A veces las leyes son complicadas y se hicieron para
que los abogados las interpretaran como más les conviene. En
ocasiones, los formalismos son sólo para cumplir las normas, tan enredadas que
ni los mismos diputados comprenden.
Días antes de partir a Los Ángeles, California, en marzo del 2004, me
correspondió cubrir como reportero la audiencia preliminar contra cuatro
anticastristas: Luis Posada Carriles, Guillermo Novo, Pedro Remón y Gaspar
Jiménez.
El acto judicial se convirtió en un circo publicitario y una guerra entre la
derecha y la izquierda.
Además, las pruebas eran contundentes y las
autoridades panameñas tenían los explosivos que serían usados por los
anticastristas para matar al exmandatario cubano Fidel Castro, durante un acto en
la Universidad de Panamá, mientras se desarrollaba a pocos kilómetros la X
Cumbre de jefes de Estado iberoamericanos.
El
juicio fue sólo un formalismo legal porque todo el mundo sabía que serían
condenados. Los acusados fueron pillados con las “manos en la masa”.
Me refiero a espectáculo porque, en primer lugar, desde que fueron detenidos
los acusados, el 17 de noviembre del 2000, los abogados panameños se
despedazaron entre ellos para obtener la defensa de los terroristas de derecha.
En un caso de tal magnitud y con ribetes políticos
entre La Habana, Washington y Miami, lo menos que un abogado podría cobrar era
medio millón de dólares (no se sabe el monto porque los honorarios son
privados).
Finalmente, el antiguo procurador de la nación,
Rogelio Cruz, se quedó con el inmenso pastel ante la envidia de otros letrados
del Derecho, ya que no pudieron incrementar sus cuentas bancarias.
En segundo lugar, el acto judicial, fue un dime que te diré entre la defensa,
la Fiscalía y la acusación particular, alimentadas por grupos de izquierda
panameños, apostados afuera del Tribunal Marítimo (se incendió el 1 de abril
del 2006).
Para
agregar picante al plato político internacional, los exiliados cubanos,
conformados por parientes y amigos de los sindicados, recibían los insultos de
mis paisanos “zurdos”.
Ellos no respondían a los izquierdistas panameños, sin
embargo, las miradas de los exiliados para los periodistas de la Televisión
Cubana, Ivonne Deulofeu y su camarógrafo, eran de muerte.
Igualmente,
el primer juez que llevaba la causa, Enrique Paniza, a quien los periodistas
llamábamos “Capitán Nervio” (se declaraba impedido en casi todos los casos de
alto perfil), no tenía la fuerza suficiente para inspirar respeto de las
partes.
Finalmente, el abogado Cruz lo sacó del proceso y
quedó el juez José Hoo Justiniani.
Meses
después, en la audiencia ordinaria o el juicio, las cosas fueron peor. Risas,
cuchicheos, rambulerías de las partes y los constantes llamados de atención del
juez Hoo, era la nota característica.
Recuerdo que la hermosa abogada, Rosa Mancilla, del equipo de la defensa,
confundió el juicio con un desfile de moda de Gianni Versace. Se paseaba como
una modelo de pasarela y su coqueta e irónica sonrisa apuntaban hacia la parte
acusadora.
Cuando el ex procurador, Rafael Rodríguez (ya fallecido), acusador particular
(contratado por obreros e izquierdistas) dijo un chiste, la audiencia rompió en
risa. El
juez le llamó la atención a mi colega, José Otero, del diario La Prensa.
“Si quiere reírse, váyase a un parque porque esta es
una sala de audiencias”, dijo el juez.
Todo ese circo me inspiró a redactar una nota periodística llamada: “Historias
de una audiencia kilométrica” que se publicó en el diario El Siglo (perdonen no
recuerdo la fecha), donde trabajaba para aquella época.
Allí se me fueron algunas anécdotas que hoy narro en
mi blog.
Lo más triste de todo, es que el dinero que costó el proceso, las
investigaciones, movilizaciones de personal, seguridad, la alimentación y la
preparación del circo judicial, se fue a la basura porque los acusados fueron
indultados (antes de ello habían sido condenados por el juez Hoo) y viajaron a
Estados Unidos, donde fueron tratados como héroes por la comunidad enemiga del
régimen cubano.
¿Valió la pena gastar miles de dólares en ese juicio? Decida
usted, amado lector.
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