pista para luego encontrarlo gracias a la
tecnología del Facebook, charlábamos cuando había tiempo, pero no logré
reunirme con él la única vez que regresó a Panamá.
Lamentablemente en junio de 2018, sufrió un paro
respiratorio y murió sin volver a encontrarnos.
Mi amigo “el gringo” se fue de este mundo, pero
siempre quedó el recuerdo de nuestras pláticas, las discusiones políticas y
las aventuras buscando chicas en plena adolescencia.
Porque así es la vida, no la inventé, nacimos,
crecemos, nos reproducimos y morimos, aunque mientras viva siempre recordaré a “Yiyo
Patacón” o Carlos Hooker.
**Toda persona que nació en la Zona del Canal durante muchas décadas fue considerado ciudadano estadounidense.
Fotos tomadas del Facebook de Carlos Hooker.
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