Juan José y las hormigas

No se trataba de una selva inmensa, sino que era hierbas en su tamaño normal, aunque para Juan José sí había gigantescas raíces, hojas grandes, la tierra eran rocas, las flores se asemejaban a monumentos y las lagartijas a la estatura de dinosaurios.

Juan José, perdido en un mundo donde no vivía, desconocía cómo llegó hasta ese lugar, vio a dos hormigas de pie, el joven se asustó con esas antenas grandes, seis patas, sus órganos internos y los ojos.

No sabía dónde miraban los insectos, traían consigo una lanza, vestidos con armadura, una alforja con flechas y un espada entre su tórax, lo que indicaba que se trataba de soldados.



Una de ellas le dijo que, por orden del rey, todos los forasteros debían ser llevados ante el monarca para un interrogatorio.

—Señor hormiga, no tengo idea cómo entré a este mundo.

—Cumplo órdenes—, respondió el insecto y lo escoltaron hasta trasladarlo ante el supremo rey Kafat.

Juan José explicó que venía de una tierra plagada de guerras, donde el de arriba aplasta al de abajo, el rico siempre se impone,  las luchas acontecen hasta en las familias y quien no tiene dinero, la pasa mal.

—Aquí no existe la avaricia. Este es el mundo de las hormigas, compartimos todos, no matamos a nadie y trabajamos en colectivo para el bienestar de nuestro pueblo—, respondió el rey.

—¿No hay guerras por tierras, dominación, recursos naturales o religión?

—No existen pobres ni ricos, contamos con una jerarquía, soy el rey, sin embargo, me debo a mi pueblo, todo lo que existe es de las hormigas, se labora duro para alimentar un hongo que nos da comida.

Sorprendido ante las palabras de Kafat, Juan José giraba la cabeza, un mundo tan distinto al suyo, mientras que los humanos consideraban a las hormigas una plaga, estas se comportaban de forma distinta.



Un soldado le indicó cuál sería su dormitorio, durante el trayecto observó la forma en que trabajaban las hormigas con orden, sin envidia, maldad o aspirar a puestos ajenos. Unas ayudaban a la otras.

Pensó en pernoctar para siempre, le gustó esa vida, sin alevosía, sin asesinos, ladrones, políticos corruptos, con igual distribución correcta de las riquezas y la comida.

Se acostó a dormir en una cama de paja, con almohadas de plumas de paloma, el mundo en el subsuelo era pequeño, entraba aire y había refugio para las inundaciones.

Pero, luego el maldito despertador del teléfono celular interrumpió esa anhnelda fantasía de un Universo perfecto donde nadie quiere escapar o emigrar.

Fotografías de Jimmy Chan de Pexels no relacionadas con la historia

 

 

 

 

 

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