Lucrecia Garrido

Apenas era un imberbe al ser alumno de mi último año de la licenciatura en Actuario en la Universidad de Panamá, tras duros años de estudio, insomnios, trabajos y horas interminables de sacrificio.

Luego de analizar varios temas, conversé con mi profesor y asesor, le anuncié que los incrementos de los abortos fue el elegido porque en último quinquenio hubo un alza impresionante, lo que le pareció bien a Fernán García.

—Aunque es una polémica investigación, es importante Rogelio—, respondió el docente.



Fui a la Contraloría General de la República, al Ministerio de Salud (Minsa), a la Caja del Seguro Social (CSS) y algunas clínicas privadas con el fin de obtener información de los últimos cinco años.

Corría el año 2005 y ya laboraba para una firma consultora de negocios, banca e inversiones, trabajaba con estadísticas, proyecciones y cifras, en mi país y en el exterior.

Tener el diploma en mano, representaría un ascenso no solo de cargo de analista I, pasaría a analista II y me iría a España a tomar un diplomado con gastos pagos por la firma.

Así que aceleré la investigación, sin embargo, durante una visita al Minsa por accidente vi un expediente de Lucrecia Garrido, una antigua vecina de Calidonia, de quien estuve enamorado desde mi niñez.



Me sorprendió que la chica tuvo cinco abortos, problemas de consumo de estupefacientes, fue maltratada por su padrastro e incluso abusada sexualmente sin que su madre poco hiciera.

Recordé esos años infantiles, la niña de cabello lacio, mitad indígena y mitad española, corríamos por la antigua Zona del Canal, al escaparnos de nuestras familias y decidí buscarla.

Terminé mi trabajo de grado, lo sustenté y me gradué, pero no encontraba a mi vecina, mis intentos fracasaron hasta que vi a Jorge, otro amigo del barrio y me contó que la femenina laboraba de mesera en el restaurante Rock Bar.

A los dos días fui a ese negocio, la vi y la reconocí de inmediato, como una princesa, casi lloro de imaginarme todo lo que sufrió esa chica y solo busque saber de ella.

Transcurrieron un montón de años, pero Lucrecia supo quién era yo, fue a saludarme, me atendió y a la salida de su turno volví a recogerla.

Desde ese momento no nos hemos separado, la ayudé en su rehabilitación de la marihuana, vivimos juntos y ahora me siento tan feliz como en los tiempos de nuestra inocente infancia.

Fotografías de Cafer Carner Slavi y Lukas de Pexels no relacionadas con la historia.

 


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